Cortos de tinta: «La guardiana de los sueños´´ (Prólogo y capítulo 1)

Nota: este texto es una versión mejorada de un relato que subí hace tiempo a Hybrid. Espero que lo disfrutéis, y pueda verse una evolución en la escritura.

Prólogo

El reloj del campanario marcó las doce, y su eco se extendió por todos los callejones de la sombría ciudad.

Bajo un cielo encapotado de nubes, el agua de la fuente resonaba en medio de la plaza donde acababan de dar la hora. Un potente chorro brotaba de la sien de un hombre de piedra que se apoyaba una pistola contra esta.

La fuente estaba justo en el centro, y de ella brotaba una espiral que se extendía por todo el suelo empedrado. Tras esta, el campanario que acababa de dar las doce. Justo enfrente, el ayuntamiento.

Sentado en un sillón de negro cuero frente al amplio ventanal de su despacho, a través del cual podía verse la plaza, estaba el alcalde de la ciudad de las pesadillas.

Vestía un traje a rayas negras y blancas, y tenía sus largos y afilados dedos entrecruzados. Sobre su mesa, unas luces brillantes revoloteaban nerviosas en una pecera, como ratones intentando encontrar en vano la salida de un laberinto.

El silencio solo era roto por el sonido de un lápiz al dibujar en una libreta. Quien lo manejaba era un anciano de larga barba gris, dientes amarillentos y piel arrugada. Vestía sombrero y abrigo grises y con aspecto ajado.

Dibujaba de forma talentosa el despacho del alcalde, incluidos los dos hombres que estaban de pie frente a la mesa de este. Vestían gabardinas como las de los detectives en las películas americanas antiguas.

El alcalde se giró en ese momento para mirarlos, revelando que su piel, al igual que la de los hombres de las gabardinas, era negra. En su rostro, una esfera perfecta sin nariz, solo destacaban unos ojos color violeta y una amplia y maliciosa sonrisa.

-¿Han encontrado ya el sueño arcoíris?- preguntó, la vista clavada en los otros tres. El anciano que dibujaba fue el único que no levantó la mirada y siguió trabajando, imperturbable.

-Aún no, señor- tomó la palabra uno de los hombres. El alcalde emitió un gesto seco, que no comprometía a nada, y con sus afilados dedos atrapó una de las luces que seguían revoloteando en la pecera, ajenas a la conversación.

-Pues dense prisa. Gánense su sueldo, o tendré que prescindir de ustedes.

Dicho esto, engulló la luz dorada, cuyo brillo desapareció en la negra garganta del alcalde acompañado de un extraño sonido parecido a una súplica que de nada sirvió a su dueño. El anciano levantó el lápiz en ese momento, y todo quedó en silencio.

Bajo el sombrero de este, una inquietante sonrisa hizo su aparición al tiempo que cerraba la libreta.

I

Mientras escuchaba de fondo la monótona voz de su profesora de lengua y literatura, Aurora también hacía dibujos en su cuaderno.

Era una joven de dieciséis años que estaba terminando cuarto de la ESO. Vestía un uniforme con jersey negro y falda gris, y destacaba por su aspecto: piel muy blanca con pecas, y cabello rojo intenso que aquel día llevaba recogido.

Aburrida a causa del tema de la clase, Calderón de la Barca, se puso a recordar el sueño que tuvo la noche anterior. Tal como reflejaban sus dibujos, en él había estado volando de pie en una barca que era mecida por una suave brisa.

Su cabello suelto se agitaba a causa de esta, y vestía un camisón blanco. El sol se ponía en el horizonte, otorgándole al cielo un tono anaranjado. Pero lo más extraordinario eran los cientos de luces doradas que había bajo la barca.

Esta no volaba sobre el mar, sino sobre una especie de campo que se extendía hasta el infinito. En él, como si fueran plantas, se alzaban las luces que alguien había sembrado. Idénticas a primera vista, cada una poseía un matiz especial que la hacía única.

Se extendían lo máximo que podían hacia la barca como si quisieran tocar a la pasajera de esta. Ella, pese a no comprender dónde se encontraba, sentía una extraña sensación de nostalgia al mirarlas.

