Cortos de tinta: «Nuevo orden´´ (Capítulo 8)

VIII

El viaje por las alcantarillas transcurrió sin demasiadas complicaciones. Por precaución, Pedro vistió a Eva con un jersey con una capucha que hacía más difícil identificarla, en caso de que alguien les viese.

Pero a aquellas horas la ciudad estaba más pendiente del fracaso en el programa de televisión que de dos figuras penetrando en las alcantarillas. Pedro se preguntó si en esos momentos ya habrían identificado su voz, y entrado en su apartamento.

Lo más probable, pensó, era que sí.

De modo que no le daba más miedo la oscuridad en la que tenía que adentrarse que lo que dejaba atrás. Eva caminaba en todo momento detrás suyo, y en un par de ocasiones le cogió un brazo o el hombro. Pero no le vio la cara en todo el trayecto.

Fue una suerte para Pedro, ya que le hacía sentirse menos culpable.

Durante todo el trayecto los acompañó el sonido del agua, cuyo torrente arrastraba los desperdicios de la ciudad. De haber salido unos días antes, con las lluvias, esta habría formado un torrente que le hubiese hecho imposible la huida.

Pero ahora tenían el camino libre, además de un mapa en el móvil de Pedro y una linterna. Levantar la tapa por la que entraron no les supuso un gran esfuerzo, gracias a la barra que había conseguido el chico.

Caminaron siguiendo el mapa, y solo en dos ocasiones corrieron peligro de extraviarse. Pero Pedro supo rectificar a tiempo. Eva, acostumbrada a las largas colas que solían guardar en clase tras el recreo para volver al aula de forma ordenada, no tuvo problemas en seguirle.

Sin embargo, en aquel largo viaje por las entrañas de Madrid sintió como afloraban en ella ciertas sensaciones desconocidas.

A lo largo del recorrido, sobre todo cuando llevaban un buen rato caminando, se dio cuenta de lo desagradable que le resultaba el olor de las alcantarillas. En clase había estudiado que era normal tras fuertes lluvias, ya que estas expulsaban los gases que anteriormente ocupaban ese espacio.

Pero sus sensaciones esa noche no tenían nada que ver con datos o información científica. Era un asco genuino, que le nacía de las entrañas. Miró a Pedro, caminando delante de ella, y sintió la necesidad de compartirlo con él.

En realidad, y esto fue lo que más le sorprendió, sintió la necesidad de compartir cualquier cosa con Pedro. En aquel lugar, como había ocurrido en el sótano, era su única compañía y el silencio empezaba a pesarle.

Nunca se había sentido así. En su vida anterior, había llegado a estar callada durante horas. Las palabras eran herramientas con las que conseguir cosas, o hacer avanzar conversaciones. Nunca una forma de llenar un vacío que antes no sabía que estaba ahí.

Durante todo el camino, solo le fue visible la nuca de Pedro. Este le desconcertaba. A veces parecía muy cercano, como con el karaoke. O cuando respondía a sus intentos de llamar su atención cogiendo la mano que ella le ponía sobre el hombro.

O al llegar por fin al final del recorrido, cuando la hora azul previa al amanecer pintaba el cielo. Al emerger del túnel de alcantarillado que abandonaba la ciudad, la tomó un momento en brazos para evitarla pisar el suelo embarrado.

Pero otras veces, se mostraba distante, como si estuviera incómodo en su presencia. Como si callara algo que le doliese por dentro, pero aun así prefería no decir. Ella no le preguntó, aún no entendía suficiente a las personas ni la diferencia entre lo que callaban y lo que no.

Lo que si sabía es que Pedro le suponía un misterio, uno casi tan grande como el que sucedía en su interior.

-El escondite de la resistencia está en esta montaña, a un día de camino- dijo él mientras tomaban un poco de la comida que había traído consigo, en una mochila. Se quedaron con hambre, pero decidieron que era mejor racionarla- Andando a buen ritmo, mañana a esta hora habremos llegado.

Eva asintió en silencio, pese a su anterior necesidad de hablar. Se dio cuenta de que escuchar también era una forma de satisfacerla. Y observar. Muchas veces, comprendió, las personas revelaban cosas sobre sí mismas cuando no se sentían observadas.

