
X
Eva y Pedro estuvieron juntos varias veces desde aquel momento en el bosque. Se veían en la habitación de ella, y ocasionalmente buscaban excusas para verse. Entre ellas, algún otro paseo en busca de leña o que Pedro le enseñase las armas de las que disponían.
Decidieron no contárselo a demasiadas personas. Aquella relación, nacida en un mundo sin emociones, era algo tan bello y a la vez tan frágil que prefirieron guardárselo para ellos en la medida de lo posible.
Sin embargo, fue inevitable que algunos lo acabasen intuyendo. Al fin y al cabo, siendo el amor algo prohibido en su mundo les resultaba difícil esconderlo. Tras tanto tiempo fingiendo no sentir, la emoción simplemente les desbordaba cuando menos lo esperaban.
Lucía fue una de las primeras en descubrirlo. Un día, simplemente, se lo preguntó a Eva y antes de que ella le respondiese, su sonrisa le hizo saber que no necesitaba confirmación por su parte. Desde entonces, fue un apoyo para ella.
Especialmente, en lo que se refería al sexo. Le dio algunos consejos, como lubricarse antes del acto o esperar a estar muy excitada para el momento de la penetración. Gracias a ellos, la experiencia fue para Eva más placentera y menos dolorosa de lo que había creído.
En cuanto al riesgo de embarazo, Lucía le explicó que uno de los médicos que formaban el grupo podía practicar abortos. Sin embargo, cuando le preguntó cómo lo sabía, se limitó a decirle que les pondría en contacto en caso de ser necesario. Por suerte, no lo fue.
También le dijo que, ocasionalmente, este doctor había abierto el himen de algunas chicas con un pequeño procedimiento quirúrgico. Eran casos excepcionales, añadió, donde el himen no se había estirado lo suficiente y las relaciones sexuales seguían siendo dolorosas.
Sin embargo, Eva no lo necesitó. La primera vez, ni siquiera sangró.
En cuanto a Pedro, sentía emociones muy contradictorias. Por un lado, se sentía vivo por primera vez en mucho tiempo. Por otro, la culpabilidad y el recuerdo de la madre de Eva afloraban cada vez que estaba con ella.
Se sentía miserable por seguir mintiéndole para no perder aquello que le había devuelto su humanidad. Pero a la vez, aunque fuese contradictorio, pensaba que eso le hacía más humano.
-Es un error- le dijo un día su padre de forma escueta cuando se encontraron en un pasillo de la granja. Nunca supo cómo lo había sabido, pero desde luego no era el único. Muchos se lo decían sin palabras, con miradas o sonrisas sin motivo.
Y en todos aquellos rostros, salvo en el de su padre, percibía que se alegraban porque a alguien le estuviese sucediendo algo bueno. Pedro, en el fondo, sentía lo mismo. Pero su felicidad no podía ser completa.
De vez en cuando, un pensamiento fugaz le recordaba que estaba enamorado de una condenada a muerte.
– ¿Qué sientes hoy? – le preguntó Eva la mañana del día donde todo se torció. Habían pasado la noche juntos y, como solían hacer, al amanecer se hacían esa pregunta y el otro tenía que responderla solo con la primera letra de la emoción que sentía.
Podía parecer algo tonto, pero era una forma de recordarse que podían seguir sintiendo emociones. Y a la vez, al igual que las tardes que habían compartido en el sótano, funcionaba como un código secreto que solo ellos conocían.
-A- dijo Pedro tras un momento de silencio- Siento A-.
Aunque no se lo dijo, ya que nunca se explicaban las emociones más allá de la primera letra, su «A´´ no era de alegría, tal vez la opción más obvia. En realidad, lo que sentía era agradecimiento. Por estar allí, y disfrutar de un momento tranquilo con ella en medio de la locura del mundo.
– ¿Y tú? -.
Eva no respondió de inmediato. En su lugar, se quedó pensativa y con una expresión que no podía descifrar. Recordó como al principio, cuando las emociones empezaban a despertar de nuevo en ella, le era muy fácil saber cuál pasaba por su cabeza.
