Cortos de tinta: «Simulatio´´ (Capítulo 15)

Capítulo 15: La barrera

Las piezas empezaban a encajar.

Ana encontró finalmente la ocasión que había estado esperando para hacerse con la dinamita. Fue la mañana posterior a la marcha de Alejandro, mientras los responsables del complejo se encargaban de poner en cuarentena a los aparecidos.

En aquellas horas, el frágil equilibrio que reinaba entre los habitantes de la isla amenazó con resquebrajarse. Como los responsables habían temido el día anterior, algunos de los durmientes no acogieron de buen grado que sus seres queridos fueran apartados de ellos.

La intervención de las fuerzas de seguridad fue necesaria. Sin embargo, la presencia de los miembros de estas y sus armas fue suficiente para disuadir cualquier intento de rebelión. Los aparecidos, por otro lado, no opusieron resistencia.

Al abandonar el complejo, Ana observó el antiguo faro. Un cinturón de soldados armados lo rodeaba, sus uniformes camuflándose con la vegetación y la hiedra que crecía desbocada por la superficie de este.

Aquellos momentos de calma tensa le permitieron evadirse sin llamar la atención. Había calculado, en relación a días anteriores, el momento en que la marea estaría más baja y podría acceder a la cueva con menos dificultad.

Solo un resbalón al poner el pie en una de las rocas estuvo a punto de hacerla caer al mar y frustrar sus planes. Sin embargo, logró mantener el equilibrio.

Previamente a su expedición, había encontrado un lugar donde ocultar los explosivos sin levantar sospechas. Su habitación, como todas las demás, era visitada cada día por empleados que cambiaban las sábanas y no podía arriesgarse a dejarlas allí.

Sin embargo, en el cuarto de baño había un reducido espacio tras una rejilla de ventilación. Estaba muy cerca del techo y necesitó subirse al lavabo para acceder a él, pero logró introducir la dinamita porque la rejilla estaba algo suelta y pudo moverla con facilidad.

Además, había otro motivo que la llevó a decidirse a ir a la cueva ese día: algo estaba ocurriendo en la isla.

Nadie había informado a los durmientes de nada, pero podía adivinarse en el ambiente que flotaba si se era observador. Y ella, por el bien de su misión allí, había tenido que aprender a serlo desde que llegó.

Había aprendido a observar el complejo y a sus responsables en todas las facetas posibles: su rutina, sus horarios, pequeños fallos de seguridad como el hecho de que no soliesen cerrar la sala donde guardaban los trajes protectores para acceder a la bóveda, etc.

Fue así como supo que algo había cambiado desde la noche anterior.

Los responsables del complejo estaban menos vigilantes. A la hora de la comida, por ejemplo, no era extraño encontrarlos formando corrillos y más pendientes de lo que allí se hablaba que de los durmientes. Lo mismo ocurría en los pasillos.

Madre, por otro lado, estaba desaparecida. Desde aquella mañana, parecía haberse encerrado en su despacho y no haber mantenido ningún contacto con el resto de responsables salvo dar las órdenes sobre qué hacer con los aparecidos.

Las simulaciones habían continuado, pero con ligeros errores que no eran habituales en el modo de proceder del complejo. Por ejemplo, habían equivocado el nombre de dos durmientes al convocarlos por megafonía para ir a la bóveda.

Todos esos detalles, invisibles para la mayoría, llevaron a Ana a la conclusión de que algo importante se avecinaba. Y eso no era bueno para ella, porque cualquier cambio en la rutina podía impedir la realización de su plan.

Así que se puso manos a la obra. Ya tenía la dinamita, que debería encender manualmente porque los que la guardaron no quisieron arriesgarse a añadir un dispositivo de control remoto que el agua o la humedad de la cueva pudieran dañar.

Sin embargo, le quedaba lo más importante: acceder con ella a la bóveda. En ese sentido, había un aspecto que la tranquilizaba y otro que no.

El primero tenía que ver con el hecho de que sería llamada pronto. Aunque no era seguro, había calculado la periodicidad con la que los nombres de los durmientes se repetían, y el suyo llevaba casi dos semanas sin salir, lo que excedía ligeramente el margen habitual.

Así que estaba convencida de que su próximo turno sería muy pronto.

