
VII
Con el paso de los días, el nombre de Eva dejó de aparecer tan de seguido en las radios y televisiones.
No desapareció del todo, ya que el gobierno no quería que ella y la amenaza que representaba cayesen en el olvido. Y las voces monocordes que se colaban cada día en los impersonales hogares a través de los medios perseguían ese propósito.
Sin embargo, la normalidad se fue reinstaurando. Las noticias sobre ciencia abrían los telediarios. Especialmente las exclusivas imágenes enviadas desde la primera colonia humana en Marte.
En un mundo racional, los avances en ciencia habían sido mayores y más rápidos de lo esperado a inicios del siglo XXI. Los gobiernos mundiales habían encontrado la forma de acabar con el desabastecimiento de alimentos racionando estos.
Sin embargo, la sobrepoblación seguía siendo un problema. Así que se llevaron a cabo hambrunas selectivas, repartidas por igual entre los distintos continentes, para sacrificar a algunos en beneficio de la mayoría.
Con todo y con eso, el planeta acabaría muriendo y ellos lo sabían. Por eso los viajes espaciales estaban centrando gran parte de sus esfuerzos.
Tras la construcción de la primera colonia habitable en el planeta rojo, comenzaron a enviar allí a sus primeros habitantes. Los desfavorecidos, aquellos que no tenían hogar, fueron elegidos para tal propósito.
En la Tierra, no habían encontrado su lugar. Y los albergues y comedores sociales se habían cerrado debido a la relación de muchos de ellos con creencias religiosas obsoletas para los nuevos ciudadanos racionales.
Así que en el nuevo mundo ya no había iglesias, pero tampoco pobres pidiendo en las calles. El gobierno les daba una nueva oportunidad de empezar en otro planeta.
Pedro observó el panel eléctrico que reproducía las noticias en el metro. Desde allí, los primeros marcianos lo saludaban junto a los entrenados astronautas que los habían acompañado. Estaban separados en grupos, con bandas en el brazo que señalaban sus nacionalidades.
La delegación española, equivalente en número a la de otros países europeos, enviaba mensajes por videoconferencia a la Tierra, explicando sus primeras impresiones con la vida en el nuevo planeta. Un día no muy lejano, muchos de los de allí los acompañarían.
Aunque agradecía que Eva ya no estuviese tan presente en los medios, Pedro no lograba estar del todo tranquilo. Algo en su interior le decía que un peligro latente acechaba tras aquella bajada de interés. Como la calma antes de la tempestad.
Y entonces, finalmente, la resistencia se puso en contacto con él para darle el mensaje que tanto había estado esperando.
Cuando fue a comunicárselo a Eva, la encontró observando la imagen de los cantantes en la pared. En los últimos días, había notado que en su mirada aparecía un brillo distinto cuando miraba el mundo a su alrededor.
Era curiosidad, pero no una fría y clínica. Se parecía más a la humana.
– ¿Quiénes eran? – le preguntó. Había observado la imagen de aquel grupo varias veces desde que llegó, intentando recordar si los había estudiado en clase.
-M Clan- contestó Pedro, feliz de poder compartir con alguien otro pedazo de sus recuerdos- Solo conozco una canción de ellos, por mi padre.
Pensar en aquello le hizo sonreír. Tardó años en descubrir que la canción tenía por título «Llamando a la Tierra´´, pues su padre solo podía recordar algunas frases de la letra, como: «Soy el capitán, de la nave tengo el control´´.
-Estos días soy como el personaje de la canción- dijo Eva más tarde, mientras comían- Alguien que está fuera de la Tierra, esperando contestación.
-Podrías ser la última superviviente más allá de Orión- comentó Pedro, logrando sacarle una tímida sonrisa.
Aunque no se lo dijo, le gustaba cuando sonreía. Sus sonrisas también se estaban volviendo humanas. No estaba seguro de que comprendiese aún las distintas formas en que las personas sonreían, y las razones tras cada una de estas.
Pero por eso mismo le gustaba. Porque no nacían de un cálculo, sino de algo sincero.