Pero ahora se había convertido en un puzle, un misterio para él. Descubrió que eso solo la hacía más atractiva a sus ojos.
– ¿Por qué no hay más como nosotros? Quiero decir, desde que he llegado no he visto ninguna otra pareja. ¿No es algo que echáis en falta?
Pedro pensó en ello, y se dio cuenta de que tenía razón. Desde el trágico final de la pareja formada por Gulliver y Christine, ninguna otra había nacido. Entre los jóvenes, cuando practicaban sexo, a veces nacía algo, pero nunca lo formalizaban.
Hasta que ellos se convirtieron en pareja. Si es que podía definirse así, ya que el chico prefería no ponerle nombre. Para él, solo era dejarse llevar por las emociones. Quitar el freno, como le había dicho Eva en el bosque.
-Supongo que no quieren complicarse la vida. Y menos ahora.
– ¿Estar con alguien es complicarse la vida?
-En parte, sí. Dejas de preocuparte solo por ti mismo para hacerlo también por otro. Y con todo esto ya cuesta sobrevivir cuidando solo de ti mismo.
-Y, ¿cuándo se considera que empiezas a complicarte la vida?
-Es difícil de decir. A veces al principio, otras al final. A veces simplemente las cosas se desbordan. No es algo que se pueda controlar.
-Pero intentáis hacerlo. No queréis complicaros la vida, como habéis dicho.
-Intenta verlo desde nuestro punto de vista. Hemos sufrido mucho.
-Lo hago. Vengo de un mundo donde la gente no tiene la necesidad de sentir. Pero aquí si podéis. Y tenéis miedo de hacerlo.
-Puede que llevemos tanto tiempo sufriendo que nos asuste ser felices.
Eva, con el pelo cayéndole en cascada sobre sus hombros desnudos, se apoyó sobre un codo. Empezó a pasar dos dedos sobre el pecho de Pedro de forma juguetona, como si fueran piernas que caminaban sobre este.
El chico sintió un hormigueo recorrerle la espalda. Al principio pensó que era por llevar tanto tiempo sin sentir el contacto de una mujer. Pero ahora sabía que era algo más. No podía ponerle nombre, pero solo Eva sabía despertarlo en él.
Se preguntó si, aunque sus palabras fuesen cautas, una parte de él quería lanzarlo todo por la borda y dejarse llevar. Tal vez ya lo estuviera haciendo, aunque no fuese consciente.
– ¿Alguna vez tuviste novia?
-Novia como tal, no. Una vez pude.
– ¿Y no quisiste complicarte la vida?
– ¿Hasta cuándo me vas a insistir con eso?
Eva se incorporó, sentándose desnuda sobre la cama. Le miró con aquella expresión indescifrable y, de alguna forma, cargada de sabiduría. Parecía haber encontrado, en el poco tiempo que llevaba sintiendo, alguna respuesta que a él se le había escapado toda su vida.
-Me has preguntado lo que siento. No puedo describirlo con solo una letra. Pero tengo miedo de decirlo, y que no signifique lo mismo para ti. Me dijiste que no eras quien yo creía, pero no es eso lo que me asusta. Sino que no me dejes descubrirlo.
-Algunas cosas es mejor guardárselas.
-Sí. Pero creo que tú necesitas que alguien sepa quién eres. Y yo necesito saber si esa persona soy yo para ti.
Solo con ver la expresión de Pedro supo que había acertado. Aún no era una experta en leer a las personas, pero podía adivinar cosas. El chico, como ella, llevaba tanto tiempo escondiéndose que ahora temía ser encontrado.
Pero no solo él. Desde su llegada, había visto a la gente de allí hacer cosas que para ellos antes eran extrañas. Como beber, bailar en grupo o expresar su alegría cantando más alto de lo normal. Y, como él, lo hacían con el miedo propio de un niño que teme ser descubierto.
Una vez, ella y Pedro hablaron de que tal vez las personas habían olvidado como sentir antes de la llegada del virus. Si ella era el mesías que habían estado esperando, tal vez su papel fuera enseñarles más de lo que le habían enseñado.
