
XII
Su nuevo mundo estaba formado por cuatro paredes y un colchón tirado en el suelo. Una de ellas tenía un desconchado grande de la pintura que se destacaba del blanco inmaculado del resto. Era el único rasgo de personalidad que poseía aquella estancia.
Eva no sabía cuántas horas llevaba allí. La falta de una ventana le impedía deducir el momento del día. En la pared donde estaba la puerta había una marca con la forma redonda de un reloj que ya no estaba allí.
Supuso que lo habían hecho a propósito. Los prisioneros que no veían la luz del sol tendían a venirse abajo psicológicamente más rápido.
Ni siquiera sabía dónde la tenían, aunque imaginó que era un centro de reconversión. Por lo que le dio tiempo a ver mientras la llevaban a la habitación, tenía aspecto de colegio abandonado. Una parte de ella, su lado racional, se puso a trabajar.
Le dijo que el hecho de que no la hubieran puesto con otros prisioneros, como solían hacer, indicaba que le estaban dando un trato especial. Quizás aún tenían esperanzas de convertirla, y no querían mezclarla con los seres emocionales.
Por otro lado, la presencia del colchón indicaba que pasaría al menos un día allí.
Fuera como fuera, desde que la metieron en la habitación solo había visto al médico que entró para darle puntos en la herida de la cabeza.
Antes eso no le habría supuesto un problema. Recordó las horas esperando a Pedro en el sótano. Tenía libros y música para pasar aquellos momentos.
Antes de Pedro, podía estar horas e incluso días sin hablar con nadie. En su habitación, preparando los trabajos finales. En la piscina donde a veces iba a ejercitarse, realizando solitarios largos hasta llegar a la meta de la larga línea azul.
Pero algo había cambiado. Recordó haber leído sobre los centros de reconversión, y los métodos de la policía secreta. Estudió aquellos datos sin la más mínima curiosidad ni pasión. Solo debía entender el engranaje del que ella iba a formar parte.
Ese día, sin embargo, su mirada se desplazaba por la estrecha habitación mientras pensaba en los que habrían estado allí antes que ella. Buscó algún indicio, por pequeño que fuese, que le permitiera sentirse más cerca de ellos.
Sus edades. Quienes eran. Si tuvieron miedo, o aceptaron su destino estoicamente. Y, cuando no encontró ni siquiera una inscripción en alguna pared, un sentimiento apareció para posarse sobre ella e instalarse en su ánimo.
Era la soledad.
Fue a primera hora del día siguiente cuando un soldado vino a buscarla. Aún dormía, aunque después no logró comprender cómo lo había conseguido. Tal vez el que su mente supiera que no podía escapar llevó a su cuerpo a relajarse y caer dormido.
La llevaron por un largo pasillo. Pudo fijarse mejor en los detalles esta vez, y confirmó que se trataba de un antiguo colegio. Uno abandonado y decrépito. Desapareció la soledad, y un nuevo sentimiento más poderoso se abrió paso.
Miedo. Y no solo por ella. Por lo que pudiese implicar el lugar al que la estaban llevando, y el propósito de ello. ¿Habrían capturado a alguien más? ¿Esperaban que ella hablase? Sus sentimientos se desbordaron en muchas direcciones, haciéndola temer por mucha gente.
Pero el peor momento fue cuando comprendió que no valdría de nada preguntar porque nada le revelarían. Aquellos soldados hacían su trabajo de forma tan fría y pulcra que no resultaba humana. Comprendió que solo ella lo era en aquel lugar.
Y se sintió, de nuevo, terriblemente sola.
La hicieron pasar a una estancia iluminada por la luz que entraba por unas ventanas. Era espaciosa, y las paredes estaban decoradas con azulejos, aunque muchos de ellos se habían caído al suelo o lucían manchados por el paso del tiempo.
Eva comprendió que estaba en una antigua clase. El soldado la hizo sentarse en el único pupitre que quedaba en pie, y salió de la estancia. Un compañero suyo se quedó junto a la puerta vigilando. Y frente a ella, como si fuera a someterla a un examen, estaba la persona que la habían llevado a ver.
-Hola, Eva. Me conoces, ¿verdad?
