Cortos de tinta: «Nuevo orden´´ (último capítulo)

Advertencia: este texto contiene escenas que pueden herir la sensibilidad del lector.

XIII

Como Victoria había dicho, la operación estuvo lista para el día siguiente. Habilitaron un antiguo gimnasio como quirófano, y el doctor Roel, médico principal del centro de reinserción, acudió en persona para supervisar todo a pesar de su minusvalía.

La seguridad también fue intensificada. El propio Héctor, jefe de la policía secreta, estuvo presente para coordinar el operativo. La presencia de soldados en los alrededores del recinto fue superior a la habitual.

Sin embargo, el flujo de información estuvo fuertemente controlado. No querían que nada más saliese de allí hasta que la operación no hubiese terminado, y tuvieran algo que comunicar a la población.

Eva no vio nada de esto, pues seguía en la habitación donde había pasado la noche. Pero si oyó los helicópteros que aterrizaban, y supo que había más movimiento que el día anterior. Era normal, pensó. Era su gran día.

Se preguntó cuanto tardarían en ir a buscarla. No demasiado, imaginó.

Pedro estaba junto a ella. O, mejor dicho, el desconchado de la pared que ahora imaginaba que se parecía a Pedro. Se dio cuenta de que empezaba a olvidar pequeños rasgos de su cara, y se arrepintió de no haberle hecho una foto.

Luego recordó que se la había hecho, pero estaba en el móvil que le habían quitado al llegar.

Se preguntó por qué había despertado pensando en él. Tal vez, se dijo, el hecho de estar a punto de perder sus emociones le hizo aferrarse a un recuerdo positivo que tenía de ellas. Recordaba pequeños momentos, como cuando la llamó la última superviviente más allá de Orión.

Veía su vida de los días anteriores como un sueño con fragmentos de pesadilla que llegaba a su fin. Después de la operación, si sobrevivía, los malos recuerdos ya no podrían atormentarla más.

Pero las cosas buenas tampoco podría sentirlas.

– ¿Tiene sentido que quiera proteger pequeños momentos de felicidad a costa de vidas? – dijo, imaginando que hablaba con Pedro o con quien fuese en ese momento la cara a la que le recordaba el desconchado de la pared- ¿Realmente lo merece?

-No se trata de lo que merezcamos- imaginó que le decía Pedro, como había hecho aquel día en el establo- Se trata de lo que creas. ¿Qué crees tú que debes hacer?

Aquella fue la última vez que escuchó, aunque fuera en su cabeza, la voz de alguien más. El resto del tiempo que estuvo en la habitación lo pasó sola y sin respuestas.

El ataque dio comienzo a media mañana. Los uniformes de soldados muertos que se habían llevado con ellos resultaron ser de gran utilidad, ya que lograron engañar a un helicóptero para que descendiera y tomarlo al asalto.

Esto les permitió también poder acercarse al centro sin levantar sospechas. Imitando la voz fría y desapasionada del enemigo, se comunicaron por radio y pidieron permiso para aterrizar. Una vez dentro, comenzaron el ataque.

Ocurrió al poco de llegar Victoria para presenciar la operación de Eva. Quisieron evacuarla, pero se negó. Necesitaba asegurarse de que la amenaza que representaba la chica era erradicada, ya que sin ella la lucha de los otros sería inútil.

-Mata a todos los que lleguen hasta aquí- dijo a Héctor antes de desplazarse desde la sala de los monitores hasta el gimnasio donde se iba a realizar la operación. Este asintió, y le comunicó que Eva ya estaba siendo llevada allí.

La líder del gobierno se alegró, pese a todo, de haber tenido la entrevista con la prisionera el día anterior. Las estadísticas demostraban que tenían mayor posibilidad de cambio aquellos que habían sido previamente sometidos a una terapia de choque.

Si se rompía su fe en las emociones, se desprendían de ellas más fácilmente.

Entretanto, en el tiroteo de fuera, la resistencia se vio superada en número por los soldados, pero hubo un factor que cambió el curso de la lucha.