Tal vez, solo alguien que acabase de descubrir las emociones podía apreciarlas lo suficiente como para enseñar al resto a vivir de nuevo.
-A veces- dijo, señalándose el pecho y refiriéndose a las emociones- siento un dolor, como si me ahogasen y quisieran salir todas a la vez. Entonces, solo quiero gritar, como si fuera la única forma de librarme de ellas.
Volvió a tumbarse en la cama, esta vez muy cerca de Pedro. Con una mano, le acarició el pecho. Sus rostros estaban muy cerca mientras ella seguía hablando.
-Pero luego, cuando me calmo, miro a mi alrededor y pienso: ¿cómo puedo querer gritar cuando hay tantas cosas por las que dar gracias? Supongo que eso es lo que significa estar viva, ¿no?
-Sí, supongo que sí.
-Me gusta estar viva. ¿Y a ti?
– ¿Qué quieres de mí, Eva?
Ella cerró un momento los ojos, tomó aire y se preparó para dar un paso que los dos intuían como trascendental. Para, como Pedro había dicho antes, complicarse la vida.
-Quiero complicarme la vida contigo- dijo, e inmediatamente después soltó una risa. No era una burla, sino un alivio por haber sido capaz de soltar lo que llevaba tiempo pugnando por salir en su interior.
Después, como si hubiera redescubierto al objeto de sus emociones, empezó a besarle. La cara, el pecho, la boca, los párpados. Pedro, incapaz de pensar en algo que decir, se centró en responder a esto ya que era algo físico que conocía bien.
Algo que no requería implicarse, ni dar un salto hacia terreno desconocido.
Aquella mañana no hicieron el amor, pero Pedro respondió a sus caricias haciéndole sexo oral. Para Eva, que vivía todo aquello por primera vez, fue como sentir despertar las sensaciones en distintas zonas de su cuerpo.
Más tarde, Pedro pensó mientras se vestía si dentro de él quedaba algo que pudiera corresponder a aquella entrega ingenua pero sincera de su compañera. Si él, mucho más maleado por el mundo, podía darle lo que necesitaba.
-Oye, Pedro- le dijo desde la cama, aún sin vestirse- Cuando sepas también lo que sientes ven a verme, ¿vale?
Él la besó y salió de la habitación sin decir nada más. Durante el resto del día, recordó aquella última vez. Sintió alegría, pero también desdicha por haberse permitido creer durante un momento que lo suyo era posible.
Sobre todo, porque, durante ese momento, se preguntó qué ocurriría si dejaba a Eva escapar.
Aquella tarde, algunos miembros de la resistencia practicaron tiro en los alrededores de la granja. Para ello, usaban como blanco los árboles. Se colocaban en una zona donde la vegetación era tupida para evitar ser vistos desde el aire.
Entre ellos estaba Ramón, que había mejorado sensiblemente su puntería. Ese día, por primera vez, logró acertar un disparo en el mismo sitio donde había golpeado el anterior. Aquello le sorprendió incluso a él mismo.
Durante sus prácticas, sin embargo, recibió una visita inesperada.
-Venga, díselo- le dijo Esther a Noelia, la chica pelirroja que estaba de guardia en el árbol el día que Pedro y Eva llegaron a la granja. Esta se mostraba visiblemente incómoda, como si la hubiesen traído a la fuerza.
– ¿Decirme qué? – preguntó un cada vez más intrigado Ramón, que olvidó incluso su éxito con el disparo anterior. Él y Esther no habían hablado desde el día que intentó usarla para darle celos a Lucía.
Sin embargo, la conocía demasiado bien como para saber que no se había hecho ilusiones con aquello. La escogió en parte por ser amiga de Lucía, y en parte porque supo que ellas se habían distanciado un tiempo cuando Lucía tuvo sexo con él en el establo.
De eso dedujo que sentía algo por él. No se había equivocado, pero incluso la noche que estuvieron juntos Esther pareció asumir con estoicismo que esa batalla la tenía perdida. Entonces, se preguntó Ramón, ¿qué hacía allí?
-Joder, no me hagas esto- intentó Noelia, sin obtener ningún resultado. Esther era quien debía relevarla en la guardia un par de noches antes, y la cazó dormida. Un error así se castigaba duramente en la resistencia.
