
XI
La resistencia organizó distintos grupos para buscar a Eva, pensando que al dividirse cubrirían más terreno. Algunos se adentraron en el bosque, otros cubrieron los alrededores de la granja y unos pocos se quedaron en esta por si regresaba.
Pero fue Pedro quien la encontró.
Más tarde, cuando le preguntaron, no supo explicar qué le había llevado a mirar en el establo. Tal vez un raro presentimiento, tal vez un golpe de suerte. Pero allí estaba Eva, acurrucada en un rincón como una niña asustada.
Las lágrimas en sus ojos revelaban que había llorado por primera vez en su vida.
Desde que estudió el antiguo mundo en la escuela, supo de lo que eran capaces las personas emocionales. Supo de las guerras, los asesinatos y el hambre. Los problemas que habían diezmado la vida antes de la llegada del virus.
Pero, al igual que le pasaba antes con los personajes de los libros y las canciones, para ella las personas que formaban las cifras de muertos eran solo eso. Aquellos que veía quemarse en protesta por la guerra de Vietnam no tenían vida más allá de las fotografías.
En cambio, Lucía sí había estado viva. Habló con ella, la conoció durante unos días. Incluso bailó con ella y, si cerraba los ojos, le parecía que aún podía coger su mano y detener la caída antes del fatal desenlace.
Pero, cuando los abría de nuevo, solo quedaba ella.
– ¿Por qué lo ha hecho? – preguntó mientras se secaba las lágrimas. Pedro, entendiendo a quién se refería, guardó silencio- No tiene ninguna lógica.
Lógica. Aquella palabra que antes constituía toda su forma de ver el mundo. La misma que en ese momento no podía proporcionarle ninguna respuesta. Había conocido a aquellos seres emocionales y se había fundido entre ellos. Había entendido cómo amaban la vida.
Y luego, había visto cómo podían destruirla.
La tristeza y la pérdida dolían. Nacieron en su pecho, y crecieron hasta ser tan insoportables que solo pudo dejarlas salir en forma de lágrimas. Después, se retiraron dando lugar a una extraña calma. Una especie de desesperanzada resignación.
Recordó todas las cosas que había encontrado los días anteriores. Lucía era la primera cosa que había perdido. Imagino un cuarto lleno de objetos en el que, en una esquina, podía observarse el vacío dejado por uno de ellos.
Tal vez pequeño en comparación, pero lo suficientemente visible para recordar su falta.
-Es que no lo entiendo- dijo, poniéndose de pie y mirando a Pedro como si fuese lo único a lo que pudiera asirse en un momento donde todo lo demás se había desvanecido- ¿Por qué lo ha hecho? Él la quería.
-A veces las personas hacemos cosas que no podemos explicar. Siento que hayas tenido que descubrirlo así.
Eva recordó como las emociones en aquel cuarto se habían ido amontonando una tras otra hasta llegar a un final tan brutal como absurdo. Imaginó miles de situaciones, miles de cuartos similares donde habían ocurrido cosas así en el viejo mundo.
E imaginó a otros asesinos sin rostro, que usaban no sus manos sino cientos de armas a las que les habían dado acceso. Los oyó decir, con una voz idéntica a la de Ramón, que no querían hacer lo que habían hecho cuando ya no había vuelta atrás.
Decidió apartar de su cabeza aquellos pensamientos destructivos.
-Mírame. Estoy cubierta de paja. Vaya heroína, ¿eh?
-Eva, tienes que volver dentro. Todos te han estado buscando. Estábamos preocupados.
Escuchó el tono sincero de preocupación en su voz, y pensó que sí volvería con ellos. Al fin y al cabo, no tenía otro sitio adónde ir en aquellos momentos. Pero, mientras le acompañaba dentro, soltó la frase que había estado creciendo en su interior durante los últimos minutos.
Lo hizo casi sin pensar. Más tarde comprendió que en parte necesitaba dejarla ir para que no siguiese atormentándola.
-No sé si merece la pena salvar la vida, viendo lo que algunos hacen con ella. Dime, ¿crees que merecéis mi ayuda?
