
Capítulo 3: Breve historia de los hacedores
Una bola de fuego.
Así llegaron los hacedores a nuestro mundo. Una bola de fuego atravesó la atmósfera terrestre y cruzó el cielo en el invierno de 2027.
Su destino: una pequeña isla cerca de Galicia.
Humo. Fuego. Polvareda. Un espectáculo de destrucción que dejó, como testimonio de su presencia, un limpio cráter. Como la huella de un cuchillo enterrado en mantequilla.
Llegaron los curiosos. Barcos repletos. Hoteles llenos fuera de temporada. Helicópteros con equipos de grabación.
El mundo entero deseaba ser testigo.
Llegaron otros. Policía. Miembros del gobierno. La zona fue asegurada. El perímetro de lo que más tarde se convertiría en la bóveda fue prohibido al público.
Dentro, el aire empezó a cambiar.
Diez pasos. Veinte. Treinta. Nadie pasaba de treinta.
Aquellos que intentaban examinar el cráter de cerca perdían el conocimiento cuando la nueva atmósfera alienígena penetraba en sus pulmones.
Los humanos vaciaron la isla. Los hoteles se desocuparon. Los isleños fueron realojados en otras islas de la zona. Solo alguna sombrilla clavada en la arena de la playa quedó como testimonio de su presencia.
Entonces, llegaron los científicos.
La zona alrededor del cráter se puso en cuarentena. Los que habían respirado el aire alienígena fueron puestos en cuarentena. Toda filtración a la prensa fue puesta en cuarentena.
Se construyó la bóveda, y dentro de esta ya no más vivieron los humanos. Se convirtió en territorio alienígena.
Sucedió algo más. Extrañas historias.
Los que habían dormido contaron cosas al despertar. Cada uno relataba una experiencia que creía real, vivida justo después de perder el conocimiento. Ninguno de los relatos tenía conexión con los demás.
Salvo la apariencia de realidad.
Enviaron a otros. Humanos sin bombonas de oxígeno. Pulmones llenos de aire enrarecido.
Historias con las que rellenar una pizarra en blanco en un pequeño laboratorio portátil. Un puzle cuyas piezas intentaban encajar.
¿Qué unía todas esas historias?, se preguntaron, preocupados, brillantes cerebros llegados desde distintos lugares de la península.
Madre habló por primera vez.
María Vidal, más tarde conocida como «madre´´ por los internos del complejo, siempre había querido ver un alienígena.
Lo logró la mañana del lunes 1 de marzo de 2028.
Bajo la bóveda. Con un casco cuya visera de plástico la separaba del hacedor. Con el aire terrícola llegando a sus pulmones gracias a una bombona.
Fue la primera vez que los hacedores se mostraron. Los compañeros de María lo tomaron como una señal. Desde entonces, ella se encargó del proyecto.
Madre habló por primera vez.
Hasta su intervención, las historias contadas por los durmientes solo eran palabras escritas al azar en una pizarra que comenzó estando en blanco. Palabras debajo de nombres. Nombres sin conexión salvo la de haber sido durmientes.
Entonces, madre habló.
Con unas líneas, enlazó ante sus atónitos colegas lo que ellos no habían podido.
Las historias no solo hablaban de sueños. Hablaban de anhelos. Algunos imposibles. Otros, poco probables.
Familiares que volvían a la vida. Oportunidades laborales que se habían desechado. Parejas que no se tuvieron, o se malograron.
Deseos. Sueños. Ambiciones. Fantasías. Todo un árbol genealógico de lo humano contenido en una pequeña pizarra.
Madre fue feliz. Había visto a un alienígena.
Los alienígenas nos veían a nosotros.
El complejo se construyó junto a la bóveda en el verano de 2029. Muy alejado de aquello en lo que acabó convirtiéndose, empezó siento un centro de observación.
Madre fue más feliz que nunca en esa época. Como jefa del proyecto, observaba a través de las cámaras instaladas en la bóveda.
Observaba como, allí dentro, la vida se abría paso.
Del cráter surgieron los hacedores. Con ellos, llegó la niebla. De la niebla, formada por las lágrimas de los hacedores, surgieron las plantas y animales que formaban su pequeño ecosistema.
Todos ellos surgidos de imitaciones. Imitaciones de la flora y la fauna de la isla.
Nos observaban, pensó madre. Aprendían de nuestro ecosistema. Aprendían de nuestros sueños.
En enero de 2030, tras años de filtraciones, rumores, secretismo y teorías conspirativas en internet, la verdad se filtró al público.
El nombre de «los hacedores´´ surgió de un periódico inglés. Corrió como la pólvora entre el público. Madre no fue feliz.