Habría sido imposible para ella contestar negativamente a esa pregunta. La mujer que estaba ante sí aparecía con frecuencia en todas las televisiones del país. Su voz se colaba en los hogares a través de las radios.
-Supongo que sabes por qué estás aquí- dijo Victoria, la líder del gobierno. Sobre el pupitre había una carpeta abierta que, como Eva descubrió más tarde, tenía datos sobre ella. Desde su expediente académico a la ficha que la policía secreta tenía de todos los ciudadanos.
La joven no se atrevió a responder con nada más que un tímido movimiento de cabeza. Que la líder estuviese allí indicaba, como había sospechado el día anterior, que no era una prisionera corriente. Y, fuera lo que fuera lo que quisieran de ella, estaba a punto de descubrirlo.
-Nos tienes miedo, ¿verdad, Eva?
La pregunta pilló por sorpresa a la chica, que no se atrevió a responder. Pero Victoria, como antigua poseedora de emociones, sabía leerlas tan bien como cuando formaba parte de la policía. En esa época, fue una de las interrogadoras más temidas por los prisioneros.
Esto se debía a que podía saber lo que la gente con emociones sentía incluso mejor que ellos mismos.
-Dime, ¿algún soldado te ha tratado con más dureza de la necesaria desde que llegaste? ¿Te has sentido intimidada, o amenazada en algún momento?
Una vez más, Eva no se atrevió a responder. Pero su silencio fue más que suficiente para Victoria.
-Pero aun así nos tienes miedo. Intento hacerte entender que toda emoción es solo subjetiva. Algo sin fundamento que te condiciona e impide pensar. Y ellos la han instalado ahí dentro como una mala semilla. Pero podemos extirparla.
Al decir esto último, señaló a la cabeza de Eva. Después, cerró la carpeta y la chica se dio cuenta al ver su foto de que era su expediente.
-Podemos reinsertarte, Eva, si así lo deseas. Tus notas eran buenas antes de que ocurriera todo esto. Puedes tener un futuro prometedor, cosa que ellos no te ofrecían. Sabes lo que iban a hacerte, ¿verdad? No mientas, uno de ellos lo ha confesado.
En ese momento, la mente de la chica se alejó de aquella habitación y de las preguntas que le hacían. Todo en lo que podía pensar era en Pedro, y en su deseo de que esa persona que acababa de mencionar la líder no fuese él.
Se dio cuenta de que Victoria podía leer en su interior, y en lo débil que todo esto le hacía parecer frente a su frialdad implacable.
-Aún tienes una oportunidad. Hemos organizado un equipo médico para mañana a primera hora. Un último intento de borrarlo todo. Si no nos conviertes en tus enemigos.
-Y, si accedo- dijo Eva con cautela, atreviéndose a hablar por primera vez- ¿Cree que algo tan complicado como esto que siento puede borrarse sin más?
-Eva, ¿por qué crees que no te dijeron lo que iban a hacer contigo?
De nuevo, una pregunta que la cogió por sorpresa. Tenía la sensación de estar jugando una partida de ajedrez donde el otro se adelantaba a todos sus movimientos.
-Si a una persona emocional le revelan la fecha exacta de su muerte, todo su mundo se viene abajo. Grita, se vuelve histérica, no lo acepta e intenta impedirlo. Incluso en algunos casos puede estar dispuesta a sacrificar a otro para que ocupe su puesto. Soldado.
– ¿Sí, líder?
-Si le dijese que al salir por esa puerta alguien va a pegarle un tiro en la cabeza, ¿qué haría?
-Cumplir mi cometido hasta entonces con la mayor eficiencia, líder.
– ¿Exigiría saber por qué se ha tomado esa decisión, y por qué a usted?
-En absoluto, líder.
– ¿Entiendes ahora? – dijo Victoria, dirigiéndose de nuevo hacia Eva- Una persona racional entiende que ella no es importante. Solo la vida es importante. Y solo merece la pena darla o quitarla por un sistema que la proteja. Así que, ¿por qué te aferras a algo que te hace débil?