-A lo mejor no- respondió Pedro, con una sinceridad que le sorprendió incluso a él mismo- Pero Eva, no se trata de lo que merezcamos. Se trata de lo que creas. ¿Qué crees tú que debes hacer?
Ella no respondió. En aquel momento, se limitó a acompañar al chico de vuelta a la granja. Era más sencillo que enfrentarse al dilema que empezaba a nacer en su interior. Lo único que esperaba era que, al cerrar los ojos aquella noche, Lucía no se le apareciese demasiado.
Horas después, todo estuvo tranquilo de nuevo en la granja. El regreso de Eva había calmado los ánimos, aunque no del todo. Ramón fue enviado a dormir al establo con dos hombres para vigilarle, ya que una bala había aparecido bajo su almohada en señal de advertencia.
El entierro de Lucía fue llevado a cabo por dos miembros de la resistencia esa misma noche, sin más ceremonias. Algunas veces en el pasado, los creyentes del grupo habían organizado misas en memoria de los que caían.
Pero aquella vez no, pues temían alterar las emociones de Eva aún más de lo que lo habían estado.
Cuando ya todo estuvo en calma, entrada la madrugada, Pedro seguía despierto. A partir de las dos, le tocaba a él estar de guardia en el árbol esa noche. Así que se fue con su arma a la cocina, y tomó café para mantenerse despierto.
Le hubiese gustado decir que lo sentía por Lucía. O por Esther, a quien la culpa reconcomía tras haber sido la causante indirecta de todo. O incluso por Ramón. Pero su vida llevaba tiempo alejada de todos ellos. Y ningún recuerdo que le fuese querido les unía.
Todo en lo que podía pensar era en Eva, y en su mirada asustada en el establo. En las palabras que la había oído decir, y de las que no habló a nadie más. En como esa misma mañana deseó poder proteger la inocencia que empezaba a nacer en ella.
Una inocencia que se había hecho pedazos.
– ¿Cómo se encuentra? – preguntó Fernando, su padre. El chico no le había oído llegar y, por un momento, se sintió tentado de coger su arma. Entonces reconoció su voz, y recordó que seguía en la granja con los suyos.
De haber sido uno de los cambiados, no le habrían preguntado nada. Ya estaría muerto.
-Asustada y confundida. ¿Qué esperabas, papá? Después de lo que ha ocurrido.
-Lo sé, ha sido algo terrible. Y muy desafortunado, sobre todo ahora- respondió Fernando mientras tomaba asiento y quedaba frente a su hijo- Por eso quería hablarte. Los científicos creen que hemos esperado demasiado.
Pedro se sintió tentado de preguntar a qué se refería, pero algo en la actitud de su padre y en la cautela con la que elegía cada palabra de aquella conversación le hizo adivinarlo antes de que hablara.
-Quieren hacerlo mañana. Las pruebas han salido bien, y su evolución ha sido favorable. No quieren arriesgarse a que haya otro incidente, y podamos perderla.
El chico se asombró de la frialdad de su padre al llamar «incidente´´ a lo sucedido, pero recordó que él mismo no se había sentido demasiado apenado por la muerte de Lucía, y pensó en hasta qué punto ambos se habían deshumanizado.
Él, por vivir entre gente sin emociones. Su padre, por vivir entre gente temerosa de mostrarlas. Ambos, víctimas de las circunstancias.
-Y ella morirá.
-Siempre has sabido que iba a ser así. Te advertí de que no te implicases más de lo necesario.
Pedro se preguntó cuál era la diferencia entre saber lo que ocurriría, pero no cuando, y tener una fecha ya fijada. Se dio cuenta de que aquello no hacía más fácil la situación, solo convertía la pérdida en algo más tangible y palpable.
Intentó recordar en qué momento desoyó las advertencias de su padre, y la situación se le fue de las manos con Eva. Tal vez, pensó, en el momento donde le mostró empatía en el sótano. Tal vez antes de aquello.
Tal vez, en el momento en que la enseñaba a sentir y recordó que él había olvidado como hacerlo.