Algo de la curiosidad racional que la había caracterizado antes estaba presente en aquel proceso de investigación. También lo estaba el hecho de que el chico se había convertido en su única compañía en aquella extraña etapa. Pero no podía mentirse a sí misma diciéndose que solo era eso.

Se sentía como un lienzo sobre el que las emociones pintaban, y al hacerlo revelaban más sobre su paisaje interior. Un lugar antes vedado a sus ojos que ahora se estaba revelando poco a poco. Y, entre todas ellas, Pedro pintaba de una forma especial.

Por eso seguiría investigando en silencio. Para saber quién era él y, en último término, quién era ella.

Tras abandonar Madrid, aparecieron en una zona de las afueras cercana a la sierra. Eva se asombró del largo camino que habían recorrido en aquel trayecto de oscuridad. Imaginó a los seres que habían caminado sobre ellos esa noche, inconscientes de su fuga.

Siguieron avanzando durante varias horas, siempre hacia arriba. Siempre ocultándose bajo la tupida vegetación, y evitando las zonas más al descubierto. El gobierno, como dijo Pedro, tenía helicópteros con los que patrullaba aquella zona en busca de la resistencia.

Y, tras la fuga, no sería raro ver alguno.

– ¿Te pasa algo? – preguntó Pedro en un momento del recorrido, cuando ella se detuvo de golpe. Estaban en una zona del monte que hacía pendiente, y la chica se había parado sobre una roca.

Eva no respondió. Cerró los ojos, y se limitó a sentir el efecto de la leve brisa que se había levantado en su piel. En todos sus años como ser racional, nunca se había parado a hacerlo. Siempre había pensado en ella solo como un cambio térmico que no encerraba mayor misterio.

Ahora, le parecía que el bosque cobraba vida gracias a ella y las ramas de los árboles cuchicheaban entre sí. Recordó sus días de encierro, y el viaje por las alcantarillas. En comparación, aquella era una sensación fresca que le recordaba que seguía viva, y estaba en libertad.

Cuando Pedro lo comprendió, se quedó observándola un momento desde la distancia y dejándola disfrutar aquella nueva sensación. Sin que se diera cuenta, la boca de la chica se curvó en una sonrisa a causa de cómo su cuerpo y sus emociones le hablaban al sentir la caricia del viento.

Un nuevo color había aparecido en su lienzo.

-Quiero hacernos una foto- dijo Eva más tarde. Se habían detenido bajo la sombra de un árbol para comer y reponer fuerzas. Empezaba a atardecer, y los árboles dibujaban una sombra cada vez más pronunciada.

La chica sintió aquella necesidad como un impulso, algo a lo que no estaba acostumbrada, y por eso mismo decidió seguirlo. De alguna forma, quería capturar los cambios que en ella se iban produciendo con el paso de los días.

Pedro se la quedó mirando con la duda en el rostro. Ella señaló el suelo a su lado, reiterando la invitación. Finalmente, la aceptó y se fotografiaron juntos.

Eva miró la foto en el móvil, un instante de tiempo congelado y que ya nunca más existiría fuera de aquel marco. Ni ellos serían los mismos, ni lo serían las circunstancias. Tal como Pedro le había explicado aquel día en clase.

Pero ahora empezaba a entender por qué las personas sentían la necesidad de conservar aquellos momentos. En realidad, puede que siempre lo hubiera comprendido, pero antes solo de forma racional y mecánica. Ahora, se sentía dentro del dibujo con los personajes.

Y en aquel instante, pese a la fuga y lo ocurrido en los últimos días, se sintió en paz. El contacto de la hierba entre sus dedos, los rayos de sol anaranjados filtrándose entre las ramas y el contacto de la brisa con su piel y rostro. Y Pedro junto a ella, aunque estuviese largos ratos sin hablar.

Un momento fugaz que quiso inmortalizar antes de que fuese barrido por el tiempo.

-Sois raros- dijo, mirando la fotografía. Pero acabo rectificando tras una pausa- Somos raros.

-Me gusta pensar que somos los últimos cuerdos- respondió él, cuya mente estaba ya centrada en encontrar un lugar donde pasar la inminente noche.

La suerte les sonrió, ya que tras avanzar durante un rato vieron alzarse sobre los árboles otro vestigio del mundo antiguo: un observatorio antiincendios.

