Cortos de tinta: «La guardiana de los sueños´´ (capítulo 2)

II

Una nueva tormenta estalló mientras la noche caía.

Aurora no había cogido paraguas, pero no le importó mojarse. Durante todo el camino solo escuchó el sonido de sus propios pasos mientras la llevaban de vuelta a el Retiro. Sus piernas avanzaban en una sola dirección, pero su cabeza en miles.

Recordó al hombre, aquel a quien precedía el rasgar de su pincel sobre el lienzo. Sin duda, aquella extraña pintura y las palabras de su autor habían ejercido sobre ella algún tipo de influencia.

Pero, y la certeza de saberlo se le fue clavando como un puñal con cada paso que daba, los pensamientos y la palabra dando su consentimiento habían sido suyos. Porque en ese momento, enfadada por algo que ahora le parecía irrisorio, había considerado a sus padres un problema.

Ahora ya no estaban.

La situación fue volviéndose más surrealista conforme pasaban los minutos. Aurora había revisado incluso los mensajes que le mandó su hermana al móvil, y había podido leer «La tía´´ donde antes decía «Mamá´´.

Según se acercaba a su destino, una parte de ella aún confiaba en que el siguiente paso haría que se despertara en su cama, o en clase mientras estudiaban a Calderón de la Barca, y descubriera que todo había sido un absurdo sueño.

Pero no ocurría. Solo seguía avanzando en medio de la lluvia.

Cuando llegó al Retiro, las puertas de este estaban cerradas. Un trueno retumbó sobre estas, y los ojos de la joven se desplazaron hasta el cartel en la entrada que indicaba cierre por peligro de desprendimiento de árboles durante la tormenta.

El pelo mojado se le pegó a la piel, y sus lágrimas se mezclaron con el agua de la lluvia.

Ese era el final. Sus padres habían desaparecido, como engullidos por la niebla de un sueño. Ella había sido la culpable. Recordó lo dramática que le había parecido su vida unas horas antes por no poder ir a un concierto, y se sintió aún más desolada.

Pensó en cómo no había sabido valorar lo que tenía hasta después de haberlo perdido.

De pronto, dejó de sentir el agua cayendo sobre su cabeza. Levantó la mirada y vio un paraguas tan negro como las nubes de tormenta cubriéndola. Tras ella, una voz conocida.

-No se puede ir sin paraguas con esta lluvia. ¿Dónde tenéis la cabeza los jóvenes?

Aurora se giró, temiendo que al hacerlo la voz y su dueño se desvanecieran tan rápidamente como habían llegado. Pero el pintor seguía allí, sus dientes amarillentos formando una sonrisa maliciosa en medio de la larga barba.

-Devuélvamelos, por favor- soltó Aurora mientras le cogía del brazo para asegurarse de que no se iba a ninguna parte, deshaciendo aquel extraño golpe de suerte. El pintor se limitó a cogerle la barbilla con una de sus manos arrugadas y a girarle suavemente la cara.

-Preocupada tienes un perfil muy grecorromano.

-Por favor- insistió Aurora, soltándose y sacando la cartera- Le daré lo que quiera, pero haga volver a mis padres.

-¿Es que se han perdido? Y, ¿qué te hace pensar que yo tengo algo que ver?

-Usted me dijo que podía hacer desaparecer mis problemas. Yo…mire, en ese momento no sabía lo que decía. Devuélvamelos.

-¿Estás segura de que era yo? Puedes estar confundiéndome. Hay muchos pintores en Madrid. Algunos pintan para vivir. Otros viven para pintar. Otros solo pintan y se olvidan de vivir. Otros no pintan nada, aunque crean que lo hacen. Como yo, me temo, en toda esta historia. Buenas noches.

-Por favor- insistió una vez más Aurora, poniendo la cartera en la mano del pintor- Quédese con eso, es todo lo que tengo.

El otro abrió la cartera con un gesto de aburrimiento, como si aquello no tuviera que ver con él. Miró lo que había dentro, y la cerró aún más desinteresado que antes.

-Esto no es bastante. ¿Qué más tienes?

-Yo…es todo lo que tengo.