-Soy yo quien ha estado con ella. Quien la ha mantenido con vida, y enseñado todo. Ninguno os habéis expuesto tanto como yo.
-Lo sé. ¿Por qué crees que la he estado evitando desde que llegó? Si no llegas a verla como a una persona, todo es más fácil. Tú no has tenido esa opción, y es una mierda que haya sido así. Pero las cosas no pueden cambiarse.
-Supongo que no- contestó Pedro, y se terminó el café dando por cerrada la conversación. Fernando se levantó y, antes de salir de la cocina, le puso una mano a su hijo en el hombro. Sus siguientes palabras estuvieron bañadas de un ligero tono afectuoso que sorprendió al chico.
-Ellos no querían que te lo dijese. Creían que no serías objetivo. Pero si está aquí es gracias a ti, y eso no lo puedo olvidar.
-Gracias, papá.
Fernando se giró una última vez a mirar a su hijo antes de marcharse.
-No me dejarás en mal lugar, ¿verdad?
-Claro que no. Hace tiempo que aprendimos a esconder los sentimientos debajo de la alfombra, ¿no?
Con eso, la conversación terminó definitivamente. Pedro se quedó solo en la cocina con su taza de café vacía. Y fue pasada la una y media, a menos de media hora de que empezase su guardia, cuando tomó una decisión.
Eva ya dormía cuando fue a su habitación a despertarla. Su aspecto vulnerable, como si hubiera sido arrancada de un lugar donde podía olvidar por un momento lo ocurrido a su amiga, le dieron ganas de abrazarla como le había ocurrido por un momento en el establo.
Sin embargo, e igual que entonces, se recordó a sí mismo por qué estaba allí.
-Tienes que irte- dijo, dejando sobre la cama una bolsa que le había preparado con comida y un mapa que indicaba las zonas donde estaban colocadas las minas.
-No lo entiendo. ¿Vamos a alguna parte?
-No. Solo tú. En diez minutos empieza mi turno de vigilancia. Es tu única oportunidad.
La chica se mostraba más confusa a cada segundo, así que llegó el momento que Pedro tanto había temido. No por saber que era inevitable se le hacía menos difícil. Hizo una pausa, escogiendo bien cada palabra como su padre lo habría hecho.
-Me has preguntado cómo queríamos que nos ayudaras. No te contesté porque no estaba autorizado. Pero, si hacen lo que quieren, no vas a sobrevivir. Los científicos necesitan tu sangre y tus órganos para fabricar el antídoto. Morirás en la misma mesa de operaciones.
-Espera, espera- respondió Eva, incorporándose y con la mente trabajando a tanta velocidad que cualquier rastro del sueño en ella quedó extinguido- ¿Por qué me lo cuentas ahora?
-Porque te quiero.
La fuerza de aquella confesión golpeó a ambos, dejándolos en silencio. Para Pedro, acostumbrado a esconder sus emociones para sobrevivir, liberarlas se había convertido en ese momento en la única forma de proteger una vida.
O, al menos, de ganar el suficiente tiempo para decir lo que aún tenía pendiente.
-He sacrificado a muchas personas para que los míos tuvieran esta oportunidad. Como a tu madre. Sí, sabía dónde la tenían y no hice nada por ayudarla. Ahora está muerta.
Eva permaneció unos segundos en silencio, asimilando aquella nueva información. Después, presa de una furia repentina, empezó a golpear a Pedro sin que él opusiera ninguna resistencia. Muchas noches, el chico pensó en hacer algo así consigo mismo.
Así que la dejó soltar su ira hasta que esta se transformó en tristeza, y descendió su energía.
-Y, si me has engañado hasta ahora, ¿por qué me dices todo esto?
-Ya te lo he dicho. Tú lo has cambiado todo. No puedo, simplemente no puedo dejarte morir. Así que te ofrezco esta oportunidad.
Sin decir más, y sin atreverse a mirarla a la cara, se levantó y se dirigió a la puerta con una escopeta colgada al hombro. Recordó como esa mañana, en aquella misma habitación, se había atrevido a imaginar una vida para los dos.
