Cortos De Tinta: La Sala De Los Bonsáis (IX)

Una Paula con el pelo fucsia a media melena, un año y medio antes, lleva unos pantalones de cuero negros, una camiseta ancha verde oscuro, y unas botas militares borgoña.

La celda está a oscuras, la única luz que entra es la que entra por la ventana.

Mitad de la luna, mitad de las instalaciones.

Paula está tumbada boca arriba en el suelo, sudando, tiritando y llorando en silencio con el gesto compungido, empieza a costarle respirar.

En un momento dado, se pone de rodillas en el suelo con las palmas de las manos apoyadas en el suelo también.

Está mareada y cuando se le ponen los ojos en blanco, ya que está a punto de perder la conciencia entra en la celda Josephine Daranas que al verla comprende la situación, se acerca muy rápido, le coloca una mano en la espalda y la va haciendo un ligero masaje.

Josephine Daranas lleva unas botas negras con botones gordos, unos pantalones pirata azul oscuro ajustados de pana con muchos bolsillos y una camiseta de manga corta violeta.

Con esa ligera caricia poco a poco Paula no se desmaya, como que se centra, Josephine se pone delante de ella de rodillas y comienza a inhalar y a exhalar hondo como animándola a que haga lo mismo.

A los pocos segundos con el ceño fruncido Paula la empieza a imitar, hace lo mismo con la respiración y poco a poco va pudiendo respirar mejor.

Josephine Daranas la coge de la mano a Paula y la coloca en el torso de la propia Paula y Josephine con su otra mano se la coloca en su propio corazón, en el de Josephine.

A continuación con la mano que tiene juntada a la de Paula tamborilea con los dedos en esa misma mano siguiendo los latidos de su propio corazón, de el de la misma Josephine.

En la actualidad están todos sentados, y sin biombo en el medio.

– ¿Te dijo algo? -Le pregunta la psicologa-.

– Sí, que ella había tenido que aprender todo eso ella sola, por propia experiencia

– Y desde entonces inseparables -dice el Oficial García-.

– Es la persona más íntegra, honesta y honrada que he conocido.

– ¿Porqué? -pregunta Manuel Redondo-.

– ¿Que porqué? Pues mira, mi mierda de abogado me quiso denunciar por la ostia que le di, y que sumaran más cargos y años a mi condena, y la srita justiciera les dijo que entonces, si no lo convertían en problema de la institución, ella haría que gente externa con influencia social querellara contra la propia institución, alegando que cuando me inmovilizaron se excedieron en su fuerza, y que entonces tendrían un buen litigio entre manos

– Has sido de mucha ayuda -se levanta Reddie-.

Los demás se levantan también.

Manuel Redondo le tiende la mano, y en ese apretón de manos…

– Por cierto, ¿has sido capaz de despedirte de tu padre? -suelta Redondo Vega-.

A ella se le resquebraja el semblante por un momento

– Perdona ¿Cómo? ¿Qué dices tú?

– Es difícil despedirse -sigue Reddie-.

– ¿Qué sabes tú de mi padre? -con la voz llorona contesta Paula-.

– Que tuviste que dispararle -Paula se levanta como para agredirle, agresiva, los otros tres se interponen, la agarran-.

– Pero qué me estás contando – suelta Paula llorando angustiada-.

– Nada, oye, perdona, solo te quería aconsejar. Es importante, despedirse -silencio total e intriga de los otros cuatro- Os vendrá bien, perdonarse, yo lo hice

Ella se queda mirando al resto.

– ¿A qué viene eso? -Reddie está yendo hacia la salida- ¿A qué coño ha venido eso?

– A que yo metí en la cárcel a mi madre -Manuel Redondo Vega sale de la celda-.

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