-¿Seguro?- preguntó el pintor, y en ese momento sus ojos adquirieron un brillo peligroso. Antes de que Aurora pudiera reaccionar, su mano le oprimía la garganta- Yo creo que tienes mucho más.

La joven comenzó a tener una sensación extraña, como si algo se desplazara lentamente desde su estómago, subiendo hasta llegar a la garganta. Desde allí, comenzó a abrirse paso a través de la boca y quedó reflejado en los ojos del pintor.

Era una luz dorada. Una como las que había visto en el extraño pero hermoso mar de luces de su sueño. Por un momento creyó que ese era el momento donde, por fin, podría despertar. Volvería a clase, donde le pondrían otro cero. Pero seguiría teniendo a sus padres.

Sin embargo, no solo no despertó, sino que el sueño comenzó a adquirir las hechuras de una pesadilla.

Intentó gritar, pero la voz no le salía. Intentó patalear, pero el pintor era inmune a los golpes. La lluvia había vaciado las calles y al volante de los coches solo se veía a gente con rostros cansados que solo querían volver a casa y no les prestaban atención.

La boca del pintor se abrió. Lo hizo mucho más de lo que lo haría una boca normal, convirtiéndose en un negro túnel listo para engullir a la luz dorada.

-Cerdo- escuchó decir Aurora, y la presión sobre su cuello se aflojó. Una mano de uñas negras agarró la del pintor, y arrojó a este lejos de la chica. Ella se llevó la mano a la garganta, y sus rodillas se doblaron a causa de la presión y el miedo.

Su salvador se agachó junto a ella. La joven se fijó en el pelo azul de este, también apelmazado a causa de la lluvia, y en sus ojos del mismo color, que brillaban con la intensidad de otra pequeña tormenta en medio de la que lamía las calles.

Pasados unos segundos, lo reconoció. Era el chico al que había visto dos veces esa mañana. Otro personaje que se unía a aquel extraño drama, y otra prueba de que debía de estar soñando. Pero si eso era así, ¿por qué no despertaba?

-Joven- dijo el pintor poniéndose de pie tras agarrar su sombrero, que había llevado puesto incluso cuando usaba el paraguas, y le dio la vuelta para hacer caer el agua que se había metido en este tras caer al suelo- ¿No sabes que las manos son las herramientas de un pintor? Ten más cuidado.

-Sea lo que sea lo que hayas hecho con esta chica, deshazlo- dijo el joven del pelo azul con una furia contenida que sorprendía en alguien de su edad. El pintor, sin embargo, se limitó a volver a ponerse el sombrero.

-¿Pretendes obligarme?

-Pretendemos- dijo la chica del pelo rosa que Aurora había visto acompañando al otro, y que llegó en ese momento para colocarse junto a él.

-Está bien- comentó el pintor mientras recogía del suelo el paraguas negro y volvía a colocarlo tranquilamente sobre su cabeza- ¿Sabéis lo que es un shuffle de Kansas City?

Aurora vio como los dos recién llegados se miraban, y por un momento sintió algo de alivio al ver que no era la única en no entender lo que pasaba.

-Vosotros miráis hacia la izquierda…

El sonido de una bocina hizo que los tres jóvenes miraran en esa dirección. Sin darse cuenta, habían retrocedido hasta más allá de la acera y estaban en medio de la calle, con un autobús dirigiéndose hacia ellos.

Con la misma agilidad y fuerza que había demostrado antes el chico del pelo azul, sus dos acompañantes tiraron de Aurora hacia atrás, apartándola a tiempo de la trayectoria del vehículo.

Sin embargo, una vez hubo pasado el peligro, volvieron a mirar a su derecha, donde había estado el pintor. Solo que él ya no estaba allí. Ni su sombrero. Ni su paraguas. Se habían desvanecido en medio de la lluvia.

-Maldita sea- soltó el chico de pelo azul mientras daba una patada a un charco a modo de frustración.

La chica, sin embargo, se acercó a Aurora. Esta entendía cada vez menos, pero eso no le impedía sentirse desolada viendo como la única esperanza de recuperar a sus padres se había desvanecido. Pensó en su hermana y en su tía, solas en casa desde que había vuelto a irse.

Ahora ellas eran todo lo que tenía.

-¿Estás bien? ¿Lo sigues teniendo?