-Cuando haga el relevo, dentro de diez minutos- dijo, la vista fija en el pasillo que tenía delante para evitar mirarla a ella- Espera otros diez hasta que el otro vaya a su habitación. Cuando la casa esté en silencio, sal y no mires atrás.
– ¿Y tú? – preguntó ella de pronto. A Pedro le pareció distinguir una nota de preocupación mezclada con la tristeza. Pero más tarde, en la soledad de su puesto de vigía, creyó haberlo imaginado- Te echaran la culpa si ocurre en tu turno.
-Asumiré las consecuencias. Pero vete. Si sigues aquí mañana, morirás.
Solo se atrevió a mirar atrás una sola vez. Eva, que volvía a ser esa persona indescifrable para él, mantenía pegada a su pecho la bolsa que le había entregado. Se levantó y quedó junto a él en el umbral de la puerta. En sus ojos no había odio, pero tampoco amor.
-Suerte- dijo, y cerró la puerta. Pedro se quedó solo en el pasillo, y para conjurar el sentimiento de perdida que le acechaba se marchó sin volver la vista atrás. Salió de la granja, y llevó a cabo el relevo con la mayor normalidad de la que fue capaz.
Un tiempo después, se dio cuenta de que desde su puesto podía ver la ventana de Eva. Estaba a oscuras, y la granja volvía a estar en completo silencio. Aquella visión contrastaba bruscamente con el caos vivido solo unas horas antes.
Se preguntó qué haría él si fuese Eva. Tenía suficiente comida para aguantar al menos dos días si la racionaba bien. Sin embargo, ya no podía confiar en nadie. Ambos bandos la estarían buscando con oscuros propósitos.
Imaginó que lograba sobrevivir en las montañas, cazando pequeños animales. O que, de alguna forma, escapaba de Madrid y conseguía volver a vivir entre los suyos renunciando a la humanidad de los últimos días.
Tal vez, pensó, al final decidiría que no valían la pena. Lo único seguro era que en ninguno de esos posibles futuros estaba ya él.
Pensó en acompañarla. Pero no creía que ella volviese a confiar en él. La había perdido para siempre, y a cambio no sabía bien de qué. ¿Decepcionar a su padre? ¿Convertirse en un paria entre los suyos, como Ramón?
Pero tal vez Eva viviría, se dijo en medio del silencio de un bosque sospechosamente callado. Y eso era lo más importante.
Al despertar el día siguiente, Pedro creyó estar soñando con lo ocurrido la tarde anterior. Alguien le despertó gritando, aunque no llegó a oír el qué. La granja era de nuevo un hervidero de pasos que subían y bajaban sin dirección aparente.
Todos allí se habían movilizado, y parecían estar preparándose para una guerra.
-Dicen que se fue en plena noche- alcanzó a oír como comentaba una pareja que pasó por su lado mientras se dirigía a la cocina.
Entonces era eso, se dijo. Eva se había marchado, y el grupo empezaba a organizarse para buscarla. No era extraño entonces todo aquel revuelo, pensó. Si cuando creyeron perderla el día anterior ya había sido el caos, esa vez sería aún peor.
Aunque no tenía una idea exacta de la hora que era, la luz del día entraba con contundencia por las ventanas de la granja. Así que, con un poco de suerte, Eva les llevaría unas cuantas horas de ventaja y no darían con ella.
En cuanto a él, pensó en las consecuencias que tendría que afrontar. En su padre, y en como este ya habría atado seguramente cabos. En los otros científicos, y en si estos señalarían también a su padre como sospechoso de la filtración.
Sin embargo, no se encontró con ninguno de ellos en su camino hacia la cocina. Tampoco con nadie que intentara detenerle, o le señalara como sospechoso de la fuga. Todo lo que vio fue a gente haciendo acopio de cosas, sobre todo comida y armas.
Y, al llegar a la cocina, se encontró con algo que lo cambió todo.
Eva estaba allí. Ayudaba a algunos de la resistencia a guardar comida en distintas mochilas. No pareció verle al principio, pero, una vez superó la confusión por su presencia allí, fingió acercarse a ayudarla para hablar con ella.