Una parte de su ser se preguntaba si dentro de ella también había una luz así.

La voz comenzó a llegar, lejana al principio. Repetía su nombre de forma insistente y cíclica, como las olas que lamen la arena de la playa antes de retirarse y contraatacar. Al principio, Aurora creyó que eran las luces las que la llamaban.

Pero, cuando su adormecida mente logró volver a la realidad, se dio cuenta de que la voz procedía de un lugar mucho más cercano. Concretamente, la pizarra de la clase.

-Aurora- repitió Laura, su profesora, por enésima vez- ¿En qué planeta andas?

La joven alzó la mirada, sabiendo que se había metido en problemas. Aquella profesora, conocida como «la escoba´´ entre los alumnos debido a su extrema delgadez, era bastante estricta y no toleraba las faltas de atención en su clase.

Al mismo tiempo, y aunque fuese paradójico, su voz era tan monótona que invitaba precisamente a dejar de prestarla.

-Ya que pareces haber vuelto, cuéntanos. ¿Qué nos puedes decir de La vida es sueño?

Como siempre que se metía en problemas, Aurora sintió el impulso de morder el extremo de su lápiz donde tenía la goma de borrar. Pero ya lo había hecho tantas veces ese mes que se veía muy maltratado, y se contuvo.

En su lugar, buscó entre los rostros que se habían girado para mirarla el de su amiga Patricia, única que lo hacía de forma compasiva.

-Pues eso, que la vida es sueño y los sueños, sueños son.

Algunas risas nerviosas se escucharon en la clase, pero pronto se cortaron por temor a ofender aún más a la profesora, que en esos momentos caminaba hacia su alumna con el ceño fruncido, algo que hacía siempre que estaba ante lo que ella llamaba «un caso perdido´´.

Aquella vez no gritó. Ni se enfadó especialmente. Ni la mandó a hacer fotocopias al otro extremo del edificio. Tan solo cogió el cuaderno de su alumna para ver a qué se había dedicado su alumna, y lo volvió a dejar sobre el pupitre.

-Tienes otro cero- dijo mientras volvía junto a la pizarra y retomaba la lección con voz aún más cansina. Esta vez Aurora no pudo evitarlo y mordió el lápiz. Aquello significaba que suspendería sin remedio la asignatura y tendría que ir a recuperación.

En circunstancias normales, no era algo que la habría preocupado en exceso. Aunque ya acumulaba unos cuantos suspensos, aquella era su realidad habitual. Tanto sus padres como varios de los profesores tenían asumido que su futuro no estaba en los estudios.

Sin embargo, justo esa semana era la única en la que no quería ser castigada bajo ningún concepto. Porque el sábado, que estaba marcado en rojo en su calendario, iba a tener lugar aquello que llevaba todo el año esperando.

-Tía, John Logan está como un quesito- dijo Patricia mientras más tarde, en el recreo, las dos amigas estaban sentadas en un banco del parque bien alejado del campo de futbol, donde los balones volaban como cañonazos.

Ambas miraban en el móvil de Patricia el cartel promocional del concierto que daba su ídolo aquel sábado, y en el que podía verse una imagen suya. Las entradas las habían conseguido gracias a un primo de Patricia que trabajaba en el equipo de seguridad.

Desde entonces, alguna de las otras chicas se había intentado arrimar a ellas, pero solo tenían dos entradas. Aurora se consoló del cero que acababan de ponerle gracias al plan para el sábado y al bocadillo que le había hecho ese día su madre, de lomo y queso. Su favorito.

-¿Quique no te recuerda un poco a él?- dijo Patricia, con expresión soñadora, mientras miraba a un chico que jugaba a futbol en el campo, y que en ese momento tiraba al suelo a otro que le recriminaba haber cometido una falta.

A Aurora casi se le atragantó el bocadillo.

-¿Qué dices, tía?

Patricia era la típica chica estudiosa que nunca se metía en líos, y su amistad había empezado porque Aurora buscaba a alguien que la ayudase a estudiar. Pese a ello, solían atraerle los chicos con aire de problemáticos.