-¿El qué?- fue todo lo que pudo preguntar Aurora, pero a la otra le bastó un rápido reconocimiento de su cara, expresión y mirada para dirigirse a su compañero en un tono mucho más relajado y optimista.

-Buenas noticias, lo sigue teniendo- dijo, y Aurora recordó la luz. La de su sueño. La que había subido por su garganta. La que parecía ser el objetivo del extraño pintor, y la razón por la que se había llevado a sus padres.

Ella se lo había permitido, pensó, y volvió a sentirse abrumada por el peso de la culpa.

-Genial- comentó el chico de pelo azul, y empezó a hablar con su compañera como si la chica a la que había salvado no existiera- Si tan solo hubiéramos podido pillar a ese tío.

-Lo sé, pero has estado genial. Parecías otro.

-¿Sí? ¿Me veía épico? ¿Como Aragorn y Legolas?

-No te pases. Pero ha estado guay.

Aurora se sorprendió del cambio en el chico. Efectivamente, parecía otro. Todo su aplomo y autoridad se habían desvanecido, y ahora un brillo juvenil mucho más acorde con su edad podía leerse en sus ojos y expresión.

Sin embargo, se sintió dolida por el hecho de que la ignoraran en un momento tan difícil para ella.

-Oye- soltó de pronto, haciendo que se giraran a mirarla- ¿Es que no me vais a explicar nada? ¿Quién era ese? ¿Y vosotros? ¿Qué era esa luz? ¿Dónde están mis padres?

El dolor reflejado por su voz al hacer la última pregunta hizo que los otros dos se miraran con expresión triste y preocupada. Guardaron silencio durante un momento, mientras calibraban la mejor manera de resolver aquella situación.

-Parece que se viene una aburrida escena de exposición- dijo de pronto la chica de pelo rosa. El otro se encogió de hombros.

-No tenemos otra. Es lo mismo que le debemos.

-Lo sé, lo sé- dijo mientras sacaba un reloj de bolsillo con cadena que parecía totalmente anacrónico comparado con el resto de su vestuario- Aurora, mira aquí.

-¿Cómo sabes mi…?

La pregunta murió en sus labios, pues el reloj no mostraba las clásicas manecillas con números romanos, sino una espiral negra en medio de un espacio blanco. Esta se retorcía y giraba sobre sí misma, haciéndose más pequeña según se acercaba al centro.

Aurora se sintió hipnotizada por esta, hasta el punto de dejar de sentir la lluvia sobre su cuerpo. El resto de sensaciones fueron desapareciendo una tras otra: la culpa, el desconcierto, el miedo…y finalmente el suelo bajo sus pies.

Cuando quiso darse cuenta, gritaba y daba vueltas siguiendo la dirección de la espiral en medio del espacio que mostraba el reloj, en el que se había zambullido como en una piscina sin saber cómo.

Siguió gritando e intentó agarrarse a algo, incluida la propia espiral, pero fue en vano. Tan solo gritaba. Y caía. Y seguía cayendo como en un tobogán surrealista donde el blanco y el negro habían engullido al resto de colores.

En medio de este, esperándola, estaba el espacio en blanco del centro, donde terminaba la espiral y solo había kilómetros de blancura sin final a la vista. Aurora gritó una última vez al perder de vista todo lo que no fuera aquella nada infinita donde ella misma parecía irreal.

Entonces, por primera vez en varios minutos que le habían parecido horas, sintió algo sólido bajo sus pies.

Una suave brisa acarició su cuerpo en la primera sensación agradable que había tenido desde aquella tarde. Fue entonces cuando miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en un espacio muy diferente, pero a la vez familiar para ella.

Lo era porque ya había estado allí. En sus sueños, y todo era igual. Los mismos campos de luces que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. La misma barca que los sobrevolaba con ella encima. El mismo color dorado del atardecer.

La misma soñolencia que indicaba cómo en aquel lugar el sol nunca acababa de ponerse ni de salir. Simplemente, el tiempo estaba detenido a medio camino de un sueño del que no quería despertar.

Lo único diferente era su vestimenta. Ya no llevaba el blanco camisón sino su uniforme del instituto, mojado a causa de la lluvia. Se recolocó el pelo detrás de las orejas, y sintió como este se había convertido en una masa mojada y apelmazada que se le pegaba a la piel.