Sin embargo, estaba el otro problema. Sabía que, probablemente, solo tendría una oportunidad cuando accediese, así que tenía que asegurarse de no desperdiciarla. De que no perdería el conocimiento antes de encender la mecha.

Para ello, necesitó elaborar un plan en dos partes. La primera tenía que ver con cómo acceder a la bóveda, y cómo evitar que los de seguridad intervinieran antes de que la dinamita estallara. Curiosamente, fue la más fácil de resolver.

Normalmente, había una única persona vigilando la entrada a la bóveda. Esta persona era quien controlaba el mecanismo que abría la puerta.

El día que se hizo con la dinamita logró llevarse del comedor un pequeño cuchillo para cortar carne que había logrado guardar junto con la carga. En cuanto llegara a la puerta, lo usaría para amenazar a quien estuviera de vigilancia y cerrar esta desde dentro.

Su rehén quedaría sin conocimiento al respirar el aire del ecosistema alienígena, y ella tendría tiempo de hacer explotar la dinamita antes de que llegasen los de vigilancia, pues pensaba destruir el mecanismo que abría la puerta una vez estuviera dentro.

Por tanto, tendrían que abrirla manualmente y eso les llevaría más tiempo. Era cierto que los soldados podrían atravesarla a balazos y entrar, pero como todos estaban fuera del complejo tardarían más tiempo en llegar.

Por su parte, ella no perdería el conocimiento ya que pensaba usar uno de los trajes especiales que llevaban una bombona de oxígeno incorporada.

Como ya había notado, la sala donde estos se guardaban no estaba muy vigilada y olvidaban cerrarla con frecuencia. Además, era probable que la alteración que notaba entre el personal desde aquella mañana aumentara la posibilidad de que se cometieran fallos de seguridad.

Así que tenía planeado cómo acceder y cómo llevar a cabo el plan. Sin embargo, faltaban dos detalles muy importantes.

El primero tenía que ver con la posibilidad de que la misión le costase la vida. Según le habían explicado, la carga de dinamita era suficiente para volar toda la bóveda. Sin embargo, y contando con que su plan saliera bien, ella estaría dentro.

Su mente, increíblemente centrada y lógica cuando tenía un objetivo, había pospuesto pensar en ello hasta que llegase el momento por miedo a quedarse bloqueada.

Pero este se acercaba, y se preguntó si tenía miedo. Se preguntó si ahí fuera entenderían su acción. Sabía que sería heroína para unos y terrorista para otros, pero no sabía qué pensarían los rostros familiares que había dejado atrás.

Su familia. Sus amigos que seguían con vida. Su madre. Todas las personas con las que había decidido no hablar por videoconferencia en la sala habilitada para ello porque temía que verlas la hiciese flaquear.

¿Entenderían ellos lo que hizo?

Llegó a pensar en usar el ordenador de su habitación para dejar escrita una confesión en Word. Sin embargo, decidió no arriesgarse porque no sabía hasta qué punto los responsables del complejo controlaban los ordenadores.

En cierto modo, pensó, la confesión ya la había hecho ante sí misma. Aquella extraña visita del ser que adoptó la forma de Esther la había ayudado de forma sorprendente. Desde entonces, su mente se despejó y su meta se volvió más clara.

También el convencimiento de que, si abandonaba y seguía con su vida en la península, no podría estar completamente en paz. No después de la muerte de su amiga, y la sensación de no haber hecho nada para ayudarla.

Necesitaba aquello. Necesitaba volver a estar en paz consigo misma y encontrar el perdón, si es que aquello aún era posible. Si moría, pensó, al menos no sería como lo hizo Esther, con la sensación de un gran vacío dentro de sí.

Si ella moría, se sentiría completa.

No obstante, aún quedaba un punto de su plan por cubrir, y era quizás el más importante de todos. ¿Qué haría con los hacedores hasta que la dinamita estallase?

Sabía que el traje la protegería de respirar el aire alienígena, pero también sabía por lo que había ocurrido el día anterior que estos poseían habilidades con las que los científicos de allí no habían contado.

De modo que tendría que proteger también su mente. Pero, ¿cómo?