En el mundo racional, los incendios eran mucho menos frecuentes ya que había desaparecido la piromanía. Por ello, el trabajo de los guardabosques se había reducido bastante y el gobierno prescindió de muchos de ellos.

Así que allí estaba, solitaria y con una delgada escalera metálica que ascendía hasta la superficie. Un tejadillo coronaba esta, y las paredes de metal estaban cubiertas de pintadas. De esas que antes decoraban las paredes de las ciudades, y ahora se habían desvanecido.

En aquel lugar al margen del tiempo pasarían la última noche antes de llegar a la granja, donde Pedro calculaba que estarían al día siguiente si seguían avanzando a buen ritmo. Subió por la escalerilla, con Eva siguiendo sus pasos.

Mientras cenaban, se sorprendió a sí mismo mirándola en silencio. No sabía si la propia chica era consciente, pero parecía una persona distinta cada varias horas. Antes, en el sótano, solo lo notaba cuando iba a verla.

Pero, ahora que convivían más de seguido, era mucho más evidente. Como si los cambios se estuvieran acelerando. Al idear el plan, la resistencia previó que pasaría. Pero no a aquella velocidad. Se preguntó si él habría tenido algo que ver.

De haber sospechado hasta qué punto esto último era cierto, su sentimiento de culpa por lo de la madre se habría acrecentado considerablemente.

Por la noche, cayó una tormenta. El agua repiqueteaba sobre el tejadillo metálico mientras intentaban dormir. Decidieron que lo harían por turnos. Al estallar la tormenta, Pedro vigilaba mientras ella trataba de conciliar el sueño.

Al chico le sorprendió escucharla tararear «Eleanor Rigby´´.

-Nuestro momento especial, ¿recuerdas? – dijo, sonriendo al sentir que por primera vez podía vincular algo externo como la lluvia con un momento feliz. Pequeños detalles como ese la hacían sentirse más humana.

– ¿Cómo son las personas a las que vamos a ver?

-Como yo. Aunque ya no son tan diferentes de ti. Has cambiado mucho.

-Lo sé. Puedo sentirlo. Cada día hay cambios. Es…como si antes solo viese el mundo de un solo calor, y ahora fuese consciente de todos los que existen.

-Y, ¿cómo te hace sentir eso?

-Aún no sé si puedo identificar lo que siento. Todo es muy nuevo para mí.

-Entonces, piensa en una palabra que lo defina. La que te venga a la cabeza.

-Viva. Me siento viva, en contacto con lo que me rodea.

– ¿Te gusta?

-Sí. Pero también me da miedo.

Eva se giró en el suelo, y escudriñó la oscuridad intentando distinguir el rostro de él. La bolsa de la comida se había convertido en una improvisada almohada.

-Aún no me has dicho como esperáis que os ayude.

-Te lo explicaran allí. Yo tampoco estoy informado.

-Mentiroso. ¿Por qué mentís? Es una de las cosas que aun no entiendo sobre vosotros. En mi mundo, la mentira no era racional y nunca la usábamos.

-Ni nosotros lo sabemos. A veces, para evitar hacer daño a otros.

– ¿Cómo una mentira puede ser menos dolorosa que la verdad?

-Cuando la verdad es demasiado dura para aceptarla.

-Y, ¿no crees que es egoísta tomar esa decisión por la otra persona?

-Quizás. No lo sé. A veces las personas ni siquiera nos comprendemos a nosotras mismas. Ya lo irás descubriendo.

-Lo estoy haciendo. Por eso he dicho que me asusta. Antes, cuando solo estaba yo, habría pensado en relajarme para dormir enseguida. Ahora, soy consciente de los otros. De los que pueden estar ahí fuera, buscándonos. De ti, que podrías estar mintiéndome.

– ¿Eso no te hace sentir menos sola?

-Sí. Pero también más vulnerable.

Permanecieron un momento en silencio, Eva sin apartar la vista de Pedro. Finalmente, se incorporó y fue a donde él estaba. Alrededor, todo era silencio roto solo por el ocasional ulular de un búho en la lejanía. La luna llena bañaba el observatorio.

-Túmbate, e intenta dormir. Yo vigilaré.

– ¿Estás segura? Has caminado lo mismo que yo.