Algunos incluso habían sido enviados a misiones terroristas suicidas contra el gobierno para expiar la culpa. Sin embargo, Esther no lo contó a nadie. Noelia se sintió aliviada y agradecida hasta que supo que planeaba usarlo en su beneficio más adelante.
Ese momento llegó cuando supo algo relacionado con ella la noche anterior. Fue la propia Noelia quien lo contó por error debido al alcohol que habían empezado a tomar con más frecuencia desde la llegada de Eva.
La esperanza en esta había provocado que se volvieran un poco menos cautelosos. Y algunos errores se pagaban, como el que ella había cometido. Con solo mirar un momento a la cara de Esther, supo que en esta no iba a encontrar comprensión ni apoyo.
Así que se resignó a hablar.
-Lo primero de todo, no quiero problemas con Lucía. Ella me cae bien, ¿vale?
La mención a Lucía, tal como Esther había pensado, aumentó el interés de Ramón. Se preguntó por qué hacía aquello, pues sabía perfectamente que él estaba enamorado de su amiga y que esa noche solo la utilizó.
¿Celos? ¿Venganza? ¿O quizás una secreta esperanza de desengañarle y ganar puntos para el futuro? Fuera lo que fuera, había llegado demasiado lejos para parar ahora.
-Sabemos por qué Lucía ha estado tan distante contigo desde que dormisteis juntos- dijo, en parte para presionar a Noelia y hacer que hablase de una vez. Pronunció las últimas palabras con un cierto dolor que Ramón ni siquiera percibió.
Tal como ella había pensado, su mente solo se centraba en Lucía. Aunque fuese para saber qué iban a contarle.
-Hace poco tuve un aborto- empezó Noelia- Me lo practicó un médico de aquí. Me habían dicho que sabía hacerlo, pero quise asegurarme antes. Y él mismo me dijo que no era el primero que había practicado.
No necesitó añadir nada más. La verdad golpeó con fuerza a Ramón, que necesitó sentarse en el suelo un momento para asimilarla. De pronto, los disparos del resto del grupo le parecían como el sonido de los pájaros: algo distante que solo estaba de fondo.
-Lo dicho, no quiero líos. Yo no os he contado nada- añadió Noelia antes de marcharse, no sin antes lanzar una última mirada furiosa a Esther por haberla metido en aquello.
Esta última, una vez a solas con el chico, no supo cómo reaccionar. Intentó acercarse a él, pero la rechazó con un movimiento brusco. Se dio cuenta de lo infantil de su comportamiento. No solo Ramón estaba más lejos de ella, sino que había estropeado las cosas con una amiga.
-Déjame solo, por favor- dijo él, haciendo aún más evidente el fracaso de unas esperanzas que ahora comprendía que solo habían existido en su cabeza.
-Pero, ¿estás bien?
-Déjame solo- repitió, en un tono mucho más cortante y con un punto de violencia que la asustó.
-Lo siento- añadió Esther antes de marcharse. Ramón quedó un rato más en el suelo, con aspecto desorientado. Parecía tener miedo de levantarse por si no era capaz de tenerse en pie. Sin embargo, lo hizo y retomó las prácticas de tiro.
La bala acertó en el mismo sitio del primer impacto una vez. Y otra. Y otra.
Cuando empezó a caer la noche, Eva daba una vuelta cerca de la granja. Le gustaba sentirse libre y estirar las piernas de vez en cuando. No es que se sintiera atrapada en su nuevo hogar, si es que podía llamarlo así.
Pero no dejaba de ser un mundo reducido, aunque no tanto como el sótano donde había pasado varios días. Echaba de menos ser libre para poder ir a donde quisiese, aunque a cambio hubiese ganado libertad en lo referente a su mente.
Además, a veces todo se volvía un poco mecánico: grabar con la cámara por las mañanas, las visitas de los médicos, las pruebas de sangre que no acababan o sus caras inexpresivas cuando les preguntaba de qué servía aquello, o como esperaban que les ayudase.