Pasó una noche de insomnio casi total mientras trataba de responder a esa pregunta. La respuesta llegó en medio de la oscuridad, cuando recordó una noche anterior en la que su pie había chocado contra una pared.

Una barrera, algo sólido en medio de la indefinición de la noche. Aquella era la palabra clave. Barrera.

Al día siguiente se aisló voluntariamente de los otros durmientes y fue hasta una parte de la isla donde no detectó la presencia de nadie más. Se sentó en la hierba, sintiendo la humedad de esta bajo su cuerpo.

Fijó su mirada en el horizonte, que parecía el paisaje de un cuadro cuya totalidad la vista no llegaba a alcanzar. Solo nubes, un inmenso cielo azul, jirones de niebla y una línea horizontal que señalaba el encuentro entre el cielo y el mar.

Después, nada. La inmensidad.

La nada.

Si fuese capaz de convertir su mente en algo parecido a aquello, los hacedores no podrían utilizar lo que allí hubiera contra ella. Era una idea parecida al efecto espejo de Alejandro, pero distinta. Una barrera.

Cerró los ojos, e intentó concentrarse.

El lugar que había elegido, lejos de los durmientes y del complejo, fue su aliado. Se tumbó en la hierba y se dio cuenta de que lo único que existía en el mundo aparte de ella era el sonido de las gaviotas y el romper de las olas. Ambos muy lejanos.

Bajo ella, el roce húmedo de la hierba. Se dio cuenta de que podía pensar en todos aquellos conceptos porque su mente los tenía almacenados tras su experiencia con el día a día. Pero incluso pensar en ellos era contraproducente.

Así que se esforzó en desaprenderlos, como un niño aprendiendo a andar que camina en sentido inverso. Se concentró única y exclusivamente en el concepto de la nada. La inmensidad. La que veía en el horizonte, desprovista del concepto de horizonte.

Una a una, las sensaciones iban desapareciendo de su mente hasta que no quedaba nada sino una confortable sensación. La sensación de no pensar, de no sentir. Si la mente era un baúl, debía vaciarlo.

Una vez desaparecidos los conceptos externos, se centró en los internos. Su misión, las circunstancias que la habían llevado hasta allí, Esther, su familia, la dinamita, el temor a la muerte.

Finalmente, su propia existencia. La sola conciencia de sí misma y de su existencia en el mundo. Un dibujo impreciso, cambiante, en medio de un lienzo en blanco.

Cuando esto último se apagó, ya no quedó nada. El mismo concepto de lienzo dejó de tener significado.

Ya no había nada. Estaba lista.

Repitió aquel ejercicio a lo largo de aquel día, cada vez que estuvo sola y tuvo ocasión. Con cada intento, empezó a sentirse un poco más a salvo al llegar al último nivel de inconsciencia. Por un momento, sus propios demonios desaparecían.

Solo le faltaba saber si la barrera era lo suficientemente fuerte para resistir a los hacedores. La ocasión de averiguarlo llegó dos días después.

Cuando las puertas de plástico de la bóveda se abrieron y ella se adentró en ella tras haber sido llamada, se sintió invadida por distintas y contradictorias emociones.

Nostalgia. Por desconcertante que le pareciera, aquella fue la emoción que se manifestó primero en su mente. Entraba en la bóveda para una simulación por última vez, pues cuando volviera allí su propósito sería muy diferente.

Se estremeció al pensar lo fácil que era institucionalizarse y sentir nostalgia de la cárcel, incluso para alguien como ella que estaba allí para volarla.

Miedo. Los hacedores seguían estando justo detrás de la puerta. Nada más la cruzó, se vio rodeada por estos y sus ojos violetas. Sus pulmones ya respiraban un aire que le era extraño, y sabía que solo tenía unos segundos para proteger su mente.

Pese a que aquellos seres no la atacaban, le resultaba imposible no imaginar su inteligencia como una complicada colección de engranajes que trabajaba para descubrir qué escondía su nueva, y a la vez vieja, visitante.

Cuando cerró los ojos para concentrarse, aún le pareció oír en su mente el sonido de estos.

Concéntrate, se dijo.

El mundo desapareció tras sus pupilas, y en la oscuridad le resultó más fácil apagar los interruptores de su conciencia. Se encerró en sí misma, y se ocultó al mundo. Se ocultó de ellos.