Los atacantes se hicieron con algunos bidones de combustible para los helicópteros, y empezaron a usarlos como arma. Disparaban sobre ellos para abrir agujeros por los que se vertía la gasolina, y los mandaban rodando contra los soldados tras prenderles fuego.

Con esto, lograron causar bajas en las fuerzas que protegían la entrada, y dispersarlas. Pedro y un pequeño grupo aprovecharon para entrar en el edificio antes de que se reagruparan. El resto se quedaron fuera, cubriéndoles.

Un soldado envuelto en llamas, pero incapaz de sentirlas avanzó varios metros persiguiendo a los que habían entrado hasta que, finalmente, cayó consumido por estas.

-Vigilad las escaleras- indicó Pedro a Esteban y a una chica de pelo rizado llamada Carla. Habían logrado llegar hasta el primer piso, y las escaleras a las que hacía mención eran el único acceso.

Él y otro chico de nombre Sergio avanzaron por el pasillo con cautela seguidos de Ramón, el asesino de Lucía. Carla, siguiendo las indicaciones, protegió la esquina que llevaba a este mientras que Esteban se ocupó de vigilar la escalera.

Con su rifle listo para abatir a quien se acercara, parecía un vigía del barco que una vez persiguió a Moby Dick.

Pedro y los que se habían adelantado avanzaron por el pasillo, comprobando cada habitación que encontraban. Muchas de estas estaban vacías, y no tuvieron para ellos mayor interés. Sin embargo, la que hacía esquina fue un caso diferente.

Era la sala de los monitores. Tras no ver a nadie en el interior, Pedro hizo una seña a Ramón para que protegiera el pasillo y entró con Sergio. La habitación apenas tenía muebles, salvo unas perchas para abrigos en la desconchada pared del fondo y una mesa volcada.

Tras no encontrar ninguna documentación que les indicara dónde podían tener a Eva, centraron la atención en las pantallas. Estas mostraban diferentes zonas del centro, la mayoría sin actividad. Las de fuera, en algunos casos inoperativas a causa del tiroteo.

-Mira- dijo de pronto Sergio, señalando la imagen de un pasillo con una pared al fondo que estaba siendo custodiada por dos soldados- Ahí deben tener a los prisioneros.

– ¿Estás seguro?

– ¿Con la que está cayendo fuera, y esos dos no se mueven de ahí? Tiene que haber algo tras esa puerta.

-Si los liberamos, tendremos más ayuda- respondió Pedro, convenciéndose de la lógica del argumento- ¿Crees que Eva también estará allí?

No hizo falta que el otro le respondiera para que la breve esperanza que había sentido por un momento se desvaneciese. Si era cierta la información que oyeron el día anterior, y tendían a creer que lo era porque vino de un canal oficial, Eva sería sometida a la operación ese mismo día.

Así que no debían tenerla con los prisioneros comunes.

Mientras los dos chicos intentaron encontrar entre las diferentes pantallas una imagen que les diese una pista de dónde podría estar, alguien se movía sin que lo viesen tras la mesa volcada del fondo.

Héctor, que se había escondido nada más llegaron, preparaba su arma tras asegurarse de que solo había dos con él en la habitación.

-Eh, ¿todo bien por ahí? – preguntó Clara, la chica que vigilaba la esquina. Hacía rato que Esteban había abandonado su pose vigilante y alerta. En su lugar, tenía los hombros caídos y cogía su rifle con una mano a la altura de la cintura.

– ¿Me estás escuchando? – volvió a insistir, esta vez acercándose más a su compañero y quedando casi a espaldas de él.

Esteban reaccionó finalmente, y se giró para mirarla. Su cara no solo mostraba el mismo desinterés que su cuerpo, sino que sus ojos no reflejaban la más mínima expresión. Dándose cuenta de lo que ocurría, Carla intentó reaccionar, pero fue demasiado tarde.

Su compañero le quitó el arma y la llevó a la fuerza contra una pared. Cuando quiso gritar para alertar a los del pasillo, le tapó la boca y solo salió de ella una especie de murmullo.