Aurora se fijó bien en el otro, que era un año mayor pero ya había repetido dos veces. En ese momento, descargaba su frustración por el gol que acababan de meterle a su equipo dándole patadas a la portería.

-No parecen ni de la misma especie.

-No te pases, es muy majo. Lo que pasa es que en clase se tiene que hacer el chulito delante de todos. Pero en el fondo es un encanto.

-Pues será en el fondo, fondo.

-Oye, ¿tú no vas a informática con él?

-Sí. Cuando viene a clase.

-Pues dile que me gusta, tía.

-Ah, no, no- contestó Aurora moviendo el bocata de forma expresiva delante de su amiga- Yo no ayudo más. La que quiera novio, que vaya ella.

Aunque no dijo nada, recordó lo ocurrido la vez anterior que le pidieron hacer de Celestina. El chico se le acabó declarando a ella, y tuvo muchos problemas. Patricia, por su parte, se quedó mirando a Quique en silencio.

-Ya estás poniendo otra vez esa cara.

-¿Cuál?

-La de «yo puedo arreglarlo´´. Te pasa siempre que te gusta uno de los malotes.

-Tía, es que eres muy insensible. Tal vez haya razones por las que se comporta así.

-Ya, y a ti te gustaría ser la que las descubre y lo salva.

-Pues no estaría mal.

-Tía, hazme caso, deja de leer After ya.

Poco después, el sonido de la campana que indicaba el final del recreo las hizo volver a clase. Lo hicieron como siempre, quedándose rezagadas hasta que la muchedumbre hubo subido, y cogiéndose del brazo mientras charlaban de sus cosas.

Aquel día, sin embargo, Aurora se encontró con alguien que no esperaba al pie de las escaleras.

-Oye- le dijo Amanda, su hermana pequeña, que aquel año estudiaba tercero y ya iba de nuevo a su mismo patio- ¿Te importa subir con nosotros?

A pesar de que físicamente ambas hermanas eran idénticas, sus personalidades no podían ser más diferentes. En el jersey del uniforme de Amanda podía verse una placa con el símbolo de la anarquía, y su carpeta estaba forrada con fotos de sus personajes de terror favoritos.

La de su hermana, por el contrario, estaba forrada con fotos de actores y cantantes.

-Vaya, qué simpática de repente- comentó Aurora mientras Patricia se adelantaba y subía ya por las escaleras- ¿Y eso?

Amanda no comentó nada, pero su hermana se percató de una herida que tenía en el labio inferior, en torno a la cual este se le había amoratado ligeramente.

-¿Ha pasado algo?

-Se metió en una pelea por defenderme- dijo un chico que había estado al lado de Amanda desde que esta se dirigió a su hermana. Se llamaba Diego, y era nuevo ese año. Delgado, moreno y de piel aceituna, era un auténtico apestado.

Se rumoreaba que sus padres estaban forrados, y muchos no entendían qué hacía en aquel colegio. Algunos comentaban que era porque había tenido problemas en su antiguo centro, y había cambiado de aires para intentar pasar desapercibido.

Pero no le estaba yendo demasiado bien. De hecho, de no ser por Amanda, nadie hablaría con él.

-Sí- confirmó esta después de que Diego hubiera intervenido en la conversación- Quique y Nacho, de mi clase, se pasan mucho con él.

-Ya. Mira, Amanda, te lo he dicho mil veces. No te metas donde no te llaman. Además, si hay alguien que se lleva todos los palos, pues tú no te los llevas.

Sin añadir nada más, subió escaleras arriba, donde ya la esperaba su amiga para preguntarle de qué habían hablado. Aurora se sentía ligeramente animada pese a que la siguiente clase era biología, la asignatura que menos le gustaba.

Pese a ello, era jueves y faltaban solo dos días para el concierto que pondría un broche de oro a una semana que no había sido de sus favoritas.

O eso creía, ya que a última hora tuvieron clase con el tutor y este les dio una sorpresa desagradable.