Lo mismo que le pasaba con Pedro cuando le preguntaba a él. Llevaba un tiempo percibiendo que una parte del chico luchaba por decírselo, pero no se atrevía. Es por eso que aquella mañana había decidido ser del todo franca con él.
Esperaba que la próxima vez que se vieran, pudiesen dejar de lado aquellos secretos que podrían separarles justo cuando estaban más unidos.
Lucía la encontró cuando estaba paseando cerca del lugar donde enterraron a aquellos miembros de la resistencia que se contagiaron con el virus. Decidió apartarla antes de que se diera cuenta de que la tierra allí se veía un poco diferente después de que hubiesen excavado.
No sabía cómo podría reaccionar ante la muerte de aquellos que aún no habían dejado de ser los suyos. Al menos, no del todo. En sus ojos, si se observaban bien, aún quedaba un poco de la antigua y fría cautela.
-Botín- le dijo, mostrándole la botella de alcohol con la que acababa de hacerse. Eva nunca había bebido, y la curiosidad por experimentar aquella nueva sensación fue suficiente para convencerla de ir a su cuarto a beber.
Probar el alcohol fue como sentir que introducía algo ajeno en su cuerpo. Algo que, en mayores cantidades, volvía a las personas más extrovertidas y eufóricas. De alguna forma, apagaba su lado racional.
En ese sentido, no le extrañó que el gobierno lo hubiese prohibido.
Mientras, Lucía le enseñó un vestido nuevo. Se lo había prestado una chica que era más o menos de su misma talla. Eva se dio cuenta de que su amiga se veía distinta con él, más radiante. Y disfrutaba dejándose ver así por otros.
– ¿Por qué usáis objetos para expresar las emociones? – preguntó, recordando como en la ciudad la ropa era funcional y nunca la usaban para verse, o hacer que los vieran, de una forma distinta o especial.
-No es el objeto. Por ejemplo, este vestido. Nadie lo hizo pensando en mí, pero me gusta pensar que tiene que ver conmigo y que representa como soy. Supongo que nos gusta sentirnos especiales. ¿A ti no?
Eva pensó en ello. Antes de que empezara a desarrollar emociones, ella no era de ninguna forma en concreto. Como una hoja en blanco que solo después comenzó a llenarse. Se dio cuenta de que cada persona era su propia hoja, y que en cada una se escribía de forma diferente.
Solo cuando una persona sabía cómo era, podía buscar objetos o ropa que le representara. Que fueran, por decirlo de alguna forma, una extensión de sí mismos y una carta de presentación al mundo. Una forma de decir a los demás como eran.
-Creo que aún no me conozco lo suficiente como para saber cómo soy. Siento que dentro de mí hay muchas posibilidades, pero no sé cuál es la mía. Aún me falta mucho para ser como vosotros.
– ¿Sabes por qué he cogido este vestido? – le preguntó Lucía, sentándose a su lado en la cama- No te lo iba a decir, pero ha sido por ti.
Una interesada y sorprendida Eva comenzó a escucharla con más atención que antes.
Al mismo tiempo, sentado en el porche de la granja y bebiéndose solo una botella de whisky, estaba Ramón. Tenía la mirada fija en el bosque, como si pudiera descubrir allí a algún enemigo con el que poder descargar su ira.
Pero, por más que lo buscaba, solo se encontraba a sí mismo.
-Me voy a hacer la guardia- dijo Esteban, el chico albino que se hacía llamar Ismael por el resto- ¿Vienes?
Ramón no le contestó. Esteban llevaba una escopeta colgada al hombro, y sintió alivio al ver que él había dejado su arma dentro. No habría sabido decir por qué, pero ya era la tercera botella que le veía beberse solo.
Algo, una especie de alarma invisible en su interior, le decía que se quedara en lugar de ir a hacer la guardia.
– ¿No crees que has bebido ya demasiado? – preguntó, pero la única respuesta que tuvo por parte de su amigo fue cuando este dejó caer la botella y el líquido que quedaba en esta se derramó por la hierba.