– ¿Pasa algo? – preguntó Ramón desde el pasillo, pero Carla ya no pudo contestarle. En su lugar, fue Esteban quien habló.

-Nada. Todo va bien.

A Ramón, armado con un rifle y un cinturón de bombas, le extrañó un poco el tono frío y cortante de su compañero. Sin embargo, no abandonó su puesto.

Al otro lado de la esquina, Esteban se llevó un dedo a los labios para indicar silencio a su prisionera. Esta, desprovista de su arma, reaccionó mordiendo con toda la fuerza de la que fue capaz la mano que le impedía hablar.

Sin embargo, el otro era ya incapaz de sentirlo y se limitó a ver fluir la sangre desde la boca de ella hasta el suelo, pasando por su mano. Al ver que no se detenía, sacó un cuchillo de gran filo que llevaba metido en el pantalón.

Y se lo introdujo a Carla por debajo de la mandíbula, atravesando esta con su filo y perforando también la lengua. Estuvo muerta antes de poder siquiera hablar. El brazo de Esteban se cubrió con la sangre que brotaba de la herida.

Ahora, ya solo quedaba el del pasillo.

-Aquí- señaló de pronto Pedro en la sala de los monitores. La pantalla que le había llamado la atención tenía algo parecido a una mesa camilla al fondo. Pero no se fijó en ella hasta que vio entrar a varias personas, Eva entre ellas- ¿Dónde debe estar esto?

-Parece un sótano- dijo Sergio, pero fue su última aportación. Héctor surgió de detrás de la mesa y le acertó en la cabeza, manchando la pared de detrás con su sangre. Pedro logró agacharse a tiempo, y quedó cubierto por la mesa de los monitores.

Mientras escuchaba las balas pasar sobre su cabeza y a los lados, estrellándose contra la pared de azulejos, intentó coger el arma de su compañero, que había quedado bajo el cuerpo de este. Sin embargo, no podía moverlo sin quedar expuesto.

Sabiendo que no serviría de nada capturar al otro ya que los prisioneros de ese bando nunca hablaban y entregaban sin dudarlo su vida antes que dar información, decidió enfrentarse a él con lo único que tenía, un cuchillo.

Apretó los dientes y esperó a que sus compañeros le ayudasen desde el pasillo.

Ramón escuchó los disparos desde allí, pero también lo hizo Esteban. Y, aprovechando la distracción de su antiguo compañero, disparó a este desde el fondo del pasillo. Debido a la distancia, falló y la bala se estrelló en una pared.

El otro se puso alerta, pero, cuando vio quién había disparado, se quedó paralizado por la sorpresa durante unos segundos que Esteban aprovechó para acercarse y meterle tres balazos en el pecho. Tras los impactos, cayó al suelo.

Su ejecutor apartó el arma de él antes de que pudiese recuperarla, y se quedó observando desde una fría posición de superioridad como la sangre empezaba a brotar por los orificios de las balas, manchando de rojo su camisa blanca.

Pedro supo, al oír estos últimos disparos, que el pasillo estaba en peligro. Pero, antes incluso de que pudiera temer por sus compañeros, Héctor se quedó sin balas. Lo escuchó detrás de la mesa mientras recargaba su arma, y supo que era su oportunidad.

Cogió el cuchillo y, poseído por la furia que le daba recordar la muerte de uno de los suyos, cargó contra su enemigo y empezó a acuchillarlo sin piedad en el abdomen. Al hacerlo, le miró a los ojos y vio que era el mismo que había ejecutado a la chica en el gimnasio.

Sin embargo, que la ira se apoderara aún más de él no le benefició. Sus golpes se volvieron menos certeros y, pasada la sorpresa, Héctor se recompuso con rapidez. Cogió la mano con la que le apuñalaba y le retorció la muñeca, haciéndole soltar el cuchillo.