-Tía, es que no lo entiendo- comentó Patricia mientras volvían juntas a casa en metro y miraban el boletín de notas que acababan de darles- ¿Cómo pudiste suspender inglés? Si las preguntas que te dije que estudiaras entraron todas.

Aurora no respondió. Ligeramente hundida en su asiento, contaba en silencio el número de suspensos hasta llegar a ocho. Solo había aprobado educación física.

-Me parece que vas a tener que ir al concierto sin mí- dijo por toda respuesta. Su amiga, cambiando de actitud, intentó consolarla.

Mientras trataba de alejar su mente de lo que dirían sus padres, sobre todo su madre, cuando vieran las notas, la joven se fijó en un chico y una chica que estaban sentados unos asientos más allá.

Formaban una pareja extraña. La chica tenía el pelo rosa y leía un libro electrónico mientras estaba sentada con los pies encima del asiento contiguo, ocupando así este y el suyo.

El chico, de pelo verde, estaba sentado frente a ella y jugaba a un videojuego en su móvil. Le vio mover sus dedos de uñas negras por el teclado de este de forma frenética. Estaban cada uno tan enfrascado en lo suyo que actuaban como si el resto no existieran.

Ambos tenían ojos de color azul eléctrico que les hacían parecer hermanos. Vestían de forma similar, con deportivas, vaqueros rotos y camisetas que parecían ser dos tallas más grandes.

Más allá de su aspecto, Aurora no les habría prestado atención de no ser por un detalle: recordaba vagamente haberles visto esa mañana, mientras se dirigía a clase. Estaba segura de que eran ellos porque sus pintas no eran fáciles de olvidar.

De no haber tenido la mente ocupada con otras cosas, habría creído que la estaban siguiendo.

-A ver- insistió Patricia, ajena a las extrañas divagaciones de su amiga- ¿Saben tus padres que nos daban las notas hoy?

-No. Les dije que la semana que viene porque era lo que habían dicho en clase. Pero, ¿y qué?

-Pues que no tenemos clase con el tutor otra vez hasta el lunes.

Aurora reflexionó en silencio, y pronto entendió lo que quería decirle su amiga, volviendo a animarse.

-Qué bien, no me quedo sin concierto- dijo guardando el boletín en su mochila- Gracias, tía.

Los altavoces anunciaron por todo el vagón que se acercaban a la parada en la que se bajaban las dos amigas, y poco después hicieron su entrada en ella. Las puertas acristaladas se abrieron con un pitido, y ambas se bajaron.

-Oye- preguntó de pronto Patricia- ¿Y tu hermana? Hoy no se ha venido.

-Creo que se ha cabreado conmigo. Ya se le pasará.

Aurora y Patricia se alejaron hablando de lo que se pondrían para el concierto, y pronto desaparecieron entre el gentío del andén. Un nuevo pitido indicó que las puertas iban a cerrarse, y entonces sucedió algo inesperado.

El chico y la chica, que hasta ese momento habían actuado como si aquella no fuese su parada, se pusieron de pie repentinamente y salieron en el último momento, casi chocando con alguien que entraba en ese momento a la carrera.

Se quedaron en el andén, de pie en medio de la gente, mientras veían a las dos amigas subir por unas escaleras mecánicas en la lejanía.

-¿Seguro que vale la pena investigarla?- preguntó la chica del pelo rosa- Parece una tía más del montón.

-No lo es- respondió tajante su compañero de pelo verde- Anoche, cuando cogí la barca, estaba allí.

-¿Estás seguro?

-La vi tan nítidamente como te veo a ti ahora.

-Entonces, no puede ser una coincidencia.

Antes de responder, el chico mantuvo la vista fija en la figura de Aurora hasta que esta desapareció de su rango de visión.

-No lo es.

Aurora llegó poco después a casa, y dio gracias a que Patricia hubiese tenido aquella idea sobre las notas ya que su madre no estaba de muy buen humor. Su hermana acababa de llamar y, como siempre que eso ocurría, se había negado a ponerse.

-Elena- dijo su padre, que era quien había cogido el teléfono, después de la negativa e intentando no sonar muy forzado- Está en la ducha. Le digo que te llame luego, ¿vale?

