Anatomía de: «Torrente, el brazo tonto de la ley´´ (Santiago Segura, 1.998)

Si algo nos caracteriza a los españoles como pueblo, es que nos encanta reírnos de nuestras propias desgracias.

A lo largo de la historia del cine, algunos directores y guionistas han entendido bien esto y nos han hecho reír deformando la realidad hasta extremos grotescos, volviendo lo trágico cómico.

Entre ellos, Jose Luis Garcia Berlanga, Rafael Azcona o Marco Ferreri. Pero los dos alumnos de esta tradición que sobreviven en el cine español actual son claramente Alex de la Iglesia y Santiago Segura.

Curiosamente, el segundo se dió a conocer al gran público a mediados de los noventa en una película del primero, «El día de la bestia´´. Allí era José María, un tipo muy satánico y muy de Carabanchel que se convirtió en un personaje mítico.

Segura aprovechó la fama de entonces para poner en marcha su propio proyecto como director, la historia de un ex-policía racista, machista, alcohólico y del Atlético de Madrid.

Fue así como, «apatrullando´´ la ciudad a ritmo de el Fary, Torrente llegó a nuestras vidas.

Era 1.998, y puede que ni el propio Segura fuese consciente entonces de que había creado la que hasta la fecha no solo es aún la saga más longeva del cine español, sino un personaje que ha trascendido nuestras fronteras.

Que se lo pregunten si no a Oliver Stone, que incluso se planteó hacer un remake estadounidense.

Pero, ¿qué ha convertido a Torrente en un personaje tan típicamente español, tan nuestro, que cuesta imaginarlo en otro lugar?

Lo antes dicho: nos encanta reírnos de nuestras propias desgracias. Y Torrente y su mundo son, nos guste o no, una versión exagerada y deformada de nuestra España cañí.

Y el talento detrás de esta película consiste precisamente en decírnoslo a la cara consiguiendo que, al mismo tiempo, nos riamos.

El argumento de la primera parte es el siguiente: Tras ser expulsado de la policía, Torrente descubre que el restaurante chino de su barrio sirve de tapadera a una banda de narcotraficantes.

Convencido de que ha encontrado el caso que le permitirá volver al cuerpo, reune a un grupo de personajes aún más cutres que él, entre ellos su vecino pescadero Rafi, y pone en marcha un plan para atrapar a los delincuentes.

En mi opinión, esta primera entrega es la mejor de la saga y ninguna de las secuelas logró igualarla. Varias son las razones de esto:

En primer lugar, pone el foco en Torrente y en como este malvive en los barrios bajos de Madrid. El caso al que se enfrenta no tiene tanta importancia como sus interacciones con el resto de personajes.

Entre otras cosas, le vemos poner a su propio padre a pedir junto al metro, pedir cubiertos en un restaurante chino porque los palillos son para «tocar el tambor´´, y obsesionarse con su vecina ninfómana Amparo.

Con esta última, además, tiene unas fantasías bastante extrañas.

Este elemento, el de dar prioridad a Torrente y su mundo, se pierde en las secuelas en favor del caso de turno y escenas de persecución mejor rodadas, pero que convierten la saga en una versión casposa de James Bond.

Y Torrente funciona mejor como radiografía crítica (aunque cómica y exagerada) de una parte de la sociedad.

Otro aspecto positivo de esta primera parte es la forma en que maneja a los cameos de los famosos. Estos, que en las secuelas se convirtieron casi en la única razón de ser del guion, aquí están manejados como un acompañamiento.

De hecho, con la única excepción del boxeador Policarpo Díaz (cuyo nombre y profesión sí se mencionan), el resto podrían ser perfectamente un personaje más del peculiar mundo de la película.

Por último, quiero destacar la forma en que esta película maneja al protagonista en comparación con las secuelas.

Torrente aquí tiene un objetivo: volver a la policía y dejar de malvivir. Hay una razón para sus trapicheos, y la forma en que se mueve para conseguir lo que quiere hace tan fácil odiarle como admirarle.

Es un tipo repulsivo, sí, pero está convencido de su propio valor y cree que alguna vez le llegará su oportunidad. Es un perdedor, pero tiene liderazgo y logra convencer a otros para que le sigan y crean en él.

Vamos, que llega a tener algo de dinero y habría sido director de cine.

Al mismo tiempo, la película nos muestra sutilmente como él mismo es consciente de que su vida es una mierda, mostrando una vulnerabilidad que no está en las secuelas.

Y es que ya lo dice la propia letra de la canción que suena en los créditos finales, cortesía de Kiko Veneno: ¿Para qué quieres tanto dinero, si no te queda ni un amigo verdadero?

El final de la película muestra incluso, por primera y única vez en la saga, un lado humano en el personaje cuando salva a Rafi de morir a balazos. Después, engaña a todos y escapa con el dinero de los traficantes.

Pero, por un breve momento, vemos romperse la coraza del personaje.

El otro personaje destacable de la cinta es Rafi, interpretado por Javier Cámara. Este, al igual que Segura, casi no tiene ni que esforzarse en una interpretación que parece salirle natural.

Se trata del típico chaval pringadillo pero buena gente que ha visto poco mundo y sueña con emular a los héroes de sus películas de acción favoritas. Suyo es uno de los diálogos más divertidos de la película:

Rafi: ¿Te gustan los niños?

Clienta de la pescadería: Sí.

Rafi: Si quieres, yo te hago uno.

En definitiva, una película hoy de culto que sirvió como retrato del Madrid de los noventa y nos enseñó valiosas lecciones, como que hacerse pajillas es una forma de pasar el tiempo en los coches patrulla.

O la más importante de todas: la pistola de un hombre es como su poya, no se la puede tocar cualquiera.

Freud estaría orgulloso.

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