Se sientan
– ¿Qué tal? (Le pregunta el hombre, él levanta la cabeza, y encoge los hombros).
-No veas qué fin de semana, comida familiar con el loco de mi cuñado armandola (dice el señor quitándole el refresco de las manos, él le mira directamente a los ojos, pero no dice nada, le deja seguir)
-Pues mi finde se ha basado en estudiar (dice desplomándose en una de las sillas del escritorio) estoy con el curso nuevo, a ver si me suben los puntos y soy candidata en la lista de ascensos. (Le coge el bollo que estaba comiendo él) Comida sana, y ejercicio, gracias (refiriéndose al bollo) lo necesito (le sonríe fraternalmente)
-¿Y qué tal tu fin de semana, has salido?
-Al gimnasio (Responde él mirando a la nada).
-(Los otros dos se miran serios, sentados enfrente de él) Bueno, algo es algo.
-¿No tenéis nada que hacer? ¿Un caso o algo? (Comenta él un poco incómodo y de broma).
-¿Mi caso? Alteracion y Desorden del Orden Público, estamos valorando trastorno mental, en un rato tengo reunión con el policia al caso, un psicólogo criminal y un perito judicial (la señora pone su maletín encima de la mesa).
– El mío tambien parece chupado, Agresión en Defensa Propia, hoy es la primera reunión con el abogado y la presunta agresora. La estaban atracando y ella se llevó la mejor parte. (Cuenta el señor y sonríen los tres).
-Hablando de reuniones, acuérdate de que ya toca Reunion de Reasignación de Casos, éste año cae en un par de semanas. El año pasado creo que se reabrieron diez casos antiguos, y se resolvieron 5, y todos a un par de dias de que preescribieran los delitos. (Dice la mujer seria)
– Esos son los que más le gustan a los jefes, para apelar y conseguir mínimo un poco más de tiempo para conseguir pruebas, testimonios nuevos, testigos, etc; los jefazos quieren centrarse en eso durante una temporada (dice el señor intentando romper el hielo).
– Realmente, seamos francos, piensan de cara a publicidad y marketing, de los nombramientos y los ascensos internos, van de buenos samaritanos, quieren éste tipo de acciones en alza, hasta esa fecha, para que se les vote. (Sigue la señora un poco intensa).
-El año pasado le tocó a Martínez, si quieres apuntate a la rifa de a ver a quien le toca éste año. (Él niega con una sonrisa cerrada).
-Ostia me acuerdo del primer año que me tocó a mí, fue una locura, me salió todo mal, sólo conseguí resolver dos, y posponer uno. (La mujer se levanta y se pone a dar vueltas en la sala mientras está hablando)
-A mí no me ha tocado todavía, ni a tí tampoco ¿no? (Él niega)
-Pues que no os toque nunca, nadie quiere esos casos. Si avanzas y consigues algo nuevo bueno, o resolverlo te ganas la antipatía de la policía porque estás como encima de ellos y recalcas lo «mal» que lo hicieron, dejas en evidencia sus errores; y si no avanzas las familias se te echan encima y te llevas por supuesto la animadversión de los jefes.
-Oye Vega tío, hace meses que te han asignado que te ocupes de actualizar los casos postergados. ¿Cómo lo llevas?
-No, no he hecho progresos, no.
-Se te está olvidando que es tu sanción, después de (la mujer carraspea) Después del incidente
-¿Y no lo estoy haciendo bien? No me digas (dice él sarcástico)
-Ya en serio Vega tío, fuera coña, sólo es leerlos y poner un sello, no es para tanto.
– ¿Vas a terapia? (Se interesa ella).
-Mmmm, sii, claro, (dice mirando al ordenador. El chico le pasa una mano por delante de la cara, para llamar su atención)
‘Empieza a escuchar, primero en volumen bajo dos voces, una masculina de él, y una femenina de la Doctora Nadine, va subiendo de volumen hasta que se entiende perfectamente lo que están diciendo’.
Volviendo a la realidad, y casi sin mirarles a la cara.
– Que sí, que estoy viendo a la Doctora Nadine, y todo va viento en popa
Un recuerdo de una discusión entre él y su psicóloga en el despacho de ella.
Los otros dos le miran.
– Vale, no, no he ido a ver a la doctora Nadine.
-¿Tienes tiempo libre? ¿Al menos? ¿Te has apuntado a algo? ¿hobbies? ¿Nos has hecho caso y te has buscado por lo menos alguna afición? (Le dice la mujer preocupada).
El hombre iba a coger otra cosa de la neverita pero él le mira y el hombre desiste en su intento.
La mujer saca de su maletín un taco de carpetas que están cerca de realizar una actualización del informe de sus sentencias.
-Nos hemos tomado la molestia de imprimirte los primeros. Por si acaso. Ya que seguramente ni los hayas mirado.
Se levantan.
-De nada.

Capítulo 2
Llega a casa anocheciendo, con el taco que le han dado dejándolos sobre una mesa al lado de los bonsáis, se quita los zapatos, los calcetines y la camisa.
Va a la nevera, coge una lasaña y un batido de vainilla, mete la lasaña en el horno.
Va al baño, se echa agua en la cabeza y en la cara.
Va al salón y se pone a jugar a un videojuego mientras de vez en cuando le da un sorbo a su bebida.
Hasta que está lista la lasaña, y comiéndola mientras tiene las noticias de fondo.

