Cortos de tinta: «Nuevo orden´´ (Capítulo 6)

VI

Eva pasó gran parte de los días siguientes explorando los libros de la estantería. En clase había estudiado los libros y su importancia en el mundo antiguo, pero era la primera vez que los tenía entre sus manos y recorría sus historias.

Desde que vio el video de la playa, tenía la sensación de que cada día que pasaba algo nuevo despertaba en ella. Como si hasta ese momento hubiese visto el mundo en blanco y negro, y ahora este fuese una amalgama de colores cuyo nombre en muchos casos desconocía.

Las diferencias en muchos casos eran sutiles, pero podía apreciarlas con algo tan sencillo como leer uno de aquellos libros. Por primera vez, era consciente no solo de las palabras sino de las conexiones invisibles que unían a estas.

Y de como los autores no solo ponían una detrás de la otra, sino que creaban un sendero con el que trasladaban a los lectores a la emoción.

Uno de los que encontró le cautivó especialmente. «El perfume´´ era la historia de un hombre que nacía sin olor y se sentía invisible para los demás. Mientras leía acerca de sus peripecias, pensó que ella era como el protagonista, pero al revés.

Una persona con color en un mundo descolorido.

Sin embargo, en los últimos días había encontrado a otra persona como ella. Pedro se convirtió en parte del reducido mundo donde se había visto confinada para que el resto de las marionetas no la destruyesen por no estar ya sujeta a hilos.

Se veían cuando él le traía comida, o venía a comprobar cómo iban sus heridas. Estas habían evolucionado favorablemente, lo que le hizo sentir un ligero orgullo ya que nunca había actuado como enfermero improvisado.

– ¿Cómo lo has hecho para vivir entre ellos tanto tiempo? – le preguntó una de las veces que comieron juntos en el refugio, después de que él terminara sus clases de ese día.

Responder a la pregunta trajo a Pedro recuerdos de cuando vivía con sus padres en el chalet de la sierra. El olor del césped después de regarlo, el roce de la toalla con la que su madre le secaba tras el baño, o cuando cogía en la mano a uno de los caracoles que salían tras la lluvia.

Siempre que necesitaba contener las emociones para no ser descubierto, recurría a esos recuerdos. Aparecían en su mente como una secuencia memorizada que recorría para llegar siempre al mismo final: su madre convertida en uno de ellos.

Como las palabras de los libros, aquellas imágenes tejían en su mente una trama invisible que desembocaba en una emoción: la de apreciar su propia humanidad hasta el punto de fingir no tenerla.

Era la única manera, se decía, de proteger unos recuerdos que ya no existían para su madre, pero sí para él. Y, cuando se acordaba de ella, volvía a las imágenes del inicio y estas adquirían para él un nuevo e incalculable valor.

Era como un bucle infinito que le mantenía vivo.

– ¿Qué es lo que me está ocurriendo? – se atrevió a preguntar por fin Eva.

Pedro supo que la conversación había llegado al momento clave. Ese mismo día había hablado con la resistencia, y recibió autorización para explicarle todo. El chico pensó que, de no tenerla, lo habría hecho igualmente.

Todo salvo el sacrificio que aquello le exigiría. De saberlo, probablemente perderían su única oportunidad.

-Mi generación fue la última en la que nacieron personas con sentimientos. O eso creíamos. Después, oímos hablar de ti.

Eva escuchó atentamente como Pedro se había infiltrado entre los cambiados buscando a «la chica que había visto el mar´´. Todo lo que tenían era su edad y una descripción física hecha por los que acompañaban a su madre antes de que esta fuese capturada por el gobierno.

Muchos fracasaron en el intento. Finalmente, él dio con ella en Madrid.

-Te inyectaron un suero para eliminar tus emociones. Esperaban que con eso fueses una de ellos, pero teníamos la esperanza de que, si había algo en ti que desafió al vaciado la primera vez, tal vez pudiésemos activarlo de nuevo.

-Por eso me manipulaste desde que diste conmigo.

-Necesitábamos saber si aún era posible. Cuando me preguntaste por el significado de los videos, supe que había tenido éxito.