Aurora dio un beso en la mejilla a Sonia, su madre, sabiendo que esta siempre se ponía de mal humor cuando oía hablar de su hermana. Nunca le habían contado de dónde venía esa enemistad, pero al parecer había empezado cuando ella era muy pequeña.

Tanto que no conseguía recordarlo. Desde entonces, su tía Elena había sido una extraña en la vida de Amanda, y en la suya.

De la cocina llegaba el sonido de las albóndigas que su madre, vestida con el uniforme de la tienda en la que trabajaba por las tardes, había preparado. Su padre Ernesto, en cambio, no tenía trabajo y pasaba los días en casa, mirando ofertas de empleo por internet.

Aurora dejó la mochila en el salón y se quedó mirando el único cuadro que colgaba en este. Era de la época en la que a su madre le había dado por hacer punto de cruz, y mostraba a toda la familia durante una visita que hicieron al zoo de Madrid siendo ella y su hermana unas niñas.

De fondo, se veía una jaula donde su ocupante, un león, abría sus poderosas fauces en un bostezo. Ver a su hermana en el cuadro le hizo reparar en la música que llegaba por el pasillo, y que indicaba que ella también estaba en casa.

Fue cuando llegó a la cocina que todo se precipitó.

-¿Qué tal las notas?- preguntó su madre en cuanto la oyó entrar, mientras partía en dos una albóndiga antes de comérsela- Nos ha dicho Amanda que ya os las han dado.

Aurora pensó en su hermana, que ocupaba la habitación al final del pasillo, y muchas palabras desagradables le cruzaron la mente en poco tiempo. De entre ellas, las más presentables eran «rencorosa´´ y «mala hermana´´.

-Déjamelas ver, anda- insistió Sonia, y la joven supo que había perdido la partida. Instantes después, estaba de pie esperando a que su madre terminara de leer el boletín, y preparándose para resistir lo mejor posible el chaparrón.

-Aurora, ¿a qué aspiras? Ocho suspensos. Ocho.

-Ya- dijo simplemente la joven. Sonia pasó el boletín a Ernesto, que había vuelto justo en ese momento, para que leyera también- El tutor ha dicho que van a poner clases de refuerzo para los que van peor.

-Dirás para los que vais.

-Pues eso. Te prometo que voy, ¿vale? Me esforzaré más.

-Veo que me va a tocar ponerme a estudiar contigo. Pues nada, estudiaré. Pero de momento este fin de semana no sales.

Aquellas eran las palabras que Aurora más había temido escuchar desde que le dieron el boletín. Pese a saber que llevaba todas las de perder en esa discusión, el ser adolescente y sentir que todo era cuestión de vida o muerte pudo más que ella.

-No, este finde tengo un concierto. No puedo faltar.

-Hombre- comentó Ernesto, que había terminado de leer- Seguro que podrán hacerlo sin ti.

-El primo de Patri consiguió las entradas, y lo llevamos planificando un mes. Por favor, mamá, déjame ir. Te prometo que voy a refuerzo.

-Que para ti no hay conciertos. Come, y te vas a tu cuarto a estudiar.

Sonia había usado el tono al que siempre recurría cuando quería zanjar una conversación. Su hija lo sabía, pero, pese a ello, la rabia por sentir que le habían quitado algo que en ese momento creía tan importante le hizo pronunciar las palabras que después tanto lamentaría.

-Y, ¿para qué queréis que estudie tanto? ¿Para acabar en el paro, como él? – remarcó, señalando a su padre- Iros a la mierda.

Al igual que su profesora aquella mañana, su madre no gritó. Tan solo se puso de pie y le dio una bofetada.

Tras el incómodo momento, madre e hija cruzaron una mirada. En la de la primera había arrepentimiento, pero también determinación. En la de la segunda, rabia, impotencia y sentimiento de humillación.

Ernesto, sabiendo que el orgullo de ninguna de las dos cedería en ese momento, se puso de pie para intentar mediar. Pero, antes de que pudiera hacerlo, su hija salió de la cocina, agarró las llaves y el móvil y se fue de casa.