– ¿Qué haces aquí? – le preguntó, en un tono de voz lo suficientemente bajo para que los otros no los oyeran. En la cara de ella seguía habiendo una mezcla de sentimientos parecida a la de la noche anterior. Pedro se sintió intimidado, recordando su confesión y las implicaciones de esta.
-No lo sé.
-Y, entonces, ¿todo esto a qué viene?
-No me lo han explicado.
Eva no dijo nada más, y se dedicó a guardar comida. Sabiendo que ella no le diría nada más, o bien porque no sabía o porque no quería, el chico decidió centrarse en un enigma que podía resolver para mantener la mente ocupada.
Y, cuando vio a una chica salir de la cocina con una mochila llena, siguió a esta y la paró en el salón para preguntarle.
-Eh, ¿qué está pasando?
– ¿No te has enterado? Moriarty no estaba esta mañana.
Pedro, aún descolocado por la decisión de Eva y la precipitación de los acontecimientos, tardó unos segundos en empezar a juntar las piezas. Moriarty era el nombre con el que allí conocían al chico que le relevó de su puesto de guardia, unas horas antes del amanecer.
-Hace un momento fueron a relevarle, y no estaba. Se ha dejado todas sus cosas, incluso el arma. ¿No lo entiendes?
Cuando por fin comprendió, Pedro tuvo la sensación de que todo lo vivido en los últimos minutos cobraba un nuevo sentido. Moriarty, o como se llamase el chico delgado y con pecas que respondía a ese nombre, había cambiado.
Y, si había ocurrido al poco de empezar su turno, o incluso a la mitad de este, a esas horas ya podría haber contactado con una patrulla.
-Vamos, no te quedes ahí, joder, y ayuda. Tenemos que irnos.
La chica se fue, dejando a Pedro aún más asustado y pensando en qué podría ser más útil en esos momentos a la resistencia. Una parte de él quería estar con Eva y tratar de protegerla cuando vinieran. Incluso le hubiera gustado ver a su padre en esos momentos.
Pero decidió ayudar a los que estaban haciendo acopio de armas. Al fin y al cabo, había sido un soldado desde que su padre y él encontraron a la resistencia, y ese era un mundo que entendía y que le servía de refugio cuando todo lo demás se venía abajo.
La huida se llevó a cabo más rápido de lo que en un principio creyeron. La granja quedó vacía como cuando se escondían bajo la trampilla del salón, pero esta vez ni siquiera eso podría protegerles. El nuevo cambiado les habría hablado de ella.
Mientras abandonaban el lugar, el grupo miró al bosque que les rodeaba como si esperasen ver llegar de allí a los soldados en cualquier momento. Sin embargo, fue más debido a un instinto reflejo que a una sospecha real.
Si sabían lo de la trampilla, también sabrían lo de las minas. Y estas ya no iban a protegerles.
La resistencia se echó a correr en dirección al bosque tras la granja, que no estaba minado. Lo hicieron de forma desorganizada, sin un orden claro y sin esperar a nadie. Pedro buscó a Eva con la mirada, pero no la encontró.
Huían sin mirar atrás, pero al mismo tiempo observaban el entorno, atentos a no sabían muy bien qué. Parecían creer que el enemigo saltaría sobre ellos, pero no sabían desde donde ni bajo qué forma.
Y entonces, haciendo realidad sus temores de los últimos minutos, escucharon el sonido de las aspas. Pero esta vez no era solo un helicóptero. Todo un grupo, ninguno llegó a saber el número exacto, sobrevolaba la zona en dirección a ellos.
El pánico terminó de apoderarse del grupo, cuyos miembros echaron a correr como animales a punto de ser cazados. Algunos cayeron mientras los que iban detrás pasaban por encima suyo, o se tropezaban.
Uno de los adultos cayó rodando por una ladera, y se rompió una pierna. Pero ni siquiera sus gritos de dolor hicieron volver a los que iban con él. El instinto de supervivencia individual se había apoderado de ellos, y cada uno corría solo por sí mismo.