-Pero tú has estado pendiente todo el día de cada esquina, y de cada sombra. Desde anoche, pareces cargar con una presión enorme. No sé lo que es, ni si me lo contarás, pero si mi vida depende de ti te quiero descansado. Duerme.

-Bueno- dijo Pedro mientras cedía y se recostaba en el lugar donde estuvo ella- Pero solo lo he hecho porque era mi deber. Para cumplir con la misión.

-Mentiroso- dijo ella mientras le observaba desde la esquina. Las sombras le impidieron al chico ver que estaba sonriendo.

Cuando despertó al día siguiente, lo primero que Eva notó fue la mano de Pedro tapándole la boca. Y sus ojos desencajados por el terror pidiéndole silencio.

La chica no podía ver más allá del observatorio. El sol brillaba, y todo era silencio alrededor salvo el canto de las aves. Sin embargo, sabía que él no habría adoptado aquella expresión de cautela por nada, y decidió quedarse quieta sin hacer ruido.

Pedro se lo agradeció en silencio. Junto al observatorio, y fuera del rango de visión de ella, había aterrizado un helicóptero del gobierno. Dos soldados inspeccionaban la zona. Y uno de ellos había empezado a subir la escalera.

El chico metió la mano en la bolsa, y sacó un cuchillo. Cuando decidió llevarlo, esperaba no tener que usarlo y menos delante de Eva. Pero, como miembro de la resistencia, había aprendido a luchar por su vida y la de otros.

Los pasos en la escalera se acercaban. Cuando aterrizaron, le dio tiempo a ver que el soldado iba armado. Sin embargo, si conseguía atacarle cuando estaba subiendo, podría reducirlo. Tal vez incluso meterle dentro sin que el otro advirtiera que estaba muerto.

En cuanto al de abajo, podría tener una oportunidad si se hacía con el arma de su compañero. Era buen tirador, y podría acertarle desde arriba. Lo que más le preocupaba era que enviasen una nueva patrulla al no tener noticias de aquella. Estaban demasiado cerca de la base.

Todo esto ocurría a gran velocidad en la mente de Pedro mientras Eva le miraba desde el suelo. No le era fácil distinguir cuál era la emoción que la dominaba en ese momento. Habría dicho que miedo, pero no de los soldados.

Sino de él, y del instinto asesino que le dominaba. Lo temía porque ella también lo había sentido cuando fue perseguida en la ciudad. Sabía que era ese mismo instinto lo que había llevado a las gentes del mundo antiguo a matarse entre sí.

Los pasos estaban ya muy cerca. El sol hizo brillar levemente el filo del cuchillo. La mano de Pedro temblaba y, cuando ya tenían al soldado casi encima, ella hizo algo inesperado. Se la cogió, y el temblor cesó de inmediato.

Se miraron a los ojos. Por primera vez desde que era un soldado de la resistencia, Pedro aparentó tener unos años menos. Eva se arrepintió de haberlo juzgado tan duramente solo unos segundos antes.

No era un asesino. Solo un chico asustado con un cuchillo. Como ella.

Un nuevo sonido rompió la tensión del momento, y a punto estuvieron de delatar su posición. La radio del helicóptero se había encendido, y el soldado de abajo se comunicaba por ella. Pasados unos segundos, llamó a su compañero.

-Ha habido problemas en el centro de reconversión. Nos necesitan allí.

Para gran alivio de Eva y Pedro, los pasos del otro soldado comenzaron a alejarse de ellos. El chico puso el cuchillo en el suelo, y lo miró rechazando la idea de que segundos antes había estado dispuesto a usarlo. Pero lo había estado.

Un rato después, cuando el sonido del helicóptero era solo un mal recuerdo, pararon junto a un pequeño arroyo. Eva se refrescó los pies en él, disfrutando de las sensaciones que el contacto con el agua le provocaban.

-Si hubiese sido uno de ellos- dijo de pronto, cogiendo a Pedro por sorpresa- ¿Me habrías matado?

– ¿A qué viene eso?

-Contéstame, por favor. Si no pudiera sentir ni fuera importante para vosotros. Si me hubiese puesto en tu camino de alguna manera, ¿lo habrías hecho?