-Vale, tío, como quieras- dijo, y se marchó en dirección al árbol. Ramón le vio alejarse, su silueta poco a poco confundiéndose con las sombras del bosque. En el cielo sobre ellos, la hora azul comenzaba a dar paso al anochecer.
Y la ira se abría paso en su interior, mezclada con el alcohol.
-Antes de que llegases- empezó a decir Lucía en un tono de confidencia- Yo no pensaba en nada que no fuera la granja. Solo me decía: tengo que estar viva otro día. Y me obsesioné tanto que se me olvidó incluso lo que era estarlo. Usé el sexo y el alcohol para recordármelo.
Eva asintió en silencio. Aunque su amiga no se lo contó, fruto de esa actitud acabó llegando su embarazo. En la resistencia ya no disponían de anticonceptivos, pues dejaron de fabricarse al desaparecer del nuevo mundo las relaciones sexuales.
Los que no habían cambiado pudieron hacerse con algunos, pero al aumentar el sexo entre ellos debido al miedo por dejar de sentir, acabaron agotándolos. Sin embargo, no dejaron de tener relaciones pese al miedo a posibles embarazos.
Lucía pensaba que lo hacían porque una parte de ellos deseaba creer que las cosas seguían como antes, aunque no fuese verdad.
-Recuerdo una discoteca a la que iba a bailar. Hace tiempo que la cerraron. En verano, me ponía un vestido como este. Me gustaba verme con él y sentir que era joven y la noche era mía. Que tenía toda la vida por delante.
A Eva no le costó nada imaginar allí a su amiga. Desde que la conoció era risueña y libre, como si su hoja estuviera pintada con colores llamativos y que atraían la atención de los demás incluso sin proponérselo.
-Hoy volví a pensar en ese sitio. En cómo me vería si volviera allí llevando esto. Y en que, si esta pesadilla se termina, sería bonito que ese lugar volviera a llenarse de gente. Creo que es la primera vez que pienso un poco en el futuro en mucho tiempo.
-Me alegro. Pero, ¿por qué decías que tenía que ver conmigo?
– ¿Es que no te has dado cuenta? Desde que llegaste la gente es distinta. Beben más porque quieren que eso les ayude a liberar sus emociones. Como si las tuvieran olvidadas, y necesitaran recordar cómo sacarlas.
Eva pensó sobre ello. Al poco de llegar, solía sorprender a la gente mirándola, o dejando de hablar cuando ella aparecía. A veces, los veía formar corros y reírse de algo que solo ellos conocían. A veces, se ponían a cantar mientras realizaban otras tareas.
Recordó a dos chicas ponerse a bailar en el prado sin venir a cuento. Y a un hombre que se tumbó en este durante un día soleado, como si acabara de descubrir el sol o el roce de la hierba contra su piel.
¿Estaba aquella comunidad despertando a la vida, igual que lo había hecho ella?
-Tú nos has cambiado. No tengas miedo por no saber quién eres aún, porque el día que lo sepas verás que es algo muy poderoso. Yo lo sé, y también muchos otros, aunque no te lo digan. Nos has regalado el futuro.
-Gracias- dijo Eva, y abrazó a su amiga. Era algo que hacía con mucha frecuencia desde que decidió dejar de contener sus impulsos. A veces, incluso abrazaba a desconocidos que tenían un gesto amable con ella como llevarle comida que había sobrado a su habitación.
Algunas personas, acostumbradas a vivir escondiendo sus emociones, se sentían incómodas ante el gesto. No fue el caso de Lucía, que había decidido no temer más al afecto y respondió a este con sinceridad.
La puerta se abrió, cogiéndolas por sorpresa. De pie en el umbral, y oliendo al alcohol que llevaba rato bebiendo, estaba Ramón. Se dirigió en primer lugar a Lucía, que volvió a mostrarse tan incómoda como solía estarlo cuando él estaba presente.
-Me han dicho que estabas aquí. Hola, Eva.
-Hola- respondió ella con timidez. Había algo en Ramón y en la forma en que expresaba sus emociones, en parte acrecentadas por el alcohol, que le resultaba agresivo e intimidatorio. Por alguna razón que no podía explicar, no se atrevió a moverse.