Eva recordó sus palabras ese día, diciéndole que estaría disponible para cualquier duda que tuviese. También recordó sus extrañas miradas. Sentía que una oscura trama se había ido tejiendo a su alrededor, y que solo ahora podía ver los hilos que la formaban.

-Pero no fui hasta ti. Supongo que estuve a punto de arruinar vuestros planes.

-Lo importante es que estás aquí. Huiste de ellos, así que quieres conservar tus emociones.

-No sé lo que quiero. Entiendo lo que pasa dentro de mí porque lo he estudiado, pero no lo siento como algo mío.

Aunque no lo dijo, una parte de ella, la que se correspondía con lo que le habían enseñado a ser, observaba la puerta del sótano deseando salir por ella y entregarse. Cumplir con lo que se esperaba de una buena ciudadana.

Pero otra sentía una inmensa tristeza al pensar en la desaparición de aquella música que había comenzado a sonar en su interior, y que la distinguía del resto de la gente.

-Para eso me enviaron. Tengo que enseñarte lo que son las emociones. No es esta la manera en que quería hacerlo, pero es lo que hay. Ahora no podemos salir de la ciudad, todo está vigilado. Pero, si no aprendes a apreciar esa parte de ti, no tiene sentido que nos ayudes a salvarla.

Tras decir esto, Pedro caminó hasta el reproductor de música. Este, que tenía dentro un único disco, comenzó a sonar trayendo el fantasma de una época pasada a aquel extraño mausoleo de las emociones, situado en pleno corazón de la deshumanizada ciudad.

La música correspondía a «Eleanor Rigby´´, de los Beatles.

– ¿Comprendes la letra? – preguntó Pedro, y ella asintió. Eva, como el resto de habitantes del nuevo mundo, hablaba inglés y mandarín además del idioma de su país natal. Aquellas dos lenguas seguían siendo las más importantes en los negocios, y se enseñaban a todo el mundo desde niño.

– ¿Qué crees que quiere transmitir esta canción?

La chica reflexionó en silencio. La letra se preguntaba una y otra vez a donde iban las personas solitarias. La Eleanor Rigby del título, que recogía el arroz en la puerta de la iglesia tras las bodas. El padre Mckenzie, que escribía sermones que nadie oiría.

-Es sencillo. Habla de gente que está sola.

– ¿Por qué lo están?

-No tienen a nadie.

Mientras escuchaba, un proceso nuevo comenzó dentro de Eva. Por una vez, se sintió dentro de la canción. No solo una observadora racional que opinaba desde fuera. Recorrió los lugares que el cantante describía, sentía como la música evocaba lugares que jamás había visitado.

-La gente no está sola por eso. Reflexiónalo, y contéstame cuando tengas la respuesta. Puedes oírla las veces que quieras.

Eva, que empezaba a comprender la razón por la que el gobierno prohibió la música viendo los efectos que tenía sobre ella, pasó varias horas en el sótano escuchando aquella canción una y otra vez.

Los ratos en los que Pedro no estaba, la chica desafiaba el encierro que le producía aquel espacio viajando mediante los libros y la música. Se sentía transportada a lugares que nunca había conocido, donde observaba sin ser vista.

El amor, la ambición o la pasión, emociones que unían todas aquellas historias, pasaban ante ella mientras intentaba comprender por qué los personajes sucumbían siempre ante ellas. Pensó en la gente de fuera, vacía de todo aquello.

Ellos nunca sentirían la necesidad de dejar un recuerdo de su paso por la tierra a través del arte. Vivirían, cumplirían con la función que les demandaba el estado, y morirían. Sin nadie que les llorase, y sin que aquello les importara.

Gente solitaria que, al contrario que la de la canción, desconocía que lo era.

Pensó en Pedro. De alguna forma, él era como aquel cantante que contaba su historia. La de alguien que, de no ser porque otra persona decidió inmortalizar su historia, habría pasado de forma desapercibida por el mundo.

Aún no sabía si le gustaba ser la protagonista de esa historia. Pero sí sabía que de alguna forma se sentía transportada. Ya no era parte del mundo observado. Era la protagonista de algo, como los personajes de aquellos libros.

Y ser consciente de eso le hizo ver la realidad con los ojos de aquellos de cuyas vidas le hablaba la música.