-Supongo que sí- contestó Pedro, mirando el suelo como si se avergonzara de su respuesta. Sin embargo, ella le miró con una cierta admiración a causa de la sinceridad que había demostrado.

-Ya lo has hecho antes, ¿verdad?

-Muchas veces. Para ellos es más fácil. No sienten remordimiento. Por eso vamos perdiendo.

-Y ahora, ¿me matarías?

-Claro que no. Te necesitamos.

-Olvida eso. Imagina que no quisiera ayudaros. Que escapara, y pidiese volver a mi vida de antes a cambio de delataros. Imagina que solo te acompaño para saber dónde está vuestra base.

-Tú no harías eso.

– ¿Cómo lo sabes?

-No me lo habrías dicho.

-A lo mejor lo he hecho porque quería que pensaras eso.

-Eva, ¿a qué viene todo esto?

-A que quiero saber quién eres. Me dijiste que descubriera las emociones, y lo estoy haciendo. Pero yo no las pedí. No es mi lucha, y no puede serlo por algo tan abstracto como la emoción. No sé nada de ese grupo. Solo te conozco a ti, y quiero saber si puedo luchar por ti.

Pedro no respondió inmediatamente. Reflexionó sobre aquellas palabras mientras escuchaba el sonido del arroyo. En medio de toda aquella locura, le transmitía una cierta paz.

-Así que dime, ¿me matarías si quisiera escapar, si supusiese alguna amenaza para ti o tu grupo?

-No. Ahora no podría hacerlo, después de conocerte.

Eva le observó de forma inquisitiva durante un instante. Después, se quedó mirando el agua del arroyo. Parecía meditar sobre si lo que había escuchado era suficiente o no.

-Yo tampoco podría dejar que te capturaran. Después de conocerte.

Pedro se sintió un poco más aliviado. Ella volvió a ponerse los zapatos, y se puso de pie mirándole a los ojos.

-Gracias.

Continuaron el camino. Pedro se sintió más culpable a cada paso que daban. Una parte de él le pedía contarle lo que había ocurrido con su madre, pero otra le decía que podía arruinar la misión. Esto le hizo sentirse peor.

Había hablado como si ella le importase. Pero, incluso siendo eso verdad, no podía dejar de pensar de una manera interesada y estratégica.

Por su parte Eva creía que, si las personas que iba a conocer eran como Pedro, tal vez tuviesen algo que merecía la pena salvar.

Fuera como fuera, estaba a punto de descubrirlo.

Llegaron con el atardecer. Según se iban acercando a la base, Pedro envió un mensaje y ellos le respondieron con un mapa que señalaba las zonas donde habían colocado minas. Todos los miembros del grupo las conocían, pero él llevaba tiempo fuera.

Se adentró con Eva en una zona donde la vegetación era mucho más tupida. Dejaron de escuchar a las aves, como si se aproximaran a un lugar secreto al margen del tiempo. La guarida de las últimas emociones.

Con ayuda del mapa, esquivaron las minas y siguieron avanzando. Encontraron a la persona que estaba de guardia, una joven pelirroja. Estaba miraba a Eva como si Dios se le hubiese aparecido. Casi no reparó en Pedro, a quien reconocía de cuando vivía con ellos.

Cuando dejaron atrás la vegetación y el claro donde estaba la granja apareció ante ellos, la chica tuvo de nuevo la sensación de estar entrando en otro mundo.

Unos pocos estaban fuera. Al verlos llegar, avisaron a los de dentro. Pronto, un grupo numeroso con edades heterogéneas salió para recibirles. Se sintió observada, y por primera vez en su vida eso le hizo sentir incómoda.

Notó que Pedro se alejaba de ella. Esto le hizo sentir una punzada de soledad, ya que entre todas aquellas personas era el único que no le resultaba un extraño. Le vio acercarse a uno de ellos, su padre, y fundirse en un abrazo con él.

Pronto, la chica fue rodeada por el grupo de curiosos. Un murmullo de excitación recorrió este cuando la miraron a los ojos, y vieron emoción en ellos. Una mujer mayor incluso se echó a llorar de alegría.

Eva no se sentía cómoda. Hasta ese momento, había podido desarrollar sus emociones y leer las de otros de una forma íntima, con Pedro, y teniendo sus tiempos y espacio. Ahora, sentía como las de ellos la rodeaban de una forma invasiva.