Al hacerlo, creyó escuchar que alguien pronunciaba su nombre a sus espaldas, mezclado con el sonido del portazo que dio al salir. Pero esto no la hizo detenerse.

Aún con la mejilla enrojecida, salió a la calle y se alejó lo más deprisa que pudo del apartamento donde vivían. Caminó sin detenerse y sin un rumbo fijo. Pensó por un momento en ir a casa de Patricia, pero no quiso meterla en sus problemas. Ella no había tenido la culpa.

En lugar de eso, siguió caminando sin ver por dónde iba. Pronto, todas las calles le parecieron la misma. La gente iba y venía a su alrededor, y ella solo pensaba en fundirse entre ellos lo más posible para que no pudieran distinguirla.

Mientras lo hacía, una parte de ella trataba de hacerle ver lo egoísta de su comportamiento. Pero otra, la que iba ganando, solo pensaba en castigar a sus padres por haberla sometido a lo que entonces veía como un castigo injusto.

Llegó hasta el parque del Retiro, y se adentró en él. Cruzó la entrada haciendo caso omiso a los vendedores ambulantes, y siguió caminando durante un largo rato hasta que sus pies comenzaron a dolerle.

Entonces, se sentó en un banco y se dio cuenta de que había llegado a una zona de tupida vegetación donde no parecía haber nadie salvo ella. Aquello no la habría inquietado de no ser porque no recordaba ese lugar de sus anteriores visitas.

Además, en el trozo de cielo que dejaban ver las ramas de los árboles comenzaba a formarse una tormenta pese a que hasta ese momento había hecho un día soleado. El calor persistía, mezclándose con la sensación de humedad.

El aire tenía un olor raro, como a ozono, y el tiempo parecía haberse detenido al no ser ya la ciudad visible desde aquel lugar cubierto de vegetación.

Aurora se dio cuenta en ese momento de que tenía dos llamadas perdidas, y también un mensaje de su hermana pidiéndole que volviera a casa porque su madre estaba preocupada. Pero aquello solo la hizo recordar la traición de su hermana, y se reafirmó en sus ideas previas.

Pese a ello, comenzaba a inquietarse por haberse perdido y por seguir sin reconocer el lugar donde se encontraba.

Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que no estaba sola.

El sonido del pincel al rasgar la tela del lienzo fue lo primero que llamó su atención. El dueño, un pintor de larga barba gris, sombrero y abrigo, pintaba en un caballete. A Aurora le extrañó encontrar a alguien que aún usara sombrero.

Sin embargo, el dibujo, que capturaba los alrededores con un sorprendente realismo, la dejó sin palabras hasta el punto de ignorar lo demás. En él, aparecía la joven mientras estaba sentada en el banco y también todo lo de alrededor, incluida su sombra.

Al contemplar el dibujo, tuvo una extraña sensación. Como si este no solo reflejara su imagen, sino también sus emociones más íntimas.

Algo en su ceño fruncido, en cómo se mordía el labio en señal de preocupación o en cómo le caía el cabello sobre la frente parecía conocerla mejor de lo que se conocía a sí misma. Según se acercaba, sintió un extraño vértigo, como si temiera caer dentro del cuadro y perderse en él.

Parecía estar contemplando su propia alma.

Sobre ella, el eco de un trueno se escuchó lejano y el color de las nubes adquirió una textura más oscura. Una brisa se levantó de forma repentina, agitando la vegetación que les rodeaba. El contacto con esta hizo a Aurora recordar dónde se encontraba.

-Perdone- dijo dirigiéndose al pintor con algo de vergüenza, pues le resultaba embarazoso haberse perdido en un sitio que había visitado otras veces- ¿Sabe cómo se llega a la salida?

Para su sorpresa, el pintor no respondió. Dejó de pintar, dio dos pasos hacia atrás como si quisiera contemplar su obra desde otra perspectiva, y retomó el trabajo. Ni siquiera giró la cabeza para mirar a la joven.