Mientras le hablaba, Eva recordó el secretismo que rodeó todo lo referente a la operación desde que llegó a la granja. Recordó como esperaban que muriese por ellos, y como el doctor Arias había intentado asegurarse de eso.
Pero también recordó a la única persona que le reveló la verdad. Y que lo hizo por la misma razón por la que ella decidió quedarse.
– ¿Y el amor?
-El amor no es necesario.
-Creo estar enamorada- siguió diciendo Eva pese a que sabía la respuesta a lo que iba a preguntar- ¿Hay alguna posibilidad de que siga sintiendo lo mismo si me convierten?
-Eva, yo creí estar enamorada varias veces. Y aquello no duró. Nunca dura.
En ese momento, la puerta se abrió y otro soldado se asomó por ella. Cuando habló, lo hizo dirigiéndose a Victoria.
-Líder, acaba de llegar.
-Que lo traigan.
El soldado se marchó, cerrando la puerta tras de sí. Victoria volvió a centrar su atención en Eva.
-Nacemos solos. Morimos solos. Esa es la única verdad. El resto son solo parches, ideales de personas a las que nos aferramos con la esperanza de que nos salven de nosotros mismos. Pero nadie te salvará, Eva, si no lo haces tú.
-No es eso lo que siento.
– ¿Lo crees, o necesitas creerlo? La política y la religión también existieron porque la gente necesitaba aferrarse a algo. A una idea que necesitaban para sentir que había un orden ante el vacío. Y se aferraron a ella tan fuerte que rechazaron todo lo que la contradecía.
Mientras decía esto, Victoria pensó en su madre. A sus noventa años, estaba en un hospital del gobierno donde se le daría la eutanasia tan pronto sus facultades se viesen mermadas. Y se haría sin más ceremonias.
En el antiguo mundo, no llegaron a tener una relación. Siempre que la veía, decía que su hijo era un varón y se echaba a llorar. Victoria solo la visitó una vez en el hospital. No hablaron mucho, ya que no existían lazos entre ellas. Si es que llegó a haberlos antes de la pandemia.
Pero fue la primera vez que se dirigió a ella como mujer. Y lo hizo con una naturalidad impensable antes del cambio. Victoria descubrió así que, cuando los sesgos y las ideas desaparecían, solo quedaba lo que veían los ojos.
-Por eso se crearon bandos. Se dividieron, y se enfrentaron a todo lo que creían que contradecía u ofendía sus ideas. A veces, incluso con violencia. A veces, incluso matando.
Aunque no fue consciente al principio, algo cambió en el rostro de Eva. Victoria lo intuyó rápidamente, y se incorporó hacia adelante en el pupitre con su pelo negro blanqueado por las canas colgándole de un hombro.
Mantuvo un agresivo contacto visual, como había hecho desde el principio de la conversación, y habló incluso con más seguridad que antes.
-Lo has visto, ¿verdad?
Eva volvía a estar en la habitación de la granja. Recordó aquel agresivo torrente de emociones, donde unas se iban superponiendo a otras creyendo que tenían más validez que las del contrario hasta que llegó el trágico final.
– ¿A quién has visto morir?
-A una amiga.
-Sé a lo que te refieres. Lo descubrí siendo solo una niña.
Victoria hizo una pausa, dejando a Eva lidiar con sus conflictivos sentimientos. Sabía que había atacado donde debía, y espero para que sus palabras hiciesen efecto.
-Es normal sentirse fascinada por ellos. Yo lo estuve. Pero nunca puedes juzgar algo si no conoces todas sus caras. Por eso he querido conocerte antes de la operación. Para mostrarte todas las versiones de la historia, incluida la que no te han contado.
Antes de que Eva pensara incluso en replicar, un nuevo sonido llegó desde el pasillo. Uno tan anómalo y anacrónico en aquel mundo que dejó a la chica sin palabras, y preguntándose si no estaba soñando.
Era el llanto de un bebé.
-Entonces, ya está- dijo Pedro- Vais a abandonarla.
Lo que quedaba de la resistencia, aquellos que habían evitado la captura y la muerte, estaban reunidos en una zona boscosa. La vegetación allí era muy cerrada, y dificultaba a los helicópteros verlos desde arriba.