-Bienvenida- le dijo Lucia, que llevaba uno de sus vestidos de flores, acercándose a ella y desmarcándose del grupo- Te hemos preparado una habitación. ¿Quieres verla?

Enseguida, Eva se marchó con ella. De todo el grupo, aquella chica era la única que había entendido como se sentía y le ofrecía privacidad. Decidió confiar en ella. Algo en su carácter le recordaba a Pedro.

-Bienvenida, Eva- le dijo Fernando, el padre de este, cuando las dos chicas pasaron junto a él- Hemos estado mucho tiempo esperándote.

Durante unos segundos, mientras iban hacia la granja, la chica pudo observarles juntos. Fernando tenía muchos de los rasgos físicos de Pedro, pero también una dureza en la mirada que su hijo aún no había desarrollado.

Parecía, a diferencia suya, un soldado. Uno que había estado en demasiadas batallas.

-Puedes llamarme Madame Bovary- dijo Lucía cuando entraron juntas en la granja- No sé si Pedro te lo ha contado, pero aquí todos tenemos nombres así. ¿Has pensado cuál será el tuyo?

La siguió dentro, observando cada detalle del lugar con los ojos llenos de curiosidad y asombro. Como quien visita un nuevo país. O, en su caso, un nuevo planeta. Uno que hasta entonces solo le había parecido una leyenda, y ahora cobraba vida.

-Eva- respondió con sencillez, recordando la conversación que había tenido con Pedro durante la última tarde que pasó en el sótano- Yo seré Eva.

-No puedo seguir mintiéndola, padre- se sinceró Pedro horas después. Entrada la noche, él y su padre se habían quedado solos en la cocina. Por primera vez en mucho tiempo, el joven pudo ser completamente sincero con alguien.

Habló de todo, sin dejarse nada. De la amiga ejecutada ante sus ojos, y de la madre que no había podido salvar.

-Lo has hecho muy bien, hijo. Estamos muy orgullosos de ti. Yo también. Pero ahora debes apartarte, y dejárnoslo a nosotros.

-Me mandasteis a salvar una esperanza para nosotros. Pero solo la veis como un símbolo, y es una persona.

-Te advertí de que no te implicaras demasiado. Sabes lo que le espera, ¿verdad?

Pedro asintió. Para poder desarrollar un antídoto y empezar a aplicarlo a la población, los científicos del grupo necesitarían una gran cantidad de su sangre, además de los órganos vitales. No sobreviviría.

-Tienes que apartarte, hijo. Ya has sufrido bastante.

– ¿Así lo hiciste tú con mamá?

Fernando no respondió. Se levantó y fue hasta la ventana, donde se quedó observando en silencio la oscuridad de los bosques alrededor de la granja.

-Perdóname- dijo Pedro pasado un momento- Ha sido un golpe bajo.

-Yo también lo siento. Parece que su corazón es bueno. Odio que tengan que pasarle cosas malas a gente buena.

-La he fallado.

-No digas eso. Nos has traído una esperanza.

-Y la he llevado a la muerte. ¿Cuándo ocurrirá?

-No será rápido. Necesitamos saber cómo evoluciona. Parece que ha desarrollado algunas emociones, pero aún no es como nosotros. Los científicos quieren observarla primero, saber hasta qué punto ha resistido al virus.

-Entonces, solo le he salvado la vida a una cobaya.

Pedro quedó en silencio, mirándose las manos y las heridas que aún conservaba tras golpear las paredes del sótano. Invadido por la misma sensación de impotencia que entonces, sintió deseos de romper algo. Al final, se conformó con dar un golpe en la mesa con el puño.

Fernando se sentó a su lado. Cogió una jarra que había sobre la mesa y se sirvió un vaso de agua. La bebió pensando en el depósito del que la sacaban, y en cuanto tiempo más podrían hacerlo sin ser descubiertos. Al final, era como todo lo demás allí. Vivir un día sin pensar en el siguiente.

Hasta ahora. Ahora tenían una oportunidad. Tomó la mano de su hijo como gesto de consuelo, y este no la retiró.

-Alguien me dijo hace poco que no somos malas personas. Que hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Estoy totalmente de acuerdo.

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