Con gesto de fastidio, esta empezó a alejarse mientras sacaba el móvil para consultar el Google Maps. Le daba rabia ser ignorada de esa forma, pero sabía que la gente mayor solía enfadarse si les recriminaban algo, aunque no llevaran la razón.

-A cinco minutos de aquí encontrarás una- dijo de pronto una voz a su espalda, tan rasgada que recordaba al sonido de los pinceles- Sigue por donde vas todo recto, y luego gira por un camino que encontrarás a la derecha.

Aurora se giró y miró perpleja al pintor, que había vuelto a sumirse en el silencio y seguía trabajando como si nada hubiera ocurrido.

-¿Por qué no me contestó antes?

-Tenía que ver a qué velocidad andabas para poderte decir lo que tardarías.

Pronunció aquellas palabras como si fueran la cosa más obvia del mundo, y volvió a callar. Aurora se encogió de hombros y se dispuso a irse por donde le había dicho, pero el cuadro volvió a captar su atención.

Le dio la sensación de que la textura del color era diferente, y que ahora reflejaba el repentino cambio de tiempo que se había producido. La representación del espacio era tan rica en detalles que hasta las plumas de un pájaro posado en una rama se veían de forma hiperrealista.

Era como si todo lo allí representado tuviera vida propia.

-¿Te gusta?- preguntó el pintor, y la joven se sorprendió al mirarle y comprobar que sus ojos se habían posado por primera vez en ella. Al fijarse en estos, se dio cuenta de que brillaban de una forma extraña y maliciosa.

-Eh, sí. Pinta usted muy bien.

-Solo reflejo lo que se me pone delante. Hoy vine para pintar este paisaje, pero se cruzó una jovencita con problemas.

Aurora le miró extrañada. Al igual que la pintura, sus palabras y la forma en que eran pronunciadas parecían indicar que podía ver a través de ella como en el agua cristalina.

-¿Me conoce?

-No, no, el artista no conoce. Solo dibuja. Tus problemas han venido contigo hasta este lugar. Apuesto a que te gustaría que se fueran, ¿me equivoco?

Aurora no supo qué responder. Sabía que no debía estar ahí ni continuar aquella extraña conversación, pero algo en ese cuadro que no podía dejar de mirar ejercía una extraña fascinación sobre ella, dejándola tan inmóvil como su contraparte en la pintura.

-A veces solo basta con desear muy fuerte que algo se vaya para que lo haga, ¿sabes? Es como con las imperfecciones en un cuadro- dijo mientras daba un par de capas de pintura extra y sonreía, viendo terminada su obra- Unos golpes de pincel, y ya no están.

La joven asintió, recordando lo que la había llevado hasta allí. Miró su dibujo, y pensó en lo hermoso que se vería sin aquella expresión preocupada en el rostro que hacía que le salieran arrugas en torno a los ojos, y estropeaba todo lo demás.

-Sí- lo dijo sin ser consciente, al principio, de que sus labios habían materializado lo que reflejaban sus pensamientos. Cuando lo hizo, la primera gota de lluvia cayó golpeándole la frente pecosa, y se deslizó por esta.

Aquella sensación, unida a la de la brisa volviendo a golpear su cuerpo y a agitar su cabello, la hizo volver a la realidad.

-Tengo que irme- dijo, aunque fue más por cortesía que por otra cosa. Echó a andar sin saber si recordaría las instrucciones que le habían dado, pero sin que eso le importara. Solo quería alejarse de aquel hombre extraño, y de la vulnerabilidad que sentía al mirar el retrato.

El pintor se limitó a verla marcharse mientras inclinaba ligeramente el ala de su sombrero a modo de despedida. El sonido de un trueno, este mucho más cercano, se escuchó justo encima.

Acompañando este efecto sonoro, la sombra de Aurora en el retrato se desprendió de sus pies y cayó como una hoja recién desprendida de un árbol. Cuando llegó al límite inferior del lienzo, desapareció.

El pintor sonrió y comenzó a recoger.

Aurora regresó a casa esa tarde, tras pasar varias horas dando vueltas por la ciudad. La tormenta había estallado finalmente, y las calles aún se veían empapadas de humedad.