Después, aprovechó su mayor musculatura y tamaño para colocar un brazo en torno a su cuello y empezar a apretar este contra su pecho. Pedro, que no podía creer lo rápido que habían cambiado las tornas, intentó liberarse.

Pero el oxígeno empezó a faltarle con rapidez.

Desde que decidió unirse a aquella misión de rescate, Ramón supo que no volvería. Muchos de sus compañeros, aunque no lo dijeran, esperaban que fuese así. Tal vez, incluso una parte de sí mismo lo esperaba.

-Eh, Holden. Si soy el siguiente, quiero que seas tú el que acabe conmigo, ¿lo prometes?

Había oído aquellas palabras la noche en que Gulliver y su mujer fueron enterrados. Se las había dicho el único compañero que esperaba verlo volver de la misión, y del que ya no quedaba nada en aquel ser que le había disparado.

Mientras se llevaba la mano al cinturón de bombas, supo que aún le quedaba una cosa por hacer. Y que esta vez, al contrario que el resto de cosas, lo iba a hacer bien.

-Lucía- fue la última palabra que pronunció tras quitar la anilla de una de las bombas. Esteban, que estaba pendiente de Héctor y Pedro, no le había prestado atención hasta ese momento. Cuando quiso reaccionar, ya fue tarde.

Murieron juntos, como habían hecho todo lo demás, cuando la bomba explotó.

La explosión sacudió la sala de los monitores. La onda expansiva lanzó estos al suelo, así como a los dos combatientes, y reventó las ventanas. A esto le siguió una nube de polvo que por un momento les impidió ver.

Pedro se recuperó un poco más rápido, pese a notar que un oído le sangraba y que había perdido algo de audición. Ya no estaba preso de Héctor, pero tampoco encontraba el cuchillo que había usado contra él, y la mano aún le dolía.

Su enemigo se alzó, corpulento, ante él. Cuando recuperaron visión tras la nube de polvo, se preparó para cargar contra él de nuevo. Sin embargo, Pedro se fijó en las perchas que había en la pared justo detrás de este.

Y pronunciando internamente el nombre de Celia, la chica ejecutada en el gimnasio, se lanzó contra él y lo empujó hacia allí.

El plan de Pedro dio resultado, y una de las perchas atravesó el cuello de Héctor, matándolo al instante. Victorioso, el joven de la resistencia se dejó caer al suelo y tomó aire, dándose cuenta de lo doloridas que tenía algunas zonas del cuerpo.

Se asomó al pasillo y contempló a sus compañeros muertos. Sin tiempo ni siquiera para lamentarlo por ellos, sabiendo que de alguna forma él les había arrastrado hasta allí, pensó en el sótano y en la imagen que habían visto en la pantalla.

Cogió el arma de debajo del cadáver de Sergio y salió de allí en dirección a los niveles inferiores. Sabía que, con el grueso de los soldados ocupados fuera, la mayoría de los que quedasen allí se centrarían en proteger la operación.

Era lo más lógico, y su enemigo lo era. Así que, si pensaba como ellos, podía adelantárseles. Tal vez no pudiese él solo con un pelotón de soldados, pero podía crear una distracción.

Entretanto, Eva estaba atada a la camilla mirando al techo. En ocasiones, su mirada se desplazaba a la jeringuilla que preparaba el doctor Roel. En esta, flotaba un líquido de color gris. Tan impersonal como ella lo sería si la operación tenía éxito.

Victoria también estaba presente. Y un soldado que vigilaba la puerta, y que la ejecutaría si la dosis no funcionaba. La radio de este había estado encendida hasta hacía poco, pero la apagaron porque las noticias que llegaban de fuera eran confusas.

Se decía que las tropas empezaban a reestablecer el orden en el exterior, lo que dio lugar a una ligera sensación de triunfo entre los presentes. Pero también que algunos habían entrado, y liberaron a los prisioneros que no habían sido reconvertidos.

Esa fue la razón de que gran parte de la vigilancia que había tenido el gimnasio hasta poco antes ya no estuviera. Y también de que llegasen ocasionalmente desde otras partes del edificio sonidos de disparos e incluso explosiones.