Nombrar implicaba etiquetar. Reducir a lo simple lo que tenía complejas posibilidades. Nombrar era humano.
Los humanos nombraban cuando temían.
Mientras el resto del mundo lidiaba con la existencia del fenómeno, madre se hacía preguntas.
¿De dónde venían? ¿Podían averiguarlo examinando las muestras que habían recogido del meteorito? ¿Tenían su propio planeta, o habían vagado durante siglos por el espacio buscando a otra especie con la que colisionar?
Un meteorito. Una fría roca en medio del espacio infinito. Soledad. Soledad también infinita.
Fuera de la isla, los humanos se sentían menos solos.
En el mundo, las personas eran como planetas. Condenadas a orbitar unas cerca de otras. Sin llegar a tocarse.
Entonces supieron que no estaban solos en el universo.
Preguntas. ¿Cómo eran esos seres? Algunos los imaginaban parecidos, con problemas como los de ellos. Imaginaban a los alienígenas en su mundo. Otros los creían seres poderosos. Se sentían pequeños en comparación. Se imaginaban en el mundo de ellos.
Intentar poner rostro a los alienígenas se convirtió en algo parecido a creer en Dios. Una proyección personal que en realidad solo definía al que la tenía.
La política intervino.
Cuando el gobierno español dio a conocer la verdad, lo hizo asediado por presiones surgidas cuando el velo colocado alrededor del suceso en la isla, el de unas operaciones militares, se resquebrajó.
Madre no protestó entonces.
Después, el gobierno encontró en los hacedores una respuesta al otro problema que le asediaba.
Antes de su llegada, España era como el resto de los países del mundo. El paro juvenil crecía y crecía. Los jóvenes talentos emigraban a otras tierras. Los problemas de emancipación y vivienda no lograban ser contrarrestados por las políticas públicas.
El ministro de ciencia se dirigió a la nación.
Existía un paraíso en la tierra. Una pequeña isla, hasta hacía solo unos años de nombre desconocido.
Allí, estaba la solución a los problemas de muchos. La simulación.
Si no podían darles a los jóvenes la vida que deseaban, podían darles un sueño.
Uno que parecía real. Tan real que no necesitarían despertar.
Llegaron. Llegaron en el barco. Llegaron los que hasta entonces se acercaban en pequeño número desde lanchas donde colgaban pancartas de bienvenida dirigidas a los alienígenas, y que eran rápidamente interceptadas por las patrullas de la costa.
Llegaron. Jóvenes. Veinteañeros. Llegaron los que no podían emanciparse. Los que no tenían recursos para viajar al extranjero. Los que habían fracasado en los estudios. Los que habían estudiado y eran incapaces de encontrar trabajo.
Llegaron, y renunciaron a su vida. Desde el momento en que tocaban tierra, el estado se hacía cargo enteramente de ellos. Ya no eran ciudadanos. Ya no debían tributar. Ni siquiera necesitaban tener un documento de identidad.
Solo debían ser durmientes.
El complejo se convirtió en su hogar. Madre dejó de ser tan feliz. Al principio.
Después, se dio cuenta de que estudiar a los recién llegados era estudiar a los alienígenas. En sus experiencias podía encontrar la respuesta a aquello que ya había estado investigando.
¿Por qué nos observaban? ¿Qué buscaban aprender de nosotros?
Siguieron llegando. Cada vez más. Comenzaron a estudiar convertir un antiguo faro, ahora abandonado, en una segunda residencia con habitaciones.
Siguieron llegando. Por el momento, solo jóvenes españoles. La unión europea presionaba. Otros países querían enviar a sus jóvenes. El gobierno se comprometió a estudiarlo a cambio de un recorte de la deuda española.
Madre esperaba. Esperaba el momento en que el proyecto escapara de su control, y pasara a ser enteramente de ellos.
Hasta entonces había tenido pequeñas victorias, como impedir que algunos hacedores de los veinte que se habían mostrado fueran exportados a otros países.
Pero no se hacía ilusiones.
Sabía que la política se apoderaría del proyecto.
En la península, los hacedores pasaron a ser un mito. Una palabra susurrada. Una foto borrosa filtrada en internet. Un grafiti bajo un puente. Una promesa para los que querían dejar atrás un mundo sin futuro.
La realidad virtual quedó obsoleta. El nuevo escapismo venía del espacio.
En la isla, eran muy reales.
María Vidal, conocida como «madre´´, había pasado toda su vida queriendo ver un alienígena. Encontró a los hacedores.
Convertida en máxima autoridad de la isla hasta que el gobierno le quitara el proyecto, decidió dar el siguiente paso.
Decidió averiguar qué veían los alienígenas cuando nos miraban a nosotros.
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