Pedro se cruzó con él. Pero, al ver el estado en el que se encontraba, le dio un tiro de gracia en la cabeza para ahorrarle sufrimiento y siguió al grupo.
En medio de aquella confusión, Eva oyó que alguien gritaba su nombre. Con las aspas resonando como si los helicópteros estuvieran ya encima suyo, tuvo que mirar a su alrededor para asegurarse de que había oído correctamente.
Era el doctor Arias, el hombre que la había visitado para sacarle sangre y a quien le gustaba cepillar el pelo de su hija mientras escuchaba a Cat Stevens. Estaba junto a lo que parecía una madriguera de oso, y le hacía señas indicándole que se acercara.
Recordando su expresión amable, la chica se acercó a él. Siguiendo sus indicaciones, entró en la madriguera y siguió bajando por ella hasta que los dos estuvieron dentro. El doctor Arias usó unas ramas apiladas en el suelo para ocultar la entrada.
Quedaron así, agachados en aquel estrecho espacio y con la respiración lo más contenida posible mientras el sonido de las aspas pasaba sobre sus cabezas. Eva echó la vista atrás, como si esperara ver a un oso atacándoles ya que no era época de hibernación.
-No temas- dijo el doctor, que parecía haberle leído los pensamientos- Al que vivía aquí lo cazamos el invierno pasado. Dejé las ramas para acordarme, porque creí que podía ser un buen escondite llegado el momento.
Eva se preguntó por qué solo la había avisado a ella. En aquel lugar, aunque estrecho, podrían haber cabido un par de miembros de la resistencia más. Sin embargo, no se atrevió a hablar pues los helicópteros seguían oyéndose.
El doctor, en cambio, sí habló. En parte, para acallar los salvajes latidos de su corazón anciano, que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.
– ¿No te parece increíble? Los osos se creían extinguidos en la sierra de Madrid, pero encontramos al último. Tal vez se quedó aquí hasta entonces, escondido y esperando a que el nuevo orden acabase con nosotros antes de salir.
Eva no sabía a cuanta distancia se encontraban de la granja, pero tenía la sensación de haber recorrido varios kilómetros durante la huida. Pensó en la resistencia, y en que ya no podía oír a estos.
Imaginó que el doctor Arias disponía de algún móvil o forma de comunicarse con el resto del grupo cuando todo pasase. Eso, si no lo había dejado olvidado debido a las prisas. Decidió no pensar en esta posibilidad, ya que a pesar de todo quería volver a verlos.
Incluso a Pedro, pensó para su sorpresa. No fue consciente de ello cuando decidió no huir la noche anterior, ni siquiera cuando volvió a verle esa mañana en la cocina. Pero en aquella madriguera, agachada y escondida como un animal, sí lo fue.
Sí, a pesar de todo, también seguía queriendo ver a Pedro. Y mientras pensaba en ello se dio cuenta de que el sonido de las aspas comenzaba a alejarse. Fue haciéndose pequeño mientras se alejaba volando sobre aquel tupido bosque.
Hasta que finalmente dejaron de oírlo.
– ¿Se han ido? – se atrevió a preguntar Eva pasado un momento.
-No es seguro. Pueden haber dejado soldados rastreando la zona.
-Tenemos que contactar con los demás.
El doctor Arias no respondió. Se limitó a asomarse tímidamente y con mucha cautela al exterior, y durante un instante no se movió ni emitió sonido alguno. Finalmente, trepó por la madriguera y, una vez fuera, hizo una seña a Eva para que le siguiese.
La chica agradeció poder salir. Si bien aquel agujero les había servido de improvisado refugio, limitaba mucho los movimientos y la hacía sentirse oprimida. Incluso el bosque, preñado de una amenaza latente desde que llegaron los helicópteros, le parecía más acogedor.
– ¿Cómo lo haremos para contactar con los otros? – insistió Eva, pero de nuevo no hubo respuesta. En contraste con ella y la cautela que mostraba, el doctor estaba absorto en sus pensamientos. Cuando al fin habló, la dejó descolocada.
