Sobrevalorados: Pedro Almodóvar

En un lugar de la mancha de cuyo nombre no hace falta acordarse, nació un manchego florido con un ego desmedido.

Hablo de Pedro Almodóvar, nuestro director más internacional. El único que comparte con el japonés Yasujiro Ozu la economía de medios: sus películas son siempre las mismas con distintos personajes.

El único que ha construido una obra con el carácter abstracto de «El año pasado en Marienbad´´, la cinta de Alain Resnais. Al igual que aquella, da igual por dónde empieces a ver su filmografía, ya que es todo el rato lo mismo en bucle.

Hoy, en el estreno de la sección «Sobrevalorados´´, analizamos el estilo de Pedro a través de su obra más reconocida.

«Todo sobre mi madre´´ nos cuenta la historia de Manuela, una madre soltera que vive en Madrid con su hijo de diecisiete años, Esteban.

Hay gente que considera que Almodóvar es una especie de dios en el cine español, e incluso en el universal. Y estoy empezando a creerlo.

Solo él sería capaz de poner a interpretar al hijo de diecisiete años a un tío que aparenta treinta y siete, además de estar divorciado y con sus propios hijos, y que tanto el público como la crítica digan que estamos ante algo conmovedor.

Más bien diría perturbador, ya que algunas miradas del hijo a la madre parecen dar a entender que se la quiere tirar. Os juro que estaba incómodo en esas escenas.

Hablemos ahora de dos aspectos que suelen ser muy alabados en el cine de Almodóvar: la dirección artística y el «realismo´´.

Hay una escena donde vemos la habitación de Esteban. En esta, pueden apreciarse algunos objetos muy comunes para un chico de su edad como robots de juguete o piezas de Lego.

Se supone que la dirección artística debe recrear el espacio en función del personaje. A Esteban nos lo presentan como un chico intelectual que lee a Capote. Es decir, en su cuarto podría tener estanterías con libros, por ejemplo.

Pero…¿robots de juguete? ¿Really?

A Almodóvar también se le alaba por el realismo con el que dota a sus creaciones. Por, según palabras de algunos críticos, la forma en que refleja la voz de la gente de la calle.

Pongamos como muestra de ello estos diálogos entre Manuela y Esteban al poco de empezar la película:

Manuela: Anda, come. Te vendrá bien ganar unos kilitos. Por si alguna vez tienes que hacer la carrera para mantenerme.

Esteban: Para hacer la carrera no hacen falta kilos, sino un buen rabo.

Típica conversación que todos hemos tenido alguna vez con nuestra madre a los diecisiete años, ¿verdad?

Pero todo esto no importa mucho, ya que Esteban muere atropellado a los quince minutos de película mientras su madre mira impotente bajo la lluvia.

Manuela viaja entonces a Barcelona, donde se encontrará con una serie de personajes que harán que el muerto parezca normal.

Entre ellos, un Toni Cantó travestido que espantaría a su actual electorado, y una monja sidosa y casquivana interpretada por Penélope Cruz.

De todos ellos, voy a detenerme en dos: Huma Rojo, la actriz por la que Esteban muere atropellado al intentar pedirle un autógrafo, y Agrado, una travesti amiga de Manuela interpretada por Antonia San Juan.

Huma (Marisa Paredes) le cuenta a Manuela nada más conocerla de dónde viene su nombre: empezó a fumar a los diecisiete para imitar a su ídolo, Bette Davis, y al final se dió cuenta de que humo era lo único que había en su vida.

Es decir, lo típico que haces al conocer a alguien por primera vez: cascarle toda tu vida. Pedro, el realismo, que se te va otra vez.

Y luego está Agrado, un personaje que pretende ser el alivio cómico y al mismo tiempo una muestra de inclusividad.

Hay que recordar que la película es de 1.999, y conceptos como que el sexo biológico no determina necesariamente tu género no estaban en el debate público como si lo están ahora, aunque haya gente que no los acepte.

En ese sentido, «Todo sobre mi madre´´ es adelantada a su época y el propósito que se busca con este personaje habría estado muy bien de no ser por un detalle: Agrado reúne todos los tópicos del travesti de la España cañí.

Es histriónica, malhablada, cargante y como personaje prácticamente lo único que sabemos de ella es que no soporta a las drags.

En una vergonzosa escena con un Carlos Lozano que aún no se había hecho famoso por presentar «Operación triunfo´´ se llega a decir la palabra poya una vez cada treinta segundos prácticamente.

No estoy exagerando. La escena dura un rato, y durante ella se lanzan réplicas de este nivel intelectual:

Mario: Anoche no dormí bien. Llevo todo el día nervioso. ¿No me harías una mamada? Creo que me relajaría.

Agrado: Mamámela tú a mí, que yo también estoy nerviosa.

Mario: Bueno, sería la primera vez que le como la poya a una mujer, pero, si es necesario…

Pedro, vamos a ver. Por si alguna vez lees este artículo (que supongo que sí), dos cosas:

1.- La gente en España ya no se escandaliza por oír la palabra «poya´´. Y tampoco lo hacían en 1.999. Te lo dice uno que la escuchaba en el colegio cada dos por tres.

Bueno, a lo mejor los que ven intereconomía sí lo hacen, pero la mayoría de la gente no.

2.- Presentar un personaje travesti tan estereotipado va en contra de tu supuesto discurso de inclusión, y no ayuda a normalizar. Si querías que Agrado fuese el personaje cómico, podrías haber metido otro para hacer de contrapeso.

La intención era buena, pero te pegaste un tiro en las pelotas.

Y bueno, podría seguir un rato más, pero creo que con esto queda claro qué es lo que me parece mal en esta película. Y, en cuanto al resto de la filmografía de Almodóvar, problemas similares se repiten una y otra vez.

Recomendada para: los que aprecien una película por su fotografía, música y planos y no les importe ver un argumento sin pies ni cabeza que encima se toma en serio a sí mismo.

No recomendada para: todos los demás.

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