Después de comer, discutieron los planes de fuga. Pese a que tras el fallido atentado de la Gran Vía el gobierno había puesto en marcha planes para vigilar la red de alcantarillado bajo la ciudad, estos aún no se habían empezado a ejecutar.
Así que las alcantarillas eran su opción más viable para eludir los controles. Según le habían informado, tendrían que esperar unos días hasta que pasara la alerta por lluvias, que haría estas intransitables.
Después, le enviarían al móvil un mapa con el recorrido que tendrían que realizar para salir de la ciudad. Esa sería la señal. Pedro gastaría los días que faltaban en conseguir una linterna y pilas para esta, así como alguna herramienta para abrir la boca de alcantarilla que les indicaran.
Tras conocer el plan, Eva fue consciente de que su tiempo en aquel lugar terminaba. No podía evitar observarlo con cierta nostalgia, sabiendo que dejaba una parte de sí misma allí. En realidad, el sentimiento había empezado a anidar en ella poco a poco durante los últimos días.
Pero solo ahora, con el final a las puertas, empezaba a sentirse empapada por él.
-No extrañamos los lugares- le dijo Pedro cuando se sinceró con él acerca de sus pensamientos- Extrañamos las vivencias asociadas a ellos.
Tenía sentido, reflexionó Eva. Había vivido varios momentos allí, unos cuantos en soledad. O quizás no. Quizás nunca estuvo del todo sola. Tuvo música y libros. Ahora que había aprendido a involucrarse en sus historias, sabía que podían ser otra forma de compañía.
Y luego, estaba Pedro. Seguía sin estar segura de que su implicación en aquella lucha fuese tan grande como la de él, o incluso de que existiese. Pero había logrado crear un cierto vínculo con él.
Al igual que los personajes cuyas historias le traía la música, él era un personaje que sentía, sufría y se creía el héroe de su propia historia. Pero, a diferencia de ellos, era real y estaba allí con ella. Y, cuando no lo estaba, se sorprendía preguntándose si volvería a verlo.
-No es nada- le había dicho él una vez que la sorprendió mirando los vendajes de sus manos. Le recordó golpeando las paredes, y se preguntó como habría justificado aquellas heridas en el trabajo con algo más que curiosidad.
¿Empezaba a involucrarse con él a un nivel hasta entonces desconocido para ella? Fuera como fuera, él no parecía darse cuenta. Solo la protegía como un símbolo, algo necesario para los suyos. A veces se preguntaba si le habría disparado de ser como los otros.
Pero ella también le habría señalado como una amenaza de haberlo sido. Así que allí estaban, unidos por aquella extraña y frágil alianza.
-Donde voy a llevarte- le dijo Pedro- No solemos usar nuestros nombres. Escogemos un libro que nos represente.
– Y tú, ¿quién eres allí?
-Peter- respondió. El nombre venía por Peter Pan, el niño que no quería crecer. O, en su caso, el niño al que le hubiera gustado no crecer- ¿Has pensado en alguno?
Eva observó los libros de las estanterías, los silenciosos compañeros de sus horas de soledad. Descubrió que la fuerte identificación con Jean Baptiste, el protagonista de «El perfume´´, seguía existiendo. El personaje sin olor en un mundo donde todos lo tenían.
Podría llamarse simplemente Jean, pensó. Era un nombre más neutro en cuando al género. Sin embargo, como le recordó Pedro, aún tenía unos pocos días para pensarlo.
-Pero yo seguiré sabiendo que eres Pedro. Y tú que soy Eva.
-Sí, eso no cambiará.
– ¿Es como un vínculo?
-No es habitual entre nosotros salvo que alguien quiera decirlo voluntariamente.
-Entonces, es un vínculo.
-Podríamos llamarlo así.
Pese a su capitulación en aquel tema, Pedro se contenía. No por las razones que creía ella, ni por las que le llevaban a fingir no tener emociones en su día a día. En su caso, debía recordarse asimismo continuamente que no debía implicarse más de lo necesario con Eva.
No era fácil sentir afecto por alguien cuya fecha de muerte ya estaba escrita.