Todo esto sin que tuvieran forma de saber de qué bando eran.

Eva intentó entender por qué habían vuelto a por ella. Al saberlo, le dio un vuelco el corazón, sobre todo por la perspectiva de que Pedro fuese uno de ellos. Pero, al mismo tiempo, temía por todas las vidas que se pudiesen estar perdiendo.

Recordó la prudencia que siempre habían mostrado cuando estuvo con ellos, y que los había llevado a sacrificar a muchos, incluida su madre. Pensar en ella dolía, pero por difícil que fuera reconocerlo, no tanto como imaginar caer a otros que sí había llegado a conocer.

Se preguntó si estos habían abandonado toda la prudencia por una sola vida.

La vida. Ahora que se acercaba el momento donde dejaría de sentir, los recuerdos afloraban. Y, para su sorpresa, los buenos se imponían a los malos pese a que había creído que estos últimos le dejaron una mayor huella.

Tal vez, en el último momento, su mente había sido capaz de encontrar un equilibrio entre el dolor y la felicidad.

La aguja ya estaba preparada. Mientras el doctor Roel buscaba una vena en su cuello para inyectársela, se dio cuenta de que no sentía miedo. Ni siquiera ira. En su lugar, daba gracias por todos los buenos momentos que había vivido.

Pedro, Lucía, su madre y el mar que una vez le enseñó…todos ellos estaban en sus recuerdos, pero también pequeñas sensaciones como el viento en su cara o el agua del arroyo en sus pies. La hierba contra su cuerpo, o la música que hacía a este bailar.

Se dio cuenta de que todas esas cosas, si se unían, formaban a la persona que ella era. Y que eso significaba existir.

-Te equivocas con ellos- dijo, mirando a Victoria- Son todo eso que dijiste, pero también mucho más. Y sí, moriría por ellos. Ahora lo sé.

La líder indicó al doctor con un gesto de la mano que esperara para inyectar la dosis. Se acercó a Eva, y vio en ella algo que nunca había detectado en otro prisionero: paz.

– ¿Crees que merecen ese sacrificio?

-No importa lo que merezcan. Importa lo que yo crea. Y esto es lo que quiero hacer.

-En unos segundos todo eso va a cambiar.

-Lo sé. Pero durante unos días estuve viva. Y eso es algo que nunca vais a poder quitarme.

Victoria detectó un nuevo sentimiento junto al que antes había visto. Eva estaba feliz y relajada de una forma que su lógica no podía descifrar. Como si hubiera descubierto un secreto que solo los que vivían a su manera podían conocer.

-Proceda- dijo al doctor Roel, pensando que en el fondo ya daba igual.

La puerta se abrió de golpe, creando un efecto de distracción que hizo a todos los presentes desplazar la mirada hacia allí. Pedro, que acababa de entrar, observó al doctor con la aguja junto a Eva y, presa de la rabia, disparó a este en la cabeza.

– ¡Cuidado! – gritó la chica cuando el soldado, que había sido aplastado por la puerta al entrar el otro, empezó a recuperarse y trató de coger su arma. Pedro fue más rápido, y lo mató de tres disparos en el pecho.

Finalmente, disparó también a Victoria, que cayó al suelo de lado junto a la camilla. Miró a su alrededor, presa aún de la adrenalina y la rabia, buscando más enemigos. Pero no encontró a ninguno más.

La jeringuilla, en el suelo junto al cadáver del doctor, se había hecho pedazos al caer.

Se centró en Eva, a quien desató rápidamente. La trató como si pudiera romperse en cualquier momento, evaporando la felicidad que sentía por volver a verla. Se alarmó al ver la herida con puntos de su cabeza.

-Estoy bien- dijo ella, y le abrazó. Fue un gesto cálido que les hizo saber a ambos que la Eva de los últimos días seguía allí. Pedro miró su arma, asqueado de lo había pensado hacer con ella en caso de llegar demasiado tarde.

-Tenemos que irnos de aquí.