-Tenemos que hablar. Ahora.
– ¿Es importante?
-Sí, lo es.
-Vale- respondió finalmente Lucía, aunque sin estar convencida- Eva, espérame abajo, ¿vale? Ahora voy.
-No, que se quede- cortó Ramón, cerrando la puerta de golpe- Así se entera de lo hija de puta que eres.
– ¿Perdona? – respondió Lucía, visiblemente molesta. Sin embargo, vio que la culata de un revolver asomaba en el pantalón de Ramón y decidió no seguir replicando. El recién llegado cogió una silla y se sentó en ella frente a la puerta, bloqueando la única salida.
Eva deseó decir algo en defensa de su amiga, pero a cada segundo que pasaba se iba sintiendo más intimidada. En el ambiente flotaba una agresividad que nunca había percibido, ni siquiera cuando los suyos intentaron atraparla.
Al final, fue Ramón quien rompió el tenso silencio.
– ¿Cuándo me ibas a contar que estabas embarazada?
La expresión de sorpresa en la cara de Lucía fue lo suficientemente elocuente como para que Ramón no necesitara seguir haciendo preguntas. La siguiente vez que hablo, la chica optó por un tono muy diferente en un intento de calmar las cosas.
-Escúchame, estás borracho. Ahora no es momento ni lugar para hablar de esto. Mañana más tranquilos lo discutimos, ¿de acuerdo?
-Es verdad, se me olvidaba que eres tú la que decide cuando hay que hablar las cosas. Eso si decides que hay que hablarlas.
Lucía se iba sintiendo más incómoda a cada segundo que pasaba, por ella y por Eva. Al principio, cuando decidió ocultarle todo aquello, pensó que con el tiempo superaría que se hubiera distanciado. Incluso intentó algún leve acercamiento, como sentarse a su lado en alguna reunión.
Pero él siempre respondía de forma violenta. No negó que, al principio, aquella noche que pasaron juntos, creyó ver un rayo de esperanza. Una posible relación nacida en medio de toda aquella locura.
Pero ocurrió lo del embarazo. El destino a veces tenía formas muy macabras de hacer bromas, pensó. De todas las veces que había tenido sexo, incluso repitiendo algunas de ellas con el mismo chico, fue esa en la que ocurrió.
Y un muro insalvable creció entre ambos. Siempre supo que le haría daño, pero pensó que alejándose le haría el menor posible. Esa noche vio claramente su equivocación, y no fue capaz de encontrar una forma de arreglarla.
Fue mientras pensaba en ello cuando se dio cuenta de que Ramón estaba llorando.
– ¿Tienes idea de la gente que he perdido desde que empezó todo esto? – dijo, en un tono de voz que iba subiendo a cada palabra- Familia, amigos. Ese niño, o niña, podría haber sido mi oportunidad de empezar de nuevo. De tener algo para mí.
-No sabes lo que dices. ¿Te parece este un sitio para traer a un niño? ¿Y si hubiera nacido enfermo?
– ¿Y qué? Podríamos haberle enseñado a sentir. Si funcionó con Eva, ¿por qué no con él?
-No es lo mismo, Ramón. Mira, siento haberte hecho daño. Pero creí que era lo mejor. Para los dos.
– ¡Deja de mentirme, joder! – gritó el chico de pronto, levantándose y tirando al suelo la silla donde se había sentado- Deja de fingir que pensaste en mí. Si lo hubieras hecho, al menos me habrías preguntado qué pensaba. Pensaste en ti.
-Por favor, parad- dijo de pronto Eva, a quien la agresividad en el tono empezaba a resultar intimidatoria.
-Tranquila, Eva. Por mí, esta conversación se ha terminado.
-No se ha terminado- respondió Ramón, cogiéndola del brazo bruscamente cuando se dirigía hacia la puerta- No hasta que me expliques por qué eres una zorra egoísta.
-Basta, me estás haciendo daño- dijo ella, y algo en su mirada le hizo soltarla. Lucía se llevó una mano al brazo dolorido. La culpa que vio entonces en los ojos de él le hizo darse cuenta de dos cosas muy importantes.