Aquella combinación de elementos viejos y nuevos la desconcertaba. ¿Había llegado al momento donde por fin el sueño se rebelaba, permitiéndola despertar, o aquel solo era un nuevo episodio de su extraña aventura?

-Siento que te hayamos ignorado antes- dijo una voz a su espalda, haciéndola saber que no estaba sola- Llevamos tanto tiempo entre este mundo y el tuyo que a veces se nos olvida cómo relacionarnos.

La chica de pelo rosa estaba sentada en uno de los bordes de la barca, y la dirigía una sincera sonrisa. Ella sí vestía un camisón blanco similar al de su sueño, y sus pies descalzos sobrevolaban las luces, que estiraban tímidamente sus cuellos intentando tocarlos.

-¿Cómo estás?- preguntó la chica, y las esperanzas de Aurora de despertar se evaporaron. Sintió un fuerte contraste entre la paz que irradiaba aquel sitio y lo conflictivo de sus sentimientos que agudizó su soledad.

-Mis padres- comenzó por fin a decir- Se han ido, ¿verdad? Quiero decir que no es un sueño.

-No, no lo es. Lo lamento.

Dentro de Aurora, algo se rompió. Una fuerza invisible, parecida a un cinturón de seguridad que la sostenía y que siempre había creído que estaría allí, de pronto ya no estaba y la dejó sin punto de apoyo.

Sintió las lágrimas asomarse a su mirada y, buscando cambiar de tema, se asomó al borde de la barca y contempló las luces.

-¿Qué son?- preguntó, y la chica de pelo rosa se puso a su lado. Tenía un extraño brillo nostálgico en la mirada.

-Son sueños.

-¿De quién son?

-Aún no lo saben. Crecen aquí antes de ir con sus dueños.

-Nunca pensé que un sueño se vería así.

-Pues, ¿cómo pensabas que se veían?

-No lo sé- contestó Aurora tras guardar silencio por un momento. Lo cierto era que nunca se había parado a pensarlo. Una parte de ella aún se rebelaba ante lo ilógico de toda aquella situación.

-Aún no tienen una forma definida. Cuando encuentren a sus dueños, sabrán cómo son.

-Entonces, ¿vosotros vigiláis los sueños?

-Sí, somos sus guardianes. Yo me llamo Ainhoa, y el chico es Sergio.

-Yo soy Aurora. Pero creo que ya lo sabías.

-Sí. Te hemos estado vigilando.

-¿A mí?- preguntó, aunque ya había sospechado al verlos ese día en el metro y antes de entrar a clase. Sin embargo, entonces no le había dado importancia- ¿Por qué?

-A veces los sueños nos muestran a las personas a las que ellos van a atacar. Sin embargo, no llegamos a tiempo de salvarte. Lo lamento.

-¿Quieres decir que hay más seres como ese pintor?

-Miles. Son nuestros enemigos, las pesadillas. Ellos…- se interrumpió Ainhoa en medio de su frase, como si hubiera cambiado de opinión respecto a lo que iba a decir. Aurora se dio cuenta, pero no le insistió- Se alimentan de sueños.

-Me cuesta creer que yo tenga algo así dentro de mí después de lo que les he hecho a mis padres- comentó Aurora mientras miraba las luces. Ainhoa le puso una mano en el hombro como señal de apoyo.

Entonces, tuvo lugar ante ellas un hermoso espectáculo que por unos instantes alejó los pensamientos tristes de la mente de Aurora.

Un barco de madera en el que ondeaba una bandera blanca con la palabra «REM´´ bordada en letras doradas se elevó en el horizonte y se acercó flotando al lugar donde estaban ellas. Por donde pasaba, el atardecer se convertía en noche.

Aurora y Ainhoa lo contemplaron boquiabiertas mientras volaba por encima de ellas, y dejaba el cielo convertido en un tapiz cuajado de estrellas y coronado por una luna llena que brillaba como una perla hecha de nácar.

Finalmente, desapareció por el extremo este del mundo.

-Increíble, ¿verdad? – dijo entonces Sergio, que estaba en otra barca junto a la de ellas y acababa de guardar los remos, como si hubiera estado remando en silencio para ponerse a su altura- Da igual las veces que lo hayas visto, siempre te deja sin palabras.