Recogiendo el arma, y con Eva siguiéndole, el chico emprendió la marcha por el mismo camino que le había llevado hasta el sótano. No encontraron enemigos, pero sí les llegaban desde la distancia los ecos de la lucha entre estos y los prisioneros liberados.

Confiando en que estos les diesen algo más de tiempo, avanzaron con cautela sin separarse del camino ya conocido por Pedro. Tras cada esquina, este se preparó para disparar por lo que podrían encontrar allí.

Sin embargo, nadie salió a su encuentro.

Llegaron hasta un pasillo en la planta baja que llevaba hasta una salida. Los sonidos de lucha eran mucho más intensos allí, ya que solo unos metros más adelante la resistencia peleaba contra los soldados. El eco del pasillo amplificaba los gritos y disparos.

Eva sintió nauseas de golpe, y vomitó en el suelo. Una granada había sido detonada allí poco antes, y encontraron el cuerpo mutilado de un soldado. La parte superior de este estaba tirada en mitad del pasillo, con los intestinos asomando.

-Quédate aquí- le dijo Pedro a la chica, ayudándola a sentarse en la esquina al final del pasillo ya que seguía algo mareada- Voy a comprobar la salida.

Se acercó hasta allí con cautela, con su arma lista para disparar si era necesario. Eva no apartó la mirada de él, decidiendo concentrarse en la felicidad que sentía por volver a verle en lugar de en el horror y la violencia.

Debido a esto, no fue consciente de lo que ocurría a su espalda. El soldado mutilado se incorporó de pronto, su fría mirada fija en ella. Lentamente y en silencio, empezó a avanzar por el pasillo, arrastrando sus intestinos.

A mitad de camino encontró un cuchillo tirado y se lo puso entre los dientes. Sin apartar la mirada de su objetivo, siguió desplazándose.

Pedro tampoco fue consciente de lo que ocurría al estar pendiente del exterior. Por un momento, tuvo la sensación de que el número de soldados de la resistencia había aumentado, y de que el curso de la batalla estaba cambiando.

Pero tal vez fuesen imaginaciones suyas, pensó. Cerca de la entrada había un nido de soldados enemigos que intentaban resistir, aunque se estaban viendo superados en número. Si caían, el camino quedaría despejado para ellos.

Indicó a la chica que esperara con un gesto de la mano, pero sin mirar hacia ella para no perder de vista lo que ocurría fuera. Debido a esto, no vio como el soldado estaba ya solo a unos metros de Eva, y cogía el cuchillo con una mano.

La suerte les sonrió de golpe, pues un helicóptero pilotado por la resistencia sobrevoló el nido y abatió a disparos a sus defensores. Con el camino libre, Pedro se giró para avisar a Eva. Pero sus palabras fueron ahogadas por el grito de esta.

El soldado la había agarrado de la camisa, y alzaba el cuchillo que se disponía a clavarle. Pedro se lo impidió de un disparo en la cabeza.

Se acercó a la chica, que seguía visiblemente alterada, y la abrazó para calmarla.

-Vámonos- le dijo, mirándola a los ojos- El camino está libre.

Pero, antes de que pudieran ni siquiera moverse, el chico recibió dos balazos. Uno en el hombro, y el otro a la altura del pecho. Cayó al suelo, dolorido, mientras Eva intentaba atenderle.

Desde el fondo del pasillo llegó Victoria, que sangraba por un costado debido a la herida de bala del gimnasio. Sin embargo, inmune al dolor al contrario que sus enemigos, seguía avanzando pues aún podía tenerse en pie.

-Huye, Eva- dijo Pedro mientras intentaba arrastrar el arma, que había caído al suelo, con la pierna hacia él. Los dos miraron a Victoria, que por unos segundos no supo a quién disparar.

El chico decantó la balanza logrando recuperar el arma e incorporándose para hacerle frente. La líder respondió metiéndole dos tiros en las rodillas, y haciéndole caer al suelo.