Sin embargo, algunos de ellos se quedaron vigilando por si aparecían soldados. Lo hacían vestidos con la ropa de enemigos muertos para despistar a los que llegaran.
Hacía rato que habían hecho recuento, lo que los llevó a darse cuenta de las numerosas bajas. Entre ellas Eva. Todas y cada una de las personas que ya no estaban les pesaban en el ánimo, pero ella en particular ponía su supervivencia en el filo de la navaja.
La discusión que se había iniciado tenía que ver con unos soldados del bando enemigo que lograron abatir en su huida. Cuando esto ocurría, sus superiores cortaban la transmisión de sus radios para que no le llegase información a la resistencia.
En ese caso, ocurrió lo mismo. Pero antes de que se cortara llegó por radio una información muy importante de última hora que debían transmitir a todas las tropas, y esto acabó jugando en su contra.
Gracias a ello, sabían el centro a donde habían llevado a Eva.
-Hijo, sé razonable- intervino Fernando, convertido en portavoz del bando que se oponía al plan que estaba planteando Pedro- Donde la tienen es un sitio muy vigilado. ¿No crees que hemos perdido a muchos ya?
Pedro se sentó en el suelo, y cogió una de las mochilas que habían usado para hacer acopio de armas. Encontró dentro una pistola con munición, varios cargadores, así como cuchillos de distinto tamaño y algunas granadas.
-Estoy cansado de ser razonable, papá- dijo, poniéndose de pie con la mochila al hombro- Estoy harto de ver a gente quedarse atrás. ¿Para qué queremos proteger la vida si no nos atrevemos a vivirla?
Fernando guardó silencio, pues sabía a quién se refería con lo de quedar atrás. Se dio cuenta de que su hijo no era el mismo al que habían mandado a aquella misión. Si acababa perdiendo a Eva como a él le ocurrió con su mujer, no lo haría sin luchar.
-Yo voy. Quien quiera acompañarme, que lo diga ahora.
Hubo un silencio donde algunos miraron a Fernando buscando aprobación, pero él no respondió. Se dio cuenta de que su hijo había desatado una corriente de poder invisible, y que no le sería posible detenerla, aunque quisiera.
-Voy contigo- dijo Esteban, el chico al que todos allí llamaban Ismael como el narrador de la novela cuya memoria había decidido proteger.
-Yo también- se unió Ramón, el Holden Caulfield del grupo. En este caso, ni siquiera hubo un amago de protesta. Tras lo ocurrido la noche anterior, su destino era ser enviado como castigo a alguna misión peligrosa como a la que acababa de unirse. Así que era lo más lógico.
En poco tiempo, Pedro logró formar un grupo. Eran algo menos de la mitad, y en su mayoría estaba formado por miembros jóvenes de la resistencia. Juntaron todas las armas que tenían, y se llevaron los uniformes de los soldados por si les eran de utilidad.
Todo ello, ante la mirada de Fernando y el grupo que había decidido quedarse, formado mayoritariamente por adultos.
-Voy a ir contigo o sin ti, papá- dijo Pedro, mirando por última vez a estos- Pero contigo es más posible que vuelva.
Su padre no respondió de inmediato. Pareció sopesar la petición hasta que finalmente sacó una pistola cuya culata le asomaba por el pantalón, y la lanzó a su hijo.
-Buena suerte- dijo a modo de despedida.
Pedro se guardó el arma y partió con el grupo que había decidido acompañarle. Ante él, solo tenía el recuerdo de Eva y de sus palabras aquel día en el bosque. A lo largo del trayecto, pensó en estas una y otra vez.
Era la forma de recordarse por qué seguía caminando hacia una muerte casi segura.
En el centro de reconversión, Eva contemplaba sin palabras lo que había traído el soldado que acababa de entrar. Era un bebé que no aparentaba más de tres meses. Tenía rasgos asiáticos, y la piel amarillenta.
Pero lo que más destacaba de él era que estaba llorando. Varias generaciones después de que no hubiese nacido ninguna persona con sentimientos en todo el mundo.