La primera era que, por mucho que hubiese aparecido con la pistola que tanto la había asustado al principio, no tenía intención de hacer daño. No si un simple dolor en el brazo le había hecho retroceder.
Y la segunda era que por primera vez desde que empezó la discusión se veía por encima y con la posibilidad de echarle algo en cara. Esto hizo que todo el dolor y la soledad que había sentido viviendo aquello sola salieran a la superficie.
Y, cuando habló, lo hizo con mucha más vehemencia de la que pretendía. Como una fuga de agua recién abierta que ya no se podía parar.
-Llegué a pensar en decírtelo. Pero ahora veo que no me equivoqué. Solo eres un borracho patético, incapaz de cuidar de nadie más.
Y ocurrió. En los días siguientes, Eva solo conservó en el recuerdo breves fragmentos, como los planos de una película que no estuviera montada. Vio la mano de Ramón, disparada, en dirección a la cara de Lucía. La vio caer.
Y, finalmente, vio su cabeza abrirse al golpear el pico de una mesa en dirección al suelo.
Entonces, todo se precipitó. Pero de algún modo también fue liberador para Eva. Ya no sintió aquellas agresivas emociones que la habían paralizado. Todo lo que podía ver era el cuerpo de su amiga en el suelo, sufriendo espasmos.
Y con una expresión que parecía estar aún asimilando la bofetada.
– ¡Un médico! – gritó, sin atreverse a soltar el cuerpo e intentando que la oyesen los de fuera de la habitación. Ramón, por su parte, se quedó sentado sobre la cama, con una expresión aún más descolocada que cuando le revelaron lo del aborto- ¡¡¡POR FAVOR, UN MÉDICO!!!
La ayuda llegó, pero ya fue muy tarde. En poco tiempo, el cuarto se llenó de miembros de la resistencia que ocuparon todo tan rápido que el médico tuvo que gritar quién era para que le dejasen pasar.
Pronto, los recién llegados se vieron sacudidos por la impotencia. Estaban preparados para ponerse en marcha ante cualquier cosa fuera de lo normal, incluso para hacer frente a un batallón enemigo. Al fin y al cabo, entrenaban para eso.
Cuando oyeron los gritos, sus cerebros se activaron en busca de un problema que estaban preparados para resolver. Pero encontraron a una de los suyos muerta a manos de otro, sin que hubiese cambiado por el virus.
Aquello les superaba. Mientras vagaban por el cuarto, las mentes de algunos intentaban encontrar una explicación que encajara con su sistema de valores: que el virus, de alguna forma, hubiese afectado a su compañero. Que el gobierno le hubiese manipulado.
Pero, al final, se quedaban solos con la realidad de lo que las personas podían hacerse a veces unas a otras. Y, en medio de esta confusión y abatimiento, Pedro pronunció la pregunta que acabó por ponerles alerta.
– ¿Dónde está Eva?
Aquellas palabras hicieron a todos retroceder hasta el momento en que la habían visto por última vez. Algunos recordaban haberla visto al entrar, otros estaban convencidos de que había permanecido al lado de Lucía hasta que llegó el médico.
Pero nadie recordaba en qué momento había dejado el cuarto.
-Holden, ¿dónde está? ¿Has visto a Eva? ¡¡Dime algo!!- preguntó Pedro a Ramón, el Holden Caulfield del grupo, mientras le zarandeaba levemente. Sin embargo, este solo dijo lo que llevaba repitiendo los últimos quince minutos.
-Yo no quería matarla. Ha sido un accidente. No quería matarla.
Pedro desistió, y salió del cuarto para buscar a Eva. Poco a poco, el lugar se fue vaciando de gente. El médico certificó el fallecimiento de Lucía, y colocaron su cuerpo sobre la cama hasta que la tumba para enterrarla estuviese cavada.
Por su parte, Pedro recorrió toda la granja en busca de la chica. Poco a poco, pasado el impacto de la muerte de su compañera, otros miembros de la resistencia empezaron a ser conscientes del otro problema que tenían encima y se le unieron.
Sin embargo, la búsqueda fue infructuosa. Eva se había marchado.
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