– ¿Recuerdas cuando te hablé de mi hija? El día de la prueba de sangre. Puede que te diese a entender que estaba muerta, pero no. Se contagió del virus, y ahora es una de ellos.
-Doctor, no comprendo- respondió Eva, intentando no sonar brusca ya que entendía lo que esos recuerdos significaban para el otro- ¿Por qué me cuenta esto ahora?
-Pensé muchas veces en dejarme capturar. Me dije que al menos volvería a estar con ella. Pero no sería así, ¿verdad? Quiero decir, los lazos que antes nos unían ya no estarían ahí. Seríamos como dos extraños. Tú lo sabes mejor que nadie.
Eva asintió, sin entender aún el propósito de aquella conversación ni a donde pretendía el doctor que los llevara.
-Sería como volver a perderla. Pero, desde que sé de tu existencia, es como si volviera a tener esperanza. Quiero decir, que ahora hay una posibilidad de recuperar a mi niña. De poder curarla.
Eva recordó lo que Pedro le había revelado la noche anterior, y de pronto sintió miedo. No supo por qué, ya que no había ningún peligro visible. Sin embargo, recordó lo mucho que le había extrañado que el doctor solo la avisara a ella sobre la madriguera.
-Por eso no podía dejar que te capturasen, ¿entiendes? Tú eres mi única oportunidad para recuperarla, y si esto sale mal, la habré perdido de nuevo para siempre. Puedes entenderlo, ¿verdad? Dime que lo entiendes.
-Sí, lo entiendo- respondió Eva, más intimidada que convencida. El doctor, por su parte, esbozó algo parecido a una triste sonrisa.
-Entonces espero que también entiendas lo que voy a hacer.
Sin más palabras, el doctor Arias cogió una piedra del suelo y golpeó a la chica en la cabeza con toda la fuerza de la que fue capaz. Esta cayó al suelo, y pudo ver que le había hecho una herida de la que brotaba sangre.
Sin embargo, seguía consciente. Y le miraba con ojos de sorpresa y miedo.
Eva se revolvió más rápido de lo que el doctor había previsto, así que no pudo repetir el golpe con la piedra. En su lugar, se abalanzó sobre ella y comenzó a estrangularla. Odiaba este nuevo método, sobre todo porque podía ver su cara mientras la mataba.
Pensó en lo fácil que habría resultado todo si, como había planeado, la piedra hubiera sido suficiente. Sin embargo, por mucho que odiara las formas en que iba a hacerlo, no dudó ni un segundo de que hacía lo correcto.
Cuando acabara, escondería el cuerpo en la madriguera y esperaría a la noche para contactar con la resistencia. Pensó en qué excusa les pondría entonces. Tal vez ninguna, ya que todos sabían que Eva tenía que morir.
Puede que algunos le odiasen por sus formas, pero si conseguía proteger el cuerpo de la chica para que el enemigo no se lo llevara, y con eso tener la oportunidad de cuidar de su hija todo habría valido la pena.
Todo. Incluso matar a la joven que había ido a visitar esos días por la mañana, y que siempre se mostraba amable. Le pidió perdón internamente, pero también se dijo que él no había hecho las reglas.
Sin embargo, Eva no estaba dispuesta a dejarse matar. Se revolvió en el suelo, intentando sin éxito librarse de las manos que le oprimían la garganta. Después, trató de usar sus piernas, pero el doctor le había hecho una pinza con las suyas y no podía moverlas.
Sus manos, en cambio, seguían libres. Así que lanzó un ataque con estas directo a la cara del otro, y logró clavarle una uña en el ojo.
Presa del dolor, el doctor soltó la presa al instante y ella echó a correr sin mirar atrás. Abandonó la cautela, y a los soldados que aún podían quedar por la zona. Solo le importaba seguir un momento más con vida.
Y, durante un breve momento en el que estuvo presa del pánico, extrañó la sensación de no sentir emoción alguna.