-Vete, Eva- repitió, haciéndose oír por encima de sus propios gritos de dolor. Ella, sin embargo, lo estrechó contra su cuerpo y le habló al oído que no le sangraba.

-No me voy a ninguna parte sin ti.

Victoria llegó hasta ellos. Apartó el arma de Pedro con el pie, y apuntó con la del soldado del gimnasio a la cabeza de Eva. Había dado por hecho que ella huiría como le pidió, y no mató al otro para poder utilizarle. Sin embargo, allí seguía.

– ¿Por qué no has huido como te dijo él? ¿Por qué no has intentado salvarte?

-Porque la vida también es la gente que queremos. Eso usted jamás lo entenderá, líder.

Y en ese momento, tras escuchar a Eva y ver la forma en que agarraba el cuerpo de Pedro, como si con eso pudiera protegerlo de cualquier disparo, que Victoria comprendió el significado de la última mirada de su hermana.

La recordó tendida en el suelo, con la vida segada por el disparo en el cuello. Pero sus ojos, que la miraban sin verla, transmitían el último mensaje que cruzó por su mente: «me alegro de que no hayas sido tú´´.

No fue hasta que vio esa misma preocupación en los ojos de Eva que se dio cuenta.

-Ya no importa- dijo, su dedo deslizándose sobre el gatillo de la pistola. Pedro y Eva cerraron los ojos al escuchar dos disparos.

Victoria se desplomó muerta en el suelo. Por la puerta vieron entonces entrar a varios miembros de la resistencia. Y, al frente de ellos, la persona que menos habían esperado en aquel momento.

-Hijo- dijo Fernando, el padre de Pedro- Hijo, ¿estás bien? Ayúdame, Eva.

Entre los dos lograron poner de pie al malherido joven. Salieron fuera, donde la llegada del resto de la resistencia había decantado las fuerzas del lado de esta. El helicóptero que habían visto disparar antes les esperaba tras haber tomado tierra.

-Estoy aquí, hijo- insistió Fernando mientras ayudaba a Pedro a subir al helicóptero- Estoy contigo.

Y, por un momento, Eva vio sonreír a su joven amigo.

Despegaron, seguidos de otro helicóptero con el que habían conseguido hacerse. Eran un grupo que mezclaba a soldados de la resistencia de diferentes edades con prisioneros del centro que se habían liberado.

Eva no soltó a Pedro en todo el trayecto. Cuando se quejaba más a causa del dolor, le besaba para tranquilizarle. Volaban en busca de un nuevo escondite, aún no sabían dónde.

Pero Eva sí sabía dos cosas: estaba viva, y todo lo que le importaba iba con ella en ese helicóptero.

Epílogo

El último mensaje de Eva se grabó el día antes de la operación. La resistencia, ahora refugiada en una antigua fábrica clausurada años antes por el gobierno, no lo vio hasta que esta fue llevada a cabo y les informaron de que todo había ido bien.

-No sé si lo que voy a dejaros servirá para cambiar las cosas- decía Eva en la imagen grabada por ella misma con la cámara- Pero sí que es mi legado para vosotros, y que espero que sepáis usarlo.

La resistencia vio el video en grupo. Entre ellos estaba Pedro, que aún necesitaba apoyarse en otros para caminar debido a las heridas de las piernas. Sin embargo, estaba mejorando y el médico que le operó creía que pronto caminaría solo de nuevo.

-No sabía lo que era la vida hasta que os conocí. Ahora, sé que vale la pena cada segundo de ella. Por eso no tengo miedo. Lo peor de la vida no es la muerte, sino no haber vivido.

En un lado de la imagen, apareció un símbolo indicando que la batería se estaba gastando. Eva cogió la cámara, y la acercó hacia sí.

-Ha informado Eva, la última superviviente más allá de Orión.

Al otro lado de la imagen, un emocionado Pedro no pudo contener las lágrimas. Fernando, que estaba a su lado, le puso el brazo sobre los hombros en señal de apoyo.

-Fin del informe- dijo Eva, y cortó la grabación.

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