CAPÍTULO 1: MARTÍN
La primera vez que Marta Ainy Cassidi murió tenía doce años.
Vivía en un pueblo de sudáfrica con sus padres y sus ocho hermanos.
Mamá era costurera.
Papá era banquero.
Ella era la cuarta de los ocho.
No eran una familia feliz.
Pero ella era una niña contenta.
Se trataba de una familia normal con los típicos problemas internos de ser demasiados miembros.
Un día había quedado con sus dos mejores amigas, Saliendo de un colegio para niñas altamente elitistas.
Montadas las tres en sus bicicletas, las tres vivían relativamente cerca, cuándo se pararon y se sentaron en un banco quedaba a un cruce central.
Esta parte del mundo estaba compuesta de urbanizaciones de casas bajas grandes de casas de dos pisos y de organizaciones y tiras de apartamentos al más puro estilo étnico veraniego del lugar.
Con carreteras perfectas perpendiculares sí parar la paralelas llenos de sedas del paseo de rotondas.
Sustos amiga se encontraron con unos compañeros de clase y ella se subió a su bicicleta, Inspeccionando la porsiacaso tenía algún problema.
En una de las veces que cualquiera pasa su mirada sobre cualquier persona que pasara, así Marta Ainy Cassidi miró en frente suya.
Había un chico del que solo sabían que se llamaba Martin y que vivía un poco lejos y a un par de niveles más altos que ella en clase.
Era una mirada cualquiera como si se estuviera mirando al suelo y luego se siguiera con la mirada a un anciano una señora o un niño.
Una mirada normal es inocente.
Él también clavó sus ojos en ella pues la tenía enfrente al final de la carretera.
No hubo nada atípico.
Cuando el chaval fue levantar la mano a modo de saludo montado en su bici cleta y pedaleando un ritmo normal, Marta Ainy Cassidi empezó a notar que ardía y sudaba.
Le dio una punzada de dolor agudo en el estómago y en la cabeza que la hizo caerse y de rodillas empezó a salir las sangre por la boca la nariz los ojos y las orejas. Su corazón se desbocada de su pecho.
Sus últimas imágenes fueron el chico puede pedaleando con frenesí hacia ella, Sus amigas acercándose.
Y todos ellos gritando histéricos.
El tiempo transcurría tan despacio, todos se juntaron a su alrededor, su mejor amiga via llamado a la ambulancia, su segunda mejor amiga mía llamada a los padres, y el chico que ahora que le tenía un frente palpando su pulso, buscando heridas y mirando si no tendría algo que la impidiese respirar.
Era castaño, de ojos verdes, a lo mejor tendría unos veinte años, rondaba ya la veintena seguro.
No paraba de decirla que él se llamaba Martin, de que estuviera atenta a su voz.
Todo fue inútil, hubo un instante en el que Marta Ainy Cassidi dejó de sentir dolor, se sentía ligera totalmente, seguía con los ojos abiertos, no podía parpadear, sin embargo todavía los veía, aunque no los escuchaba podía distinguir por la expresión de sus caras que se habían rendido.
No había ya pulso pero Martin la miraba como si supiera que por alguna extraña razón todavía quedaban resquicios cerebrales.
Finalmente Marta Ainy Cassidi cerró los ojos.
Cuando despertó le dolía todo el cuerpo, lo sentía amordazado, le palpitaba todo el cuerpo, le iba a reventar la cabeza por ello.
Todo estaba oscuro ya habia un gran peso encima, la oprimió entera iba rodeaba, lo tenía por todas partes se le metía en la cara en los ojos cuando intentó abrirlos, en la nariz cuando intentaba respirar y la boca cuando intentó hablar.
Al ver que no podía moverse y empezó a oír su corazón latir cada vez más rápido.
Aquello que la rodeaba era rugoso y microscópico porque con un impulso Marta Ainy Cassidi empezó a quitárselo de encima pero cada vez era más.
Metió la mano entera dentro de aquello, como si diera brazadas, pudo sentarse, aportándolo con manos y pies pudo ponerse de pie, se estaba ahogando.
Empezó a escalar, aunque parecía que cada vez que movía todo aquello, se acomodaba todo a su nueva posición.
No sabía si estaba avanzando, si estaba resultando útil tanto esfuerzo.
Sólo sabía que estaba ahogando y cada vez le quedaba menos aire que contener y menos ganas de seguir.
Hasta que una de sus manos palpó aire, sólo aire, y salió.
Sacó la cabeza al aire y sin ver su alrededor empezó a respirar por fin, sacó el resto de su cuerpo, se quedó de rodillas unos minutos y empezó a moquear muchísimo y a vomitar sangre.
Todos sus constantes vitales se regularon a los diez minutos.
Entonces volviendo en sí, abrió bien los ojos, hacía viento y olía a lluvia.
A su lado había unas placas de mármol ancladas en la tierra, con nombre esculpido.
Miró el lugar donde estaba sentada, sobre tierra, y el agujero que había dejado en él.
Acababa de salir bajo tierra, asustada se puso de pie de un brinco, temblorosa descubrió que se trataba de un cementerio, salió corriendo y llorando.
Cuando llegó a la puerta principal, estaba muy cansada, salió de ahí y había un montón de luces encendidas por la calle.
Siguiendo el camino desde donde estaba con la bicicleta hasta la que era su casa.
Acabó debajo de un puente perteneciente a un mausoleo.
Allí se quedó dormida.
Cuando despertó por un sol abrasador y un viento considerable aún así, se quedó impactada.
Todo su alrededor eran rascacielos que surcaban los aires cuán tentáculos.
Lo único que había de un piso eran tiendas y bares, todo lleno de coches, autobuses, tranvías, todo con estructuras metálicas enormes y un tanto grotescas.
Todo era de un color gris oscuro, verde oscuro, azul oscuro, todo parecía apagado, triste, incluso macabro, e iba a una velocidad vertiginosa.
Incluso los peatones parecían tener demasiada prisa, y vestían con formas muy raras, estilos compactos y estructurados y con colores también apagados.
La miraban como si fuese un error, y no tuviera que estar allí.
Se tapó y empezó a andar, fue un quiosco que había cercano, y de reojo miró un periódico » Washighton Post Journal, Sábado 13 de Enero 2006″.
Sólo había pasado un año.

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