El doctor, que no se había rendido y seguía persiguiéndola pese a que su ojo sangraba, se lanzó sobre ella para cortarle el paso. Ambos rodaron ladera abajo, y el mundo giró a su alrededor en una mezcla de verdes, amarillos y marrones.
Finalmente, su descenso se detuvo. La cabeza del doctor Arias golpeó contra una piedra, y se quedó inmóvil.
Eva se apartó de él con cautela. Empezaba a estar asqueada de tantas muertes sin sentido. Recordó su baile con Lucía en el salón, y se preguntó en qué momento todo se había empezado a torcer hasta llegar a aquello.
El doctor se incorporó de forma repentina, y volvió a cargar contra ella. Eva, que no lo esperaba, se vio superada y volvió a quedar debajo suyo, sin posibilidad de moverse.
-Por favor, no- dijo, y por un momento su atacante dudó. De haber sido uno de los otros, pensó la chica, no habría existido ese momento de duda. Para ellos era todo más fácil, y no existían contradicciones.
Pero solo fue un momento. El doctor volvió a agarrarla del cuello, y golpeó varias veces su cabeza contra el suelo, cada una con más fuerza que la anterior.
-Tienes que morir. Lo siento. Por mi hija.
Una bala rasgó el aire, produciendo un sonido parecido a un silbido. Impactó en la cabeza del doctor, matándolo al instante. Eva, que ya estaba empezando a perder la consciencia, se arrastró hasta salir de debajo suyo.
Avanzó unos metros por el suelo de forma algo penosa hasta distinguir los uniformes de dos soldados recortándose contra el fondo del bosque. Uno de ellos se acercó, y la levantó para verla la cara y examinarle la herida.
-Vivirá. Herida a la altura del cuero cabelludo, precisa sutura- dijo en aquel tono frío y desapasionado que a la chica le resultaba extraño pese a haber sido el suyo hasta hacía poco. Tenía la sensación de haber vivido varias vidas en los últimos días.
El soldado volvió a dejarla en el suelo, y se acercó a examinar al doctor. El que había disparado, salvador de Eva, se acercó a ella para vigilarla. La chica se llevó la mano a su dolorida cabeza, y al mirarla la vio manchada de sangre.
Recordó a Lucía, y el golpe que para ella sí fue fatal. El mundo empezaba a dar vueltas a su alrededor, y en medio del caos solo pudo pensar en una cosa.
Pedro, espero que estés bien.
-El otro está muerto- sentenció el soldado, pero su compañero no le prestaba atención. En ese momento, la tenía toda concentrada en la chica.
-Señor- dijo de pronto- Es ella.
El otro se acercó y volvió a coger a la chica para mirarle la cara, pero esta vez no para examinar su herida sino para comparar los rasgos con los de una fotografía que aparecía en la pantalla de su móvil.
-Sí, es Eva- dijo finalmente, tirando que ella para que se pusiera en pie y entregándosela al otro soldado- Evacúela. Los soldados que no sean necesarios, que continúen la búsqueda.
-Sí, señor.
El soldado que había disparado emprendió la marcha con Eva hacia la explanada donde estaba la granja. No la empujaba ni mostraba mayor brusquedad de la necesaria, pero tampoco se interesaba por su herida ni su estado.
Actuaba como un perfecto ser racional.
En la explanada, un helicóptero que había aterrizado lejos de las minas les esperaba. Eva pensó en escapar, pero estaba débil a causa del golpe y tampoco habría sabido a dónde ir. Allí había una decena de soldados, sin contar al piloto.
-Comunicad a presidencia que tenemos a Eva- dijo el que la llevaba a uno de ellos. Después, hizo una señal al del helicóptero, y el motor de este se puso en marcha.
Eva miró una última vez a la granja, y recordó todo lo vivido allí. Tanto lo bueno como lo malo formaban ya parte de un sueño del que estaba a punto de despertar. No sabía lo que encontraría al hacerlo, pero sí que no dependía de ella misma.
Estaba en manos de las marionetas, y estas ya se habían dado cuenta de que su cuerpo no estaba movido por hilos.
El soldado la metió en la cabina del helicóptero, y cerró la puerta.
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