Observó el sótano, y ya no le pareció solo una estancia. Eran muebles y objetos que, por sí mismos, no poseían ningún valor. Sin nadie que los llenase, sin personas que escribiesen sobre ellos o viviesen historias que les dieran un valor especial, no eran nada.

Como ella. Como los demás que estaban ahí fuera, aún manejados por los hilos invisibles. Y al ser consciente de esto, supo la respuesta a la pregunta de Pedro.

-La gente no está sola por no tener a nadie- le dijo unos días después, mientras comían- Lo está porque una vez tuvieron a alguien, pero no continuó el viaje a su lado.

Él asintió. Sus labios dibujaron suavemente una sonrisa de triunfo.

– ¿Qué pretendías enseñarme con esto?

-La empatía.

Eva reflexionó sobre esto. Las personas, al igual que las palabras en los libros y la música, formaban conexiones entre ellas. Estas le resultaban antes invisibles, cuando solo vivía para sí misma. Pero ahora veía como estas unían a veces a algunas personas.

Otras, en cambio, continuaban el viaje sin nunca cruzarse.

-He traído algo- dijo él, enseñándole un pequeño espejo de mano que usaba para sus clases. En el nuevo mundo, su presencia era reducida y sus habitantes no les prestaban atención. La vanidad o la curiosidad les resultaban ajenas.

Ahora, Eva lo observó con curiosidad, preguntándose que sentiría cuando se viera en él.

-Quiero que mires tu reflejo, y me digas cómo te ves.

La chica le hizo caso, y se dio cuenta de que el espejo era una especie de puerta a las emociones. A las que se sentían, y a las que no se sabía que estaban ahí.

-Estoy confusa.

– ¿Por qué?

-Aun no entiendo cómo esperáis que os ayude.

– ¿Es solo por eso?

-No tengo respuestas. Siempre las había tenido.

– ¿Y cómo te hace sentir eso?

-Como si no tuviera un centro al que agarrarme.

Pedro asintió, satisfecho por los avances que estaban realizando. Sin embargo, antes de que pudiese guardar el espejo, ella lo cogió y lo enfocó hacia él, mostrándole su reflejo.

-Te toca. Dime como te ves.

– ¿Es necesario?

-Me gusta saber de quien depende mi vida.

El chico guardó silencio. Se preguntó hasta qué punto era seguro contarle cosas sobre él. Sin embargo, no podía pretender enseñarle cosas sobre las emociones sin hablar también de las suyas. Simplemente, no habría sido honesto.

Así que levantó la mirada, y observó su reflejo.

-Me siento aliviado. A pesar de todo. Porque puedo compartir mis emociones con otra persona. El resto del tiempo, solo estoy fingiendo.

– ¿Cómo sé que no finges conmigo? Puedes mentirme para conseguir lo que quieres.

-Podría. Pero estoy demasiado cansado después de mentir al resto.

Eva bajó la guardia. Sus palabras tenían un barniz de verdad que la convencía.

– ¿Esto es la empatía? Creí que era ponerse en el lugar del otro.

-Esto es la sinceridad. La empatía viene cuando observas a otro, y reconoces las emociones de las que te está hablando.

-Y tú, ¿qué has visto en mí?

-Todo lo que has descrito.

En ese momento, aunque no lo dijo, recordó el primer momento en que la vio y supo que la había encontrado. Fue examinando las fichas de los alumnos que iba a tener en su clase. Para él, reconocer los rasgos que le habían descrito fue una luz en medio de la oscuridad.

Luego, cuando estuvo en su presencia, tuvo que esforzarse para que las rodillas no le temblaran. Se sentía en presencia de dios, o de un personaje de leyenda cuya historia había crecido escuchando. Para él, supuso un esfuerzo.

Pero ahora, la miraba y sentía que eran iguales. Los dos se sentían perdidos en un mundo que no habían pedido, y donde para otros eran la presa.

-Yo también creo que has sido sincero.

-Y ahora, ¿sientes que puedes confiar en mí?

Eva reflexionó. Sentía que, de alguna forma, una conexión se formaba entre ellos. O, al menos, que la sinceridad había derribado una barrera. Pero entre ambos seguía existiendo un abismo plagado de incertidumbre y sospechas.