-He leído varios libros desde que estoy aquí- dijo la chica mientras miraba una vez más la estantería- Y creo que tengo algo en común con los personajes cuyas historias están ahí escritas. Porque la mía se está escribiendo en la vida real.
-Entonces, serás simplemente Eva.
Ella asintió ante esta decisión. Pedro se dio cuenta entonces de que era la hora de irse. Cada día, tenía un poco más la sensación de que esta llegaba antes. Y la vida entre los seres de fuera le resultaba más vacía.
Fue el miércoles, dos días después de aquella conversación, cuando llegó la noticia que amenazó con destruir para siempre su frágil mundo.
A primera hora de la mañana, los programas de radio y televisión se interrumpieron. Victoria, la líder del gobierno, compareció ante los medios para leer un comunicado. Tenía que ver con la chica desaparecida. La chica con emociones.
La cara de Eva persiguió a Pedro durante toda aquella mañana. Cada pantalla que veía, incluidas las de los móviles donde la gente reproducía el video con la intervención de la líder mostraban su cara. Era una foto antigua, de cuando aún parecía uno de ellos.
El mensaje estaba claro: su prioridad no era destruirla. Lo harían si era necesario, pero como última opción. En cambio, había alguien más a quien podían destruir.
Enterarse de aquella manera de que la madre de la joven seguía viva y de que el gobierno la tenía en su poder fue un duro golpe para él. Justo cuando necesitaba tener los nervios más bajo control para no cometer errores antes de la fuga.
-La van a ejecutar. Lo han dicho esta mañana- dijo Pedro cuando, horas después, habló a través del teléfono escondido entre la basura del Retiro. Por primera vez, lo usó sin haberlo acordado antes con la resistencia.
Aquel día, no le importó. Solo necesitaba escuchar una voz humana con la que poder sincerarse. Tal vez, con un poco de suerte, la de su padre. No fue así, pero al menos logró desahogarse por unos minutos.
La trampa del gobierno quedó muy clara en el comunicado: si Eva no se presentaba ante ellos antes de las ocho del día siguiente, la ejecutarían en directo. En el programa de mayor audiencia de la televisión, para todo el país.
Con ello, pretendían continuar la horrible política que Pedro había visto aplicar en el gimnasio de la escuela. Mientras lo relataba por teléfono, imaginó miles de fríos ojos observando aquello desde la comodidad de sus hogares, sin alterarse lo más mínimo.
Aquello le dio escalofríos.
-Tu misión sigue siendo traer a la chica hasta nosotros- dijo el miembro de la resistencia con el que hablaba. A Pedro le pareció reconocer en él a uno de los científicos del grupo- Tienes que ceñirte al plan.
-Sin esa mujer no habríamos encontrado a Eva. ¿Eso no cuenta?
-Pedro, el estudio de televisión seguramente estará muy vigilado. No tienes ninguna posibilidad. Sería arriesgar nuestra única posibilidad.
-Entonces, ¿debo dejarla morir?
-Puede que un día tú, o yo mismo, también debamos ser sacrificados si es necesario. Lo siento, pero es lo que nos ha tocado vivir.
Pedro recordó a su madre, a quien también dejaron atrás muchos años antes cuando ya no se la podía salvar. Se concentró en pensar que, gracias a eso, había logrado llegar hasta donde estaba. Pero no podía dejar de preguntarse si realmente se diferenciaban tanto de los cambiados.
Pensó que sí. En una cosa. Ellos no sentirían remordimientos, y a él le perseguirían.
-Una última cosa- dijo la voz al otro lado antes de colgar- La chica no debe enterarse. A estas alturas, su reacción sería imprevisible y puede poner todo en peligro.
Poco después, mientras se alejaba caminando del parque, Pedro se sintió más solo que nunca. Aquel día no fue a ver a Eva. Aún no estaba preparado para fingir también con la única persona con la que había podido ser él mismo.
Pensó que debía conservar una parte de aquella frialdad inhumana que fingía tener para poder ocultarle algo tan importante.