Como cuando se recostó sobre la hierba, escuchó sonidos que poco a poco comenzaban a distanciarse. Eran los sonidos de su propio cuerpo. Su respiración, ligeramente más acelerada. Su corazón, que latía más deprisa.

Lentamente, su cuerpo comenzó a resultarle también ajeno. Perdía la consciencia, y aquello hizo un poco más fácil el proceso. Se dejó llevar por la sensación, como cuando se deslizaba por un tobogán siendo niña.

Al final del recorrido, la superficie bajo su cuerpo simplemente acababa y por unos segundos, antes de que sus rodillas impactaran contra la tierra, no había nada. Solo vacío. Solo su risa. Solo su cuerpo desplazándose.

Concéntrate, volvió a decirse.

Solo necesitaba extender aquella conocida sensación, que duraba unos segundos en la vida real, hasta que la inconsciencia llegara. Necesitaba reencontrarse con el vacío y la falta de asideros, y expandirlos hasta que todo, incluida ella, desapareciera.

Un vacío donde el propio significado de vacío era irrelevante al carecer de su contrario. La mente en blanco. La sensación de flotar y elevarse por encima de todos los sentidos que la ataban al mundo.

Sin embargo, algo era distinto aquella vez.

Había una tercera sensación, ajena a ella. Frío. Sí, eso era. Se esforzó por mantener los ojos cerrados porque sabía que, si los abría y confirmaba sus sospechas, todo su plan se derrumbaría en cuestión de segundos.

No sabía cuál de los hacedores estaba intentando acceder a su mente, pero sí el efecto que le producía. Por unos segundos, ambos fueron el mismo y supieron que aquella sensación era nueva para los dos.

Era la primera vez que alguien intentaba bloquear su mente. Y también la primera vez que los hacedores no lograban acceder.

Una ligera sensación de euforia la recorrió, pues se confirmaba que su plan tenía éxito. Pero, en su mente, ya no era una niña deslizándose por un tobogán. Era una joven arrastrada por una corriente de agua helada.

El frío la invadió en aquellos últimos segundos de consciencia. La sensación de este se intensificaba a medida que la conciencia ajena del alienígena intentaba acceder. Ana supo que, en medio de aquel frío, no lograría llegar a ninguna orilla.

Sería arrastrada sin remedio. Irónicamente, aquel pensamiento fue lo que la salvó.

Incapaz de contener los esfuerzos de su oponente, se concentró en dejarse llevar. Si el fin era inevitable, si en aquel rio metafórico el agua entraba en sus pulmones tan rápidamente como el aire del ecosistema alienígena, debía concebir el fin como una meta deseable.

Porque el fin implicaba la falta de conciencia. Sin conciencia, ellos no podían ganar. Así que relajó todo su cuerpo, y dejó de luchar contra la corriente.

Fue así como, durante un momento, dejó de existir.

Al abrir de nuevo los ojos, estaba tumbada. Una lágrima, cálida, descendió por su mejilla. Una lágrima de felicidad.

Mientras respiraba oxígeno a través de una mascarilla, pensó en los científicos que la observaban al otro lado del cristal en la sala de los durmientes.

Ellos no podían acceder a la mente de estos durante las simulaciones, y todo lo que sus aparatos habrían detectado serían unas constantes vitales en completa calma. Una calma inusual, más allá de la media.

Mientras recuperaba poco a poco la consciencia, no puedo evitar una sonrisa. Había dormido. Más de lo que lo había hecho las noches anteriores, durante las cuales sacrificó el sueño para preparar minuciosamente su plan.

Había dormido. No había sido una simulación. Ellos no habían podido acceder a su mente.

Aún sonreía, sus mejillas conservando la cálida humedad de las últimas lágrimas, mientras recorría el pasillo de regreso a su habitación. Solo la necesaria cautela le impedía exteriorizar la alegría que en esos momentos agitaba su corazón.

Había dormido. Su plan, después de tanto miedo y dudas, podía dar resultado.

Poco imaginaba lo mucho que las circunstancias estaban a punto de cambiar, poniendo en peligro todo lo que tan cuidadosamente había construido.

Deja un comentario