Mientras subía en el ascensor, pensó en ir directamente a su cuarto y encerrarse allí con la excusa de estudiar. Aún no le apetecía enfrentarse a su madre y al resto. Además, el recuerdo de lo sucedido en el parque aún rondaba por su mente.

Cuando entró en casa, se topó con su hermana Amanda.

-Vaya, volviste- dijo esta, con un tono que pretendía ser irónico, pero en el que Aurora creyó distinguir una nota de alivio- Parece que aún no me quedo con tu habitación.

Aurora escuchó ruidos que venían del salón, y miró la hora. Al parecer, su madre ya había vuelto del trabajo y tendría que verse con ella antes de lo que pensaba ya que su entrada en casa no había sido tan silenciosa como le hubiera gustado.

-¿Está mamá muy cabreada?- preguntó, intentando sonar neutra. Quería hacerle percibir a su hermana que aún no la había perdonado por lo de las notas, pese a que en el fondo ella también se alegraba de haber vuelto.

Sin embargo, el rostro de esta adoptó una inesperada expresión de desconcierto.

-¿Desde cuándo la llamas mamá?

Aurora, descolocada, fue a replicar, pero entonces alguien pronunció su nombre. Venía del salón, y precedió la llegada de alguien vestido con el mismo uniforme de dependienta que su madre.

Pero no era ella.

-Has vuelto- dijo su tía Elena, a la que llevaba años sin ver, adoptando la misma expresión entre relajada y orgullosa que su hermana habría tenido en una ocasión como aquella- Oye, siento lo de antes. Hablaremos de lo de las notas cuando estemos más tranquilas, ¿vale?

Aurora miró a su hermana y a su tía, esperando que alguna de las dos explicase lo que estaba pasando. Pero ninguna lo hizo.

-¿Estáis de coña? ¿De qué va esto?

Como seguía sin recibir respuesta, la joven fue hasta cada una de las habitaciones de la casa. Abrió estas, entró y salió poco después con cara de no haber encontrado lo que buscaba. Mientras, las otras dos la miraban sin comprender nada.

-Mamá, papá. Salid, no tiene gracia. Sé que debéis estar cabreados, pero esto ya es pasarse.

-Aurora, ¿qué dices? – preguntó su hermana, con un tono que reflejaba preocupación y tristeza. Esto último descolocó aún más a la joven- ¿Por qué sacas eso ahora, no crees que ya la has liado bastante?

-Calma, Amanda- intervino Elena- Aurora, quiero que me expliques qué es lo que esperas conseguir con esto.

-¿Yo? ¿Qué haces tú aquí, si para empezar esta no es tu casa?

Elena y Amanda intercambiaron una mirada, más desconcertadas que nunca. Tras un tenso silencio, la tía fue la primera en hablar. Cuando lo hizo, el mundo se su sobrina se vino abajo en cuestión de segundos.

-Aurora, llevo viviendo aquí desde que eráis niñas, ¿no te acuerdas? Desde que papá y mamá…ya no están.

Durante los siguientes segundos, Aurora esperó que ocurrieran una serie de cosas: que su tía y su hermana se echaran a reír al no poder contenerse más y que sus padres reaparecieran, haciéndole saber que todo era una broma pesada por su comportamiento.

Pero no fue así. Elena seguía mirándola con sincera preocupación y desconcierto, como si realmente fuera de ella de quien estaba a cargo.

-No- exclamó Aurora mientras retrocedía hasta el salón con una cierta sensación de vértigo. Lo que la rodeaba, que hasta ese momento se veía firme y seguro, parecía a punto de desvanecerse en una niebla, dejándola sin punto de apoyo- No, no, no, no, no.

Mientras se llevaba las manos a la cabeza e intentaba asimilar lo que ocurría, si es que eso era posible, se fijó en el cuadro. Era el que siempre estaba allí colgado, el único que su madre logró terminar cuando hacía punto de cruz.

Solo que no era exactamente el mismo. Ahora, quien acompañaba a las dos niñas pelirrojas y posaba junto a ellas frente a la jaula del león era su tía Elena.

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