-Eres la única persona con la que puedo hablar en estos momentos.

– ¿Y eso te sirve?

-Tendrá que servir. Por ahora.

Pedro estuvo de acuerdo. Unas horas después, cuando se preparaba para retirarse y volver a casa, escuchó un sonido a su espalda. Eva le había sacado una foto con su móvil, como él hizo la última vez que hablaron en clase.

-Ya no puedes capturar este momento. Ha pasado.

-Lo sé, me lo explicaste aquel día.

-Y, ¿por qué me has hecho una foto?

Eva no supo que responder. Empezaba a sentir, de manera ocasional, pequeños impulsos por los que se dejaba llevar. Sentía que estaba recorriendo un sendero que la llevaría a ser una persona muy diferente de la que siempre creyó ser.

Y quería llegar hasta el final.

-Por un momento pensé que tal vez no vuelva a verte. Quería algo para recordarte.

Era cierto, y el otro lo supo. Igual que la música podía cambiar aquel frio lugar y llenarlo de vida, la presencia de Pedro tenía un efecto parecido.

A diferencia de los personajes de la canción, no era alguien de quien solo conocía su existencia porque otro se la cantaba. Era alguien real, a quien estaba descubriendo poco a poco mientras se descubría a sí misma.

Su único compañero en aquella extraña situación. Aún desconocía muchas cosas sobre él, y tal vez ni siquiera fuese digno de confianza. Pero el sentimiento que le generaba era muy real, y se aferró a él porque era el único que comprendía de los muchos que afloraban en ella.

– ¿Eso te hace sentir mejor?

-Creo que sí.

-Entonces, quédatela.

Horas después, mientras observaba el techo de su impersonal habitación donde vivía, Pedro pensó que a él también le tranquilizaba verla cada vez que abría la puerta de aquel sótano. Le invadía la alegría saber que sus esperanzas no se desvanecían.

Pero, al mismo tiempo, la presencia de otro ser humano con el que podía hablar en aquel mundo sin emociones, le reconfortaba hasta puntos que sobrepasaban el deber de su misión. Decidió no dejar que aquello le influyese en exceso.

Ya que, si veía a Eva como algo más que la posibilidad de que sus científicos encontrasen una cura, todo resultaría mucho más difícil de lo que ya era. Miró su móvil, situado sobre la mesita de noche, y se concentró en la desesperación que le producía haber pasado otro día sin noticias de los suyos.

Eso era más fácil de afrontar que el hecho de saber que Eva, si todo transcurría como estaba planeado, moriría.

Al día siguiente, la policía se presentó en el colegio. Comenzaron a interrogar a quienes habían tratado más a Eva antes de su desaparición. No era la primera vez que lo hacían para buscar a alguien.

La diferencia era que esta vez Héctor, el jefe de la policía secreta, dirigía los interrogatorios.

Pedro se preguntó en qué momento le tocaría a él. Muchos de sus compañeros fueron llamados antes que él, e incluso varios de sus alumnos. Una alarma sigilosa se encendió en su cerebro, preguntándose si aquello significaba algo.

Finalmente, le avisaron durante el recreo. Se había preparado un café bien cargado en la máquina, para tener los sentidos alerta. Pensó que le llevarían a algún despacho, o incluso a la sala de profesores.

Pero los interrogadores se habían instalado en el gimnasio. Aquel día, una copiosa lluvia caía sobre la ciudad y esta golpeaba los cristales produciendo un sonido rítmico. Pedro llegó allí y comenzó a observar el escenario.

Había cuatro agentes vestidos con uniformes de soldado, además de Héctor. Todos ellos rostros conocidos del cuerpo. Para proteger sus identidades, nunca usaban en algo así a los agentes que organizaban redadas sorpresa en la calle.

Pedro se sentó frente a este en una silla que habían colocado en el centro, a distancia simétrica de las paredes. El otro estaba de pie, apoyado en una columna y jugando con la superioridad física que aquello le daba.

-Buenos días, profesor. Queremos hacerle unas preguntas.