Dicho esto, se pasó con cuidado a la barca de ellas. Iba vestido con camisa y pantalones blancos, y dejó un pequeño saco que parecía lleno de arena o algo por el estilo sobre su barca, usándolo a modo de peso para que no se alejara flotando.

-¿Dónde estabas?- le preguntó Ainhoa mientras le ayudaba a cruzar.

-Por ahí. Pensé que Aurora querría estar sola un momento.

La joven, sin embargo, no respondió. Siguió observando el paisaje, donde ahora las luces brillaban incluso con más intensidad, como si miles de luciérnagas iluminaran la noche. Eso hacía de aquel lugar un sitio aún más bello.

-Ya había estado aquí. En un sueño. ¿Por qué mi ropa no ha cambiado como la de vosotros? – preguntó, fijándose no solo en la vestimenta sino en la piel y el cabello de sus acompañantes, que estaban secos a diferencia de los suyos.

-Aún no eres una guardiana de los sueños. Por eso este espacio, que llamamos el santuario, no termina de reconocerte.

-¿Aún?

Los otros dos se miraron con preocupación, sabiendo que había llegado el momento más complicado de la charla que estaban manteniendo.

-Los guardianes de sueños- empezó a decir Sergio, tomando la iniciativa- comenzamos a serlo cuando un sueño se pierde por nuestra culpa. ¿Entiendes? No es un don, sino un castigo.

Aurora asintió mientras sus pensamientos se iban hilando. Se sentó en la barca para poder asimilarlo sin perder el equilibrio. Aquel pintor había conseguido que hiciera desaparecer a sus padres. Ahora, ella debía pagar por esos sueños perdidos.

Observó de nuevo las luces, sintiéndose aún peor consigo misma. Sus padres, en los que no se había parado a pensar por estar solo centrada en sí misma, también tenían esas luces brillantes dentro.

Pero ella se las había arrebatado.

-¿Todo bien?- preguntó Sergio, sentándose a su lado. Aurora se fijó en sus uñas de color negro, que contrastaban con el resto de su vestimenta.

-Sí. Es solo que son muchas cosas para asimilar en un solo día. Me siento atrapada en la paja mental de alguien que ha leído demasiado juego de tronos.

Sergio se echó a reír, lo que por un momento le devolvió ese brillo juvenil que Aurora ya había observado en la entrada del Retiro.

-Ya, todas empiezan con alguien joven destinado a hacer grandes cosas. El señor de los anillos, Harry Potter, Narnia…

-Crepúsculo- añadió Ainhoa.

-Uf- se limitó a comentar Sergio.

-Pero esto no es una novela de fantasía. Es la vida real. Mi vida. Además, según me habéis dicho no soy una elegida. Esto es un castigo.

-Eso dicen quienes viven estos tiempos- dijo Sergio, poniéndole a la joven una mano en el hombro y adoptando un tono solemne- Pero no les corresponde a ellos decidir. Lo único que podemos decidir es…

-Qué hacer con el tiempo que se nos ha dado. Gracias, pero yo también he visto esa película. Mi hermana es muy fan.

Ainhoa se echó a reír mientras Sergio hacía un gesto de frustración al no haber conseguido tener su gran momento. Aurora, entretanto, se puso de pie.

-Está bien- dijo mientras se alisaba la falda del uniforme- Si tengo que pagar por lo que les he hecho a mis padres, puedo asumirlo. Pero ahora me gustaría ir a casa. Ha sido demasiado para un solo día, y solo quiero dormir y olvidar si es posible. Por favor.

Ainhoa y Sergio se miraron, asintiendo. El chico sacó algo del bolsillo de su pantalón, y se lo entregó a Aurora. Era una llave de latón atada a una cuerda negra y algo deshilachada que servía como colgante.

-Llévatela- dijo ante la cara de extrañeza de la joven- Te protegerá si una pesadilla intenta atacarte dormida o despierta, y te permitirá volver aquí siempre que quieras.

-Está bien- concedió Aurora mientras se la colgaba del cuello- Gracias.