– ¿Qué es esto? – se atrevió a preguntar a una Victoria cuya frialdad le otorgaba un aplomo del que ella carecía, y más en aquel momento. La líder estaba al mando de la conversación, y lo sabía.
-Se llama Arun. Nació este año en Tailandia.
Victoria remarcó las palabras «este año´´ para hacer aún más evidentes las implicaciones de aquello. Eva intentó aferrarse a la idea de que estaba siendo víctima de un engaño, y de que tal vez habían conseguido que llorara inoculándole algo.
Pero entonces, el soldado comenzó a mecerlo. Aunque lo hacía de forma mecánica, sin la ternura que un padre o cuidador habrían puesto en aquel acto, logró calmarlo. El bebé observó la estancia con sus grandes ojos negros, que no tenían ningún rastro de frialdad.
Eran los de un niño corriente.
-Pensamos en mostrarte fotos o videos- intervino de nuevo Victoria, adivinando los pensamientos de Eva- Pero ya que ellos te han introducido un sesgo en nuestra contra, habrías pensado que era un engaño. De esta forma, solo queda lo que ven los ojos.
Así que eso era todo, pensó la chica mientras miraba al bebé. Se preguntó si la resistencia lo sabía. Podrían haberle mentido también en eso, pero quiso pensar que no. Y que ellos realmente habían creído que era la única.
Pero allí estaba, sola con la verdad. No había destino, ni grandes relatos ni una misión que cumplir. Ni ella era especial.
-Casos como el vuestro son una anomalía de la que yo misma no estaba al tanto hasta que supe de ti. A algunos han podido curarlos. Él, sin embargo, ya ha pasado el umbral. Soldado.
El hombre que había traído al bebé sacó su arma y, sin ninguna vacilación, disparó a este en la cabeza. Eva sintió que las piernas le fallaban, y cayó al suelo sintiendo de pronto unas fuertes nauseas.
Miró a aquellos que la rodeaban. Ni siquiera se habían inmutado, y la miraban como a una mosca diseccionada en un laboratorio a la que estaban estudiando. Recordó a Pedro, y su reacción el día que contempló una ejecución similar.
Ella se sentía igual.
-No me pidas que lamente su muerte- siguió hablando una impasible Victoria- Pequeños sacrificios deben hacerse para proteger un orden mayor.
Eva examinó lo que sentía, y se dio cuenta de que ya no era solo soledad. Estaba realmente asustada de los seres con los que compartía la estancia. Una vez caminó entre ellos, pero ahora parecían capaces de aniquilarla sin ni siquiera pestañear.
-Entiendo. Crees que debo sufrir algún tipo de castigo. Que la moral, la ética, las grandes ideas importan algo. Soldado, su arma.
El hombre que había estado vigilando la puerta entregó su pistola a Victoria. Esta la sostuvo durante un momento, mirando a Eva y luego al arma. Justo cuando la chica se preparó para protegerse del disparo, ocurrió lo que menos esperaba.
La líder arrojó la pistola al suelo, dejándola a su alcance.
-Vamos. Estoy aquí, delante de ti. Recuerda que merezco un castigo. Ejecútalo.
Eva observó el arma, y luego a Victoria mientras le hablaba. Transcurrieron unos segundos durante los cuales no supo qué hacer.
-Entiendo. Crees que si me disparas, ellos abrirán luego fuego contra ti. Soldado.
– ¿Sí, líder?
– ¿Hay en esta sala alguien con mayor rango que yo?
-No, líder.
-Y, si doy orden de que nadie dañe a Eva haga lo que haga con esa pistola, ¿alguien me desobedecerá?
-Nadie, líder.
-Ya lo has oído, Eva. Adelante.
La chica se atrevió a coger el arma, pero, cuando la empuñó, las manos le temblaban ligeramente. Apuntó a Victoria con ella más como un patético intento de que no se le acercara que porque tuviese verdadera intención de usarla.
Ella no dejó de mirarla con sus frios ojos. Volvió a leer en su interior, y supo que le faltaba el brillo asesino necesario para apretar el gatillo.
-Parece que necesitas otro incentivo. De acuerdo, creo que puedo ayudarte. ¿Sabes lo que ocurrió con tu madre?