Antes de infiltrarse entre los cambiados, Pedro oyó historias sobre la policía secreta. A veces, en los interrogatorios, estos usaban el escenario para intimidar a su prisionero. Así que cuando llegó allí intentó encontrar la trampa que le habían tendido.

Pero no estaba preparado para imaginar lo que encontró. Al fondo, a su espalda y con una bolsa negra en la cabeza, había una figura custodiada por uno de los agentes. Podía escuchar su respiración detrás suya durante el interrogatorio.

Y supo cómo estaban intentando usar el escenario en su contra.

Héctor empezó con lo más básico: la fotografía de Eva, sacada de su expediente escolar. Pedro contestó, lo más tranquilamente que pudo, que la conocía solo de clase y que desde hacía unos días empezó a faltar sin motivo aparente.

-Usted enseña historia del mundo antiguo. ¿Alguna vez vio que ella reaccionaba de forma poco inusual a los contenidos?

– ¿En qué sentido?

-Como si mostrara un interés más allá de lo académico, o le influyesen de alguna forma.

Pedro supo que, a partir de ahí, se estaba adentrando en un terreno peligroso. «Lo saben´´, se dijo. Sin duda cada miembro del gobierno estaba ya enterado del peligro que Eva significaba, y movilizarían lo que fuese necesario para encontrarla.

Así que cada palabra que saliese de su boca podía ser decisiva.

-Nunca tuve esa sensación.

-Uno de los alumnos nos ha dicho que se quedó después de clase para preguntarle algo. ¿Notó algo extraño allí?

-Como ya he dicho, no.

– ¿Por qué decidió enseñarles a sus alumnos un video familiar?

Pedro se centró en el sonido de la lluvia golpeando los cristales para calmar el ritmo de su corazón. Incluso parecían haber rastreado la historia de su familia. No podía esperar menos de sus rivales, pero ni siquiera saber cómo actuaban aliviaba la tensión que ahora estaba sufriendo.

-Está incluido dentro del programa académico. El gobierno aprobó que esos contenidos podían ser mostrados a alumnos a partir de los dieciséis.

-Conozco la ley. Como seguramente usted sabrá que un docente está obligado a informar si detecta que algo de lo que enseña influye negativamente en un alumno.

-Sí. Pero, como dije, no noté nada raro en esa chica.

Alguien llamó con los nudillos a la puerta del gimnasio, y uno de los agentes se acercó a abrir. Pedro lo agradeció internamente, ya que no conseguía librarse de la sensación de estar adentrándose en una trampa.

-Esto es todo, entonces. Nos pondremos en contacto con usted si le necesitamos- dijo Héctor, y cerró la carpeta con la información sobre Eva.

Pedro fue a levantarse, pero entonces una clase entera de estudiantes del último año entró en el gimnasio. Vestían el uniforme normal de la escuela, y parecían haberlos arrancado de alguna de sus clases.

Lo primero que le puso en alerta fue que ningún profesor los acompañaba.

-Nos gustaría- dijo Héctor a su espalda- Que se quedara a ver una cosa. Es un nuevo programa que el gobierno ha aprobado para los alumnos de último año. Creen que puede evitar más casos de fuga como el que hemos tenido.

El agente que había abierto la puerta la cerró una vez todos estuvieron dentro. Pedro volvió a tener la sensación de una trampa que se tejía a su alrededor. Pero esta vez, no se le ocurría ningún mecanismo para combatirlo.

Estaba a merced del siguiente truco que se sacaran de la manga.

La figura con la bolsa en la cabeza, cuya respiración no había dejado de escuchar en todo el interrogatorio, estaba ahora de pie. Los alumnos de la clase formaban un círculo a su alrededor. Una fría expectación flotaba en el ambiente.

Los agentes retiraron la bolsa. Ante Pedro y los demás estaba Celia, una joven rubia y delgada cuyos ojos no podían reprimir la emoción que en aquel mundo la señalaba.

-Esta chica es miembro de un grupo terrorista. La capturamos hace más de un año. Todos los intentos de conversión han fracasado con ella.

Pedro lo sabía. Él y Celia habían convivido en la granja antes de su infiltración. Cuando llegó allí siendo solo un niño, se convirtió en una especie de hermana mayor para él. Al crecer, le enseñó a disparar y preparar explosivos.