Consiguió evitarla aquel día. Pero, a la mañana siguiente, recibió en el móvil la señal de la resistencia. El mapa del alcantarillado de Madrid que indicaba el camino a la libertad. El hecho de no haberlo recibido en el otro teléfono solo significaba una cosa.
La hora había llegado.
-Saldremos esta noche- le dijo a Eva cuando se reunieron esa tarde. Pensó en la amarga ironía de tener que fugarse el mismo día en que la prisionera iba a ser ejecutada- De madrugada.
Era lo mejor, pensó. Hacía menos probable que los viesen, y también que Eva se enterara de lo de su madre. Había logrado reunir todas las herramientas que necesitarían para la fuga, y las guardaba en el sótano para mayor seguridad.
Todas menos una: la capacidad de mentir a Eva mirándola a los ojos.
– ¿Alguna vez supisteis algo de mi madre? – le preguntó ella, haciendo su cometido allí mucho más difícil sin saberlo- Quiero decir, algo más aparte de lo que os contó de mí.
-No. Le perdimos la pista hace años. Intentó llegar contigo hasta nosotros, pero no lo consiguió.
– ¿Y nunca intentasteis encontrarla?
Pedro sentía como sus nervios estaban, a cada segundo que pasaba, más cerca de delatarle. Cualquier error o desliz, se recordó a sí mismo, podía arruinar a esas alturas la que se había convertido en la misión de su vida.
Y una parte de él deseaba que así fuera. Porque la culpabilidad le empujaba a sentir que merecía ser descubierto.
-El gobierno tiene muchas instalaciones por las que reparte a sus prisioneros. Algunas son desconocidas hasta para miembros del propio gobierno. Por eso es tan importante que no nos atrapen, ¿entiendes?
Eva asintió. Pedro sintió que le debía algo. No la verdad, eso era demasiado peligroso. Pero sí saber que no era la única en hacer sacrificios por todo aquello.
-Mi madre también se quedó atrás- dijo, la voz temblando. Esperaba que aquello le ayudara a disfrazar mejor su nerviosismo a causa de las mentiras.
Eva le escuchó atentamente mientras relataba la tarde cuyas imágenes le habían perseguido desde niño. Al terminar, volvió a sentirse como el chiquillo asustado que lloraba en la parte de atrás del coche. Un chiquillo al que habían obligado a hacerse mayor.
– ¿Por qué el virus afectó antes a unas personas que a otras? ¿Por qué apareció?
Al oír estas preguntas en voz alta, Pedro pensó que se las había hecho a sí mismo muchas veces y nunca encontró respuesta. Si sabía, por las imágenes de los libros de texto, que la humanidad estaba lejos de tener una historia honrosa.
Los campos de concentración nazis, los gulags, el apartheid…todas aquellas cosas habían sucedido ante la impasible mirada de muchos. Después, fingieron escandalizarse. Como si hubieran despertado de un largo sueño.
Recordó una escena que vivió siendo muy pequeño. Iba con sus padres en el coche, y el tráfico fluía más lentamente a causa de un accidente de coche. Recordaba la lluvia, el sonido que hacían los parabrisas del coche y el chaleco amarillo del policía pidiéndoles que circularan.
Por un momento, la mirada de los tres miembros de la familia de desplazó hasta el cuerpo tendido en el suelo junto al coche volcado cuyas ruedas aún giraban en el aire. No supieron su nombre, ni su sexo ni edad. Solo que no se movía.
Cuando pasaron de largo, y el tráfico recuperó su ritmo normal, ninguno de los tres mencionó aquello. Se comportaron como si, por unos segundos, no hubieran contemplado con morbosa fascinación el lugar del accidente. Esperando ver…¿qué exactamente?
Esperando ver algo que luego fingirían que les resultaba horrible de ver. Pero los tres giraron en ese momento la cabeza.
Tal vez, pensó, la humanidad ya estaba insensibilizada sin saberlo. Tal vez el virus solo fue la consecuencia lógica de su propia deshumanización. Tal vez debían aprender a sentir de nuevo. Sin embargo, no compartió sus reflexiones con Eva.
No quería preocuparla más.