-Y ahora…- empezó a decir Ainhoa mientras hacía girar algo en su mano. Era el reloj antiguo que ya había sacado junto a la entrada del Retiro. Tenía la cadena atada a la muñeca, y la otra chica se preguntó de dónde lo había sacado, pues su vestido no tenía bolsillos.

-Em, ¿podemos hacerlo de una forma menos mareante esta vez?

-Déjame explicar esto a mí. Por favor- intervino Sergio, recuperando de pronto el ímpetu juvenil. Su compañera asintió, lanzando el reloj al aire y haciendo que este desapareciera en medio de su salto.

-Muy bien, agarra con fuerza la llave y mantenla colgada de tu cuello- continuó el chico- ¿Lo tienes?

-Sí- dijo Aurora, apretando con fuerza la llave con una de sus manos.

-Ahora, piensa en tu casa. Graba bien su imagen en tu memoria, y piensa en lo mucho que te gustaría volver allí.

La joven así lo hizo, pero por un momento nada ocurrió. Cuando estaba a punto de preguntar para qué servía todo aquello, sintió una nueva sensación. Como si alguien hubiera atado una cuerda a su cintura y, de pronto, tirara de ella con fuerza.

Cuando pasó el tirón, ya no estaba sobre la barca sino de pie frente al apartamento donde vivía. Aún desconcertada, miró a su alrededor, pero sus dos acompañantes ya no estaban allí. Ni las luces. Ni el cielo estrellado.

Solo ella con su pelo mojado y una extraña llave colgada del cuello. En los bolsillos aún podía notar el peso de su cartera y las llaves de casa. Fuera, aún llovía. Las gotas se estrellaban contra los azulejos de la ventana del rellano.

Aurora miró con rabia la llave de latón. De no ser por ella, aún podría aferrarse a la esperanza de que todo fuese un sueño y al otro lado de aquella puerta tan familiar para ella estuvieran sus padres.

Sin embargo, parecía que las cosas ya no iban a ser igual.

Tras superar el impulso de tirarlo escaleras abajo, la joven se guardó el colgante bajo el mojado jersey del uniforme y entró en casa.

Entretanto, Ainhoa y Sergio charlaban en la barca bajo el tapiz estrellado del cielo. Su voz había adoptado un ligero matiz de preocupación.

-¿Crees que debimos explicarle lo que le pasará a partir de ahora?- comentó Ainhoa mientras ayudaba a su compañero a volver a su embarcación, y a quitar el peso de esta.

-Ya lo descubrirá- dijo por toda respuesta. Bajo ellos, las luces ondulaban como las olas de un mar hecho de oro.

Entretanto, en casa de Aurora, la tormenta seguía. Tumbada en su cama y observando la ventana, donde repiqueteaban las gotas de lluvia, no conseguía dormirse y los pensamientos de arremolinaban en su cabeza.

Su tía no la había regañado tanto como pensaba. Parecía más desconcertada que enfadada, como si no pudiera entender qué le sucedía a su sobrina. Esta intuyo que hasta ese día se habían llevado relativamente bien en esa nueva realidad, y de ahí la causa del desconcierto.

La joven sacó la llave de latón de debajo de su pijama y se quedó mirándola. Aquella situación seguía pareciéndole irreal y fantástica, pero al mismo tiempo poseía una extraña lógica interna.

Por ejemplo, se había dado cuenta de que su tía presentaba algunos de los rasgos de su madre, como que le gustaba hacer punto de cruz o el gesto de colocarse el pelo tras la oreja cuando intentaba no perder los nervios.

No tenía forma de saber si aquello ya formaba parte de la personalidad de Elena, pues ella había sido una completa extraña en su vida. Podría ser así, o bien la nueva realidad podría estar solapándose con la antigua, mezclando características de ambas.

Eso era lo que había sentido al llegar a casa y encontrar a su tía en el salón haciendo punto de cruz para intentar calmarse. Por un momento, le pareció que su madre regresaba como de entre las brumas de un sueño.

Pero entonces Elena pronunció su nombre, y el sueño se desvaneció.

Ahora solo ella sabía la verdad. Se preguntó si su castigo, ser una guardiana de sueños, consistía precisamente en vivir con el peso de la culpa en un mundo donde nadie más entendía siquiera por qué ella debía sentirse así.