Eva se sintió descolocada ante aquel nuevo giro de la conversación. Pero, cuando miró a la líder, supo que esta había encontrado por fin en su expresión el odio que había estado buscando.
El mismo que vio en los ojos del asesino de su hermana cuando se lo llevó la policía.
-Veo por tu expresión que sí. Entonces, ya imaginarás que fui yo quien dio la orden.
La chica se sintió de pronto recorrida por una energía de origen desconocido. Un hormigueo en su mano le hizo saber que empezaba a contemplar la posibilidad de apretar el gatillo. Fue la misma sensación que cuando la confesión de Pedro, pero diferente.
Esa vez, sentía que todo su dolor, preguntas y angustia tenían por fin un rostro que adjudicarles. Y odiar a alguien en concreto era más fácil que hacerlo con algo abstracto. Una forma de liberar todo lo negativo de su interior, a solo un gatillo de distancia.
-Dime, Eva. ¿Vas a disparar contra la asesina de tu madre?
La chica escuchó el sonido del arma antes de darse cuenta de que había disparado. Lo hizo un total de cuatro veces, pero nada ocurrió. Estaba descargada.
Victoria se acercó a ella y le quitó la pistola. Aunque no se lo dijo, las armas de los soldados que trasladaban a los prisioneros nunca llevaban balas. Era una medida de protección por si uno intentaba robársela.
Era una medida que adoptaban exclusivamente en centros como aquel, ya que si algún preso se liberaba y conseguía un arma podía organizar un motín liberando a otros.
Ahora que se sabía víctima de un engaño, Eva se sentía peor consigo misma que con la líder. Por mucho que se lo negara después a sí misma, realmente había pensado en disparar.
– ¿Ves lo que ibas a hacer? Sois animales.
-Acabas de quitar una vida.
-Para salvar miles de vidas. Tú ibas a matarme por una mujer a la que ni siquiera has conocido.
Eva no supo qué responder. Recordó cuando era uno de esos seres racionales, y trató de ver las cosas desde su fría lógica. Antes, una persona como ella, incapaz de lidiar con sus emociones de otra forma que no fuera apretando un gatillo, también le habría parecido una amenaza.
Ahora, ella era la amenaza.
-Mañana ya no serás uno de ellos, Eva- dijo Victoria mientras devolvía el arma al soldado e indicaba a este que se la llevase- De una forma, o de otra.
Poco después, la joven estaba de nuevo en la habitación del colchón. Durante el viaje de regreso, una idea incómoda se había instalado en su cabeza. Y, ahora que estaba sola, no dejaba de acecharla.
Miró el desconchado de la pared. Se dio cuenta de que, si se fijaba detenidamente, adoptaba la forma de alguna cara conocida.
Era Ramón, sus ojos inyectados de odio a causa del alcohol. Su mano desplazándose por el aire, en busca de un objetivo sobre el que descargar su ira. En busca de algo que matar para no matarse a sí mismo.
No, se dijo. Era el doctor Arias, pidiéndole perdón mientras la estrangulaba en el bosque. El doctor, que decidió matar por aferrarse a una esperanza que solo era su forma de escapar a una triste realidad.
La imagen volvió a cambiar, y ahora era la propia Eva sosteniendo una pistola. Buscando un enemigo externo, había decidido que la persona que estaba enfrente de ella debía morir. Apretó el gatillo, y su dolor se liberó en forma de bala.
No, volvió a decirse. Nadie disparó. Estaba sola, y el desconchado era solo eso.
Eso, al menos, es lo que se habría dicho cuando era un ser racional. Cuando las manos no le temblaban minutos después de haber sujetado un arma. Cuando no intentaba encontrar razones que justificasen lo que antes habría condenado con vehemencia.
Cuando solo estaba ella, y no buscaba en los demás una justificación para lo que iba mal dentro de sí misma.
Se echó sobre el colchón, y sintió lástima. De sí misma, y de los que tenían emociones. ¿Era cierto que algo estaba mal en ellos? ¿Un defecto terrible que les unía a todos?
Intentó calmarse pensando en la canción que había cantado con Pedro en el karaoke. Pero apenas pudo recordar la letra.
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