-Ayer grabé la lluvia- dijo Eva, y sacó su móvil para reproducir una grabación. Efectivamente, y aunque lejano por estar un piso por debajo de la calle, el ruido de la lluvia cayendo se distinguía a lo lejos.
– ¿Por qué lo hiciste? -.
-Intento entenderos- contestó ella, a quien aún le costaba incluirse entre las personas con emociones- Muchos libros y canciones hablan sobre la lluvia. Pero no es especial por sí misma, ¿verdad? Son los recuerdos asociados a ella.
Pedro asintió. Recordó como él mismo, siendo muy pequeño, había jugado con su madre en el patio trasero del chalet. Protegidos por la vegetación de la valla, que les separaba de las personas con emociones, abrían la boca y sacaban la lengua para después tragar agua.
Intentaban averiguar a que sabía. La madre siempre decía que le sabía a pollo, pero Pedro se reía y la acusaba de estar burlándose de él.
-Yo no tengo ninguno. Pensé que, tal vez, podrías quedarte hoy conmigo hasta que sea la hora de irnos. Y fabricar juntos un recuerdo que pueda asociar a este sonido. Así podré entender aquello que queréis que salve.
Las palabras de Eva dejaban entrever su soledad. Pero también su determinación a la hora de seguir investigando las emociones. Ya no como un observador externo y pasivo, sino como alguien que añora algo precisamente por no haberlo tenido.
Y por eso mismo Pedro no pudo negarse, pese a su culpabilidad y deseos de esquivarla.
– ¿En qué habías pensado? – le preguntó. La mirada de ella, donde por primera vez creyó distinguir una nota divertida, se desplazó hasta el karaoke.
Pedro se sintió transportado de nuevo a su infancia. A aquellas tardes en la bañera en las que aprendía todo lo que sabía de música oyendo tararear a su madre. Si reprodujera aquel sonido, sería uno lleno de tristeza.
Y no era lo que Eva necesitaba. Así que pensó en otra cosa.
-Será Eleanor Rigby- dijo, cogiendo el micrófono. La propuesta contó enseguida con la aprobación de la chica. Al fin y acabo, aquella vieja canción fue su puerta de entrada a la música tal y como la entendía desde que llegó al sótano.
Volver a escuchar por boca de Pedro la historia de Eleanor y del padre Mckenzie fue como visitar de nuevo un lugar conocido a través de los ojos de otro. A través de su voz, el chico empapaba aquella música con sus propias emociones y experiencias.
Gracias a esto, ella se sintió más cerca de él.
– ¿Por qué paras? – le preguntó cuando se detuvo después de un rato.
-Sube aquí conmigo.
-Nunca he cantado. No lo haría nada bien.
-Tú querías un recuerdo, ¿verdad? Pues hazlo tuyo. Sube conmigo.
Pedro le tendió su mano desde el escenario, firme y sincera. Ella dudó un momento. Aquello suponía un paso más hacia lo desconocido. No tan importante como otros que ya había dado, pero incluso los más pequeños contaban.
Sin embargo, le cogió la mano.
Cantaron el resto a dúo. Eva supo enseguida que su voz sonaba demasiado monocorde en comparación con la de él. Y aquello se debía a que no tenía experiencias propias con las que poder personalizar aquella letra.
Pese a ello, se dejó llevar. Al principio de forma mecánica, y luego intentando imitar algo de la pureza que percibía en aquella otra voz y que no podía definirse más que como aquello que la hacía única.
¿Tendría algún día ella también una voz que la hiciera destacar entre la multitud?
Mientras pensaba todo esto, algo empezó a suceder en su interior sin que al principio fuese consciente. Como una corriente subterránea que se desliza en la oscuridad hasta que, tras una larga travesía, sale a la superficie.
Poco a poco, se estaba dejando llevar por la atmósfera de la situación. Por el hecho de cantar juntos, o de hacerlo tan mal que muchas veces desafinaban o uno de ellos se equivocaba con la letra y hacía equivocarse al otro.
Aquellos momentos, que les hacían reírse y perder el hilo de la canción, eran suyos. Podían ser insignificantes en comparación con toda una vida de emociones, pero le pertenecían y, guiada por ellos, pintaba la música con su propio color.