Era justo eso, ser la única que recordaba un mundo que para los demás ni siquiera había existido, lo que le resultó más aterrador de todo aquel día de pesadilla.

¿Seguiría siendo así, o con el tiempo también olvidaría? ¿Pasado y presente acabarían solapándose como habían hecho su madre y su tía, y dejaría de tener recuerdos de su otra vida? Tal vez, pensó, esta ni siquiera hubiera existido.

Tal vez había despertado de un sueño que en su mente seguía siendo real.

Sin embargo, Ainhoa y Sergio sí eran reales, así como la llave de latón. Fue esto lo que la llevó a pensar que el destino, o lo que fuera que hubiese provocado aquello, no le dejaría perder la memoria. Seguiría viviendo sabiendo que era culpable.

Tras levantarse de la cama, sintiéndose incapaz de dormirse, caminó con cuidado por el pasillo hasta llegar a la habitación que estaba al fondo de este. Por el camino pasó junto a la habitación de su tía, y descubrió una nueva diferencia.

No se escuchaba ningún ronquido, como si había ocurrido durante los últimos dieciséis años cuando su padre dormía allí. También él se perdió en la lluvia.

Su hermana Amanda, sin embargo, no dormía. Tenía los cascos puestos y la luz de la pantalla del móvil iluminaba su rostro. Interrumpió la canción que escuchaba para mirar a su hermana, que acababa de llegar a la habitación.

-¿Pasa algo?- preguntó. Aurora recordó que últimamente no hablaban tanto como antes, y por lo tanto su presencia allí era visto como algo excepcional. Por lo visto, la nueva realidad no había cambiado eso.

Pensar que ni siquiera en un contexto donde faltaban sus padres habían conseguido ser más cercanas su hermana y ella la hizo sentir tristeza.

-No puedo dormir- dijo Aurora, de pie junto a la puerta donde un enorme poster de Freddy Krueger pedía silencio llevándose un dedo en forma de garra afilada a la boca. A partir de ahí, empezaba el territorio de Amanda.

-Ya somos dos.

-¿Te importa que duerma contigo esta noche?

Su hermana se la quedó mirando como si temiera que se hubiese vuelto loca. Efectivamente, su relación no era muy diferente en la nueva realidad. Sin embargo, ella y la lluvia que se escuchaba fuera eran lo único que conservaba de esta.

-Por favor- añadió, y tras pensárselo un momento su hermana se echó a un lado, haciéndola sitio.

-Qué rara estás hoy.

Aurora se tumbó de lado, y se quedó mirando a la ventana. Por fin vivía una situación que le resultaba familiar, y aquello le permitió por fin dejar salir algunas lágrimas que había estado conteniendo.

-¿Qué te pasa?- preguntó Amanda desde el otro lado de la cama. Su hermana no se enjuagó las lágrimas porque se sintió reconfortada por haberlas dejado salir.

-Nada. Mañana estaré mejor, no te preocupes.

-¿Sigues cabreada por lo de las notas?

-No- respondió sin dudarlo Aurora, a quien sus problemas de unas horas antes le resultaban ahora insignificantes- Fue una tontería. No te preocupes.

Amanda no volvió a coger el móvil. Se quedaron escuchando la lluvia, e intentando dormir. Aurora sonrió, sabiendo que su hermana lo había hecho para estar pendiente de ella por si la escuchaba llorar. Sin embargo, no lo admitiría. Ellas nunca admitían esas cosas.

-Amanda.

-¿Sí?

-¿Te acuerdas de papá y mamá?

-¿Por qué preguntas eso ahora?

-Por nada. ¿Los recuerdas?

-A veces. Pero no mucho. Hace tiempo ya.

-Era guay cuando estaban, ¿verdad?

-Sí. No me acuerdo de mucho, pero lo era. ¿Tú te acuerdas?

-Como si los hubiera visto hoy.

Aquella noche no dijeron nada más. Se quedaron dormidas un tiempo después mientras, en el exterior, la lluvia limpiaba las calles. Aurora también se sintió más limpia al haber conseguido llorar, y llegó a un estado de calma que le permitió dormir.

Fue entonces cuando, en medio de las sombras de la habitación, la llave de su cuello comenzó a brillar.

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