Le convirtió en lo que ahora era. Poco después de infiltrarse, oyó que había sido capturada.

Sus ojos se cruzaron. Pedro se vio obligado a regresar al chalet donde vivió con sus padres un tiempo. A todas aquellas cosas que le describió a Eva en el sótano, y que le permitían seguir viviendo sin ser capturado.

Héctor amartilló una pistola. Los ojos de Celia ya no podían contener la emoción, conscientes de que no había salida. Tan solo intentaban evitar a Pedro.

Un disparo seco, que entró en la sien. Cayó al suelo, y pronto un pequeño charco rojo se formó bajo su cabeza. Su cuerpo parecía encogido, como si algo lo hubiese abandonado. Ya no sufriría más.

Pedro se aferró a esto. También al olor de la hierba en el jardín del chalet. Y al suave roce de la toalla en su cuerpo tras el baño. Se centró en todo lo que pudiese impedir que aflorara la emoción que había sido la perdición de su compañera.

Héctor le observaba en silencio. Y, cuando decidió que ya tenía bastante, informó a los que no eran agentes de que ya podían marcharse. Acababan de presenciar la primera de las ejecuciones públicas aprobadas por el gobierno como mensaje a posibles disidentes escondidos entre ellos.

Pedro salió el primero. Sin alterarse, sin acelerar el paso. Fingiendo, como había hecho tantas otras veces, que podía ver morir a una persona sin sentir nada. Fingiendo que no deseaba estar en cualquier otro lugar.

Cuando llegó al sótano, a salvo de miradas, simplemente ya no pudo contenerlo más.

Dejó escapar un grito de rabia y desesperación. Agarró un pequeño mueble y lo arrojó contra una de las paredes. Mientras veía como la madera de este se hacía pedazos, buscó por la habitación en busca de un enemigo sobre el que descargar su ira.

Ni siquiera pensó en Eva. En si aquello podría asustarla, o echarlo todo a perder. Simplemente, necesitaba soltarlo y las paredes no podían defenderse. Arremetió a puñetazos contra una hasta que los nudillos le empezaron a sangrar.

Finalmente, ya sin energía, la rabia dio paso a la tristeza. Se dejó caer al suelo, y las lágrimas afloraron. No lloraba por su muerte, comprendió más tarde. Lloraba porque ella, al igual que su madre, se había marchado y le había dejado en aquel mundo.

Se miró las heridas de las manos. No le importaban en ese momento. El dolor le seguía haciendo humano. También la ira que le llevó durante el camino hacia allí a estar a punto de empujar a la vía del tren en venganza a uno de esos seres sin alma entre los que vivía.

Finalmente, decidió no llamar más la atención sobre sí mismo.

-Todos miraban- dijo, recordando a los impasibles alumnos que formaron un círculo alrededor de la joven ejecutada- Todos miraban, y ninguno hizo nada.

Estuvo a punto de añadir «ninguno hicimos nada´´, pero se recordó así mismo que de haber intervenido ahora también él estaría detenido o muerto y la misión en grave peligro. Decidió pensar en eso.

Era la única manera de olvidar que a diferencia de aquellos seres (cada día le costaba más considerarles personas), él sí había conocido a Celia. Y, a diferencia de ellos, podía reírse con sus bromas e implicarse emocionalmente con sus problemas.

Todo ello estaba muerto porque alguien había apretado un gatillo, y él no había reaccionado.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que alguien le había rodeado con sus brazos. Su instinto de supervivencia, que le llevaba a vigilar cualquier movimiento sospechoso a diario, estuvo a punto de hacerle revolverse.

Pero vio que se trataba de Eva. Mientras él se desahogaba soltando aquellas lágrimas, el rostro de la chica no mostraba emoción. Pero su abrazo era lo suficientemente fuerte como para ser considerado sincero.

– ¿Mejor? – le preguntó.

-Sí. ¿Qué estás haciendo?

-Empatía- respondió simplemente ella, y él se dejó llevar. Poco a poco, su ira y tristeza fueron desapareciendo y una lúcida calma las sustituyó.

Fuera, ajena a todo, la lluvia seguía cayendo.

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