Estuvieron así durante un rato que a ambos les pareció un suspiro. Cuando ganó cierta confianza, Eva se atrevió incluso a cantar en solitario. Pedro la observó en silencio, siendo consciente de la alegría que transmitía y de que él tenía algo que ver con esta.
Entre las paredes de aquel lugar que se había convertido en un refugio para ellos en más de un sentido, consiguió olvidar por un momento la terrible realidad que le estaba ocultando.
-Tengo que hacer algo- le dijo. Más tarde, al pensar en ello, no supo decir en qué momento exacto se había decidido. Pero sí que era algo que no podía rehuir- Cuando vuelva, nos iremos. Estate preparada.
– ¿Estarás bien? – preguntó ella. En realidad, lo que había querido decir es que la espera hasta verle regresar iba a ser muy difícil para ella, pero decidió callarse. Por alguna razón que no habría podido explicar en palabras, no le parecía apropiado.
Cuanto más profundizaba en los sentimientos, menos le servía su mente anteriormente racional para comprender todo lo que significaban. Era normal, pensó, que el gobierno los temiese pues a su manera eran muy poderosos.
Poderosos cuando se expresaban. Y también, como acababa de descubrir, cuando se callaban. Aunque solo fuese para la persona que los tenía dentro.
-Lo prometo- fue lo único que Pedro pudo expresar antes de huir de aquella mirada que volvía a quemarle. Tras tomar aire y respirar hondo para calmar sus nervios, salió al exterior y volvió a caminar entre las personas sin emociones.
A cada nuevo paso que daba en dirección a su destino, más se preguntaba si tenía algún sentido lo que iba a hacer. Sin embargo, de alguna extraña forma, sentía que era la única forma de arreglar todo aquello de forma justa.
Menos para Eva, pensó. Pero tal vez ella llegase a entenderlo y perdonarle algún día.
A esa hora, en el plató de televisión, los fríos ojos de Victoria no se apartaban del reloj que habían colocado en una pared señalando la cuenta atrás. La líder del gobierno no intervino en el programa, pero observó desde fuera la cuidada puesta en escena.
En una sociedad racional como la que se creó tras la pandemia, el programa de más audiencia era uno de debates donde se intercambiaban opiniones sobre temas como la progresiva desaparición del ejercito o la redistribución de los alimentos a nivel mundial.
Las distintas cadenas de televisión estaban divididas en distintas temáticas: sociedad, avance tecnológico, educación, critica a la antigua religión y fomento del pensamiento racional, y reproducción. Cinco en total.
El debate se emitió en la primera de ellas.
Los dos participantes en este se hablaban desde dos sillones colocados a los lados mientras el presentador, la mayoría de las veces fuera de cuadro, intervenía solo para introducir la pregunta que se iba a debatir en el siguiente turno.
Pero la clave de la puesta en escena estaba en la figura colocada entre ambos durante todo el debate, y que podía verse en los planos generales. Arrodillada, con las manos atadas a la espalda y la cara cubierta con una bolsa negra estaba Clara, la madre de Eva.
El propósito era tan simple como efectivo: mostrar a la resistencia pequeña, impotente y sin poder hacer otra cosa que oír como debatían sobre ella y la reducían a un vestigio del pasado que se negaba a desaparecer, y por eso mismo era peligroso.
La bolsa en la cabeza, que solo le quitarían en el momento de la ejecución, contribuía a deshumanizarles. La luz de un foco descendía sobre ella, remarcando su presencia. Pero al mismo tiempo, su brillo tenue disminuía el impacto de esta en el escenario.
Aquellos seres racionales sabían que la imagen también era un potente emisor de mensajes.
Victoria observaba todo desde fuera de cuadro, junto a los soldados que apuntaban a la cabeza de Clara. Solo movían a esta durante los descansos, cuando necesitaba ir al baño. Entretanto el reloj avanzaba, imparable, hacia el final del plazo que dieron a su hija.