Al rato suspira con hastío, coge el taco de informes, se sienta en el suelo y se pone a leer los casos.
Esos mismos ojos igual de fuertemente cerrados pero con ocho años de edad. Todo el cuerpo tensado, de pie, con las piernas separadas, los brazos separados también del cuerpo y las manos cerradas en un puño, la cabeza hacia abajo.
Escucha intensamente su propia respiración, ahí en ese pasillo de la entrada que siempre se le hace diminuto. Ahí en ese pequeño piso, al final del pasillo.
Inspira… un… dos… tres…expira…un… dos… tres…

Él sigue, erguido, impertérrito. Inspira… un…dos…tres, expira… un…dos, tres.
Los sonidos llegan amortiguados, la voz de esa mujer que tiene en la puerta de la entrada de la casa, esa que le dio la vida, llega como amortiguada, casi como si estuviera más lejos de lo que está realmente, como si no fuera desde el umbral de la puerta donde les está hablando, sino debajo del agua.
-«Engendro de mierda, quítate del puto medio»-. Dice la mujer dando un paso hacia allá.
Según se va intensificando su respiración la voz de la mujer se va escuchando a un volumen mayor, y se sienten más los pasos que da esa madre suya hacia allá que cualquier otra cosa, salvo su propio pulso acelerado en las sienes.
-«Anda ya puto cobarde corre a esconderte, y a lloriquear como el jodido subnormal profundo que eres»-. Dice la señora dando otro paso.
Su madre hace aspavientos con las manos para que él se aparte. Esa madre es extremadamente delgada, está descalza, lleva una bata hasta la altura de los gemelos, beige oscura, malamente abrochada.
-«¿Ahora de qué coño vas? ¿Qué te crees? ¿Un héroe?- cada vez la escucha más cerca, con cada paso que su madre da.
Esa madre de piel resacosa, arrugas muy marcadas, «pecas», los labios secos cortados, grandes ojeras, patas de gallo.
-«¿Te crees que la vas a salvar de mi?-. Sigue la mujer dando otro paso.
Sus rizos al natural desgreñidos, soltando tantos improperios a un volúmen tan alto que tanto Vega como esa niña pequeña que está justo detrás de él, con el pelo suelto, llorando con un ojo hinchado, un corte en la mejilla y otro en un labio, le falta un diente y moratones en el cuello, en los antebrazos y en los tobillos.
La pequeña está temblando de miedo, él lo nota porque ella le está agarrando de la camiseta por detrás, muy fuerte.
-«Soy vuestra madre hijo de puta, nadie la puede salvar de mí, putilla»-.
Él nota humedad en el suelo por la pierna, en un lado, la pequeña empieza a lloriquear y a decir que lo siente.
Él mira al suelo, huele a orina, y cuando levanta otra vez la cabeza mira directamente a los ojos a su madre, y con la cabeza bien alta, grita a pleno pulmón, con todas sus fuerzas, desgañitándose.
Se despierta por su propio grito ensordecedor, agitado casi de un brinco, está en el suelo, rodeado de papeles y con una hoja pegada en la cara del sudor.
Mientras se sitúa, coge la hoja que tiene pegada, se levanta, va al baño y se echa agua en la cara. Va a la cocina y saca un zumo de naranja, se lo sirve, coge el teléfono fijo que tiene en la cocina, y marca un número de memoria.

Se descuelga el teléfono al otro lado, él no dice nada.
-Ah, eres tú- es la voz de una mujer joven somnolienta- Vaya, dichosos los oídos (Sonríen).
-¿Qué tal?-aunque a él siempre le sonará a esa pequeña de 5 añitos-
-Mmm, entiendo- se la escucha moverse e irse despertando.
-¿Qué pasa Leyre?
– Hombre Redie, son las…. cuatro y media de la mañana-
-¿Es que no puedo hablar contigo?
– Sii, claro… pero a estas horas… Eso sólo puede significar una cosa, has vuelto a tener la pesadilla.
– Perdona, sólo (se queda callado).
-Estoy bien. Todo va bien. Y te quiero. (Silencio, él suspira, todo su semblante cambia, se relaja)
-Buenas noches.
-Hacía ya tiempo que no los tenías, las pesadillas.
-Ya, no te preocupes. Tú
-No me pasa nada, ni me va a pasar nada. Tranquilo, ya puedes irte a la cama e intentar dormir.
-Vale, vuelve a la cama tú también.
-Yo tambien te adoro. (Van a colgar) Redie
-Dime (vuelve a coger el teléfono como si la tuviera enfrente)
-No pasa nada. No es culpa tuya. Nada de lo que pasó lo fue.
Él asiente, con lágrimas en los ojos y cuelgan.
Tras unos segundos en los que deja los recuerdos atrás un día más, se da cuenta de que ha tenido todo el rato en la mano o en la mesa, pero consigo, incluso tocándola mientras hablaba por teléfono, la hoja.
Ésta vez la coge, y la mira bien, en el encabezado del informe del caso pone Josephine Daranas.

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