El programa había habilitado un teléfono para recibir llamadas del público. Normalmente, lo usaban aquellos que querían plantear alguna idea al debate del día, o preguntar algo a uno de los participantes.
Pero, aquella vez, se había pedido a la gente en sus casas que no llamase. Era solo una voz la que esperaban oír al otro lado de la línea.
Victoria se preguntó cuanto tardaría Eva en entregarse. Sabía de los lazos invisibles que en ocasiones unían a los seres emocionales porque ella había sido uno de ellos. Y tuvo ese tipo de conexión una sola vez, con su hermana Elena.
Recordó las veces que había deseado recibir aquel balazo en lugar de ella. Esa forma de pensar le resultó completamente ajena tras cambiar, pero en algún lugar dentro de ella aún tenía las quemaduras que le dejó cuando podía sentirla.
Quince minutos para el final del plazo. Se preguntó si a Eva le habría llegado su mensaje y, en caso de haberlo hecho, tendría ya su instinto emocional suficientemente desarrollado como para poner a otros por encima de sí misma.
Para ellos una madre, incluso una que no habían conocido, seguía siendo una madre.
El presentador anunció el último corte de publicidad antes del desenlace. Desaparecida la irracional necesidad consumista en aquel mundo, los cortes publicitarios eran empleados por el gobierno para transmitir anuncios a la población.
Antes de pasar a estos, la realización culminó con un plano del reloj. Este señalaba la cuenta atrás, ya a menos de diez minutos de las ocho de la tarde. El soldado que iba a ejecutar el disparo se preparó para entrar en el plató.
Fue entonces cuando sonó el teléfono, y el paso a la publicidad tuvo que ser interrumpido.
-Habla. El país te está escuchando- dijo el presentador, y durante los segundos siguientes todos los que estaban en el estudio más los que seguían el programa desde sus casas se prepararon para escuchar la voz de la chica cuyo rostro era el más conocido y difundido detrás del de la misma líder.
Pero no fue su voz la que se oyó. Fue una masculina que, pese a su frialdad y tono monocorde, transmitió un mensaje muy claro antes de colgar.
-La niña que vio el mar vive. Sus ojos han vuelto a brillar.
Tras esto, cayó el silencio en el estudio. El presentador miraba al regidor esperando instrucciones, y Victoria intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Recordaba haber oído aquella clave en boca de un soldado capturado. Ahora sabía a quién se referían.
Durante todo este tiempo, solo se escuchó un sonido: el llanto emocionado de Clara bajo la bolsa que tapaba su cabeza al saber que su hija se salvaría.
Victoria ordenó seguir igualmente con la ejecución tras la publicidad. Aquellas lágrimas eran la muestra de ese comportamiento emocional en el que había estado pensando antes. El de poner la seguridad de otros por encima de la propia vida.
Y por ello, no tenía cabida en su racional mundo. Debía ser erradicado en directo, a la vista de todos. A toda acción le corresponde una reacción, decía Newton. Si Eva les estaba viendo en algún lugar, comprendería cuál era el precio de su libertad.
Clara pidió ir una última vez al baño durante la pausa publicitaria. Fue entonces, aprovechando que era el único momento donde le dejaban libres las manos, que le quito el arma a uno de los soldados que la custodiaban y la usó contra sí misma.
Cuando Victoria vio el cuerpo, observó la sonrisa de alivio y felicidad aún presente en el rostro a pesar de la muerte. Pensó que el cazador había vuelto a adelantársele, pero no sería la última vez que se vieran. Y, esta vez, pensaba ganar.
-Que la entierren- dijo simplemente, y se marchó del estudio.
Lejos de allí, Pedro se alejó caminando del Retiro. El parque estaba próximo a su cierre aquel día, y lo contempló una última vez sabiendo que ante él ahora estaba la huida a la oscuridad. No sabía si habían rastreado la llamada, pero, de hacerlo, los llevaría hasta el móvil abandonado de la basura.
Según sus pasos le llevaban de vuelta hacia Eva, pensó en su madre y deseó que hubiera podido morir en paz sabiendo la verdad. Porque a él le costaría encontrarla viviendo con la mentira.
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