(Comienzo de escritura 11 de marzo de 2010). Precuela de The Brooks ID.
Prólogo
14 de septiembre de 1981 situada a 20 minutos del centro de la ciudad hay una urbanización de casas grandes construidas a gusto y medida de los dueños.
Una mujer blanca caucásica de cabello largo ondulado dorado cobrizo, mide 1’75 metros y pesa 65 kg, lleva puesto un vestido blanco de algodón con bordados en relieve y de largo hasta los pies, con tirantes y corte recto de escote, ceñido hasta un poco más en la cadera y el resto suelto y unas sandalias planas de tela blanca cerradas por delante.
Lleva gafas de ver en una mano y en la otra una bolsa, va caminando por un jardín lleno de árboles flores y plantas en línea casi recta, por su lado derecho se ve al fondo un columpio de cabida para tres niños, la señora pasa el columpio sube tres escalones blancos delimitados a sus lados por dos columnas jónicas de yeso, que pertenecen a un balcón vallado de columnitas de medio metro también blancas conectadas entre sí por un pollete.
En el balcón propiamente dicho a mano izquierda hay un sofá balancín de cabeza para tres personas, la mujer está frente a una puerta blindada de adobe blanca y entra, sigue caminando.
Recto hacia delante el pasillo del recibidor cuenta con un espejo de cuerpo entero en cada pared, y al lado de cada espejo hay armarios, y en las paredes al lado de los armarios fotografías y estanterías pegadas de pared con fotos y adornos de muchos países exóticos y algún que otro libro. Y en el suelo flores en jarrones y plantas de interior en macetas grandes, formando un camino recto. A cada lado de la fila de flores y plantas y, en lo que sería todavía la mitad de la trayectoria del pasillo recibidor, hay una escalera que sube sinuosa a la segunda planta.
Pero la mujer no sube por ninguna de las dos escaleras sino que sigue recto atravesando la totalidad del pasillo y cuando llega al final tiene a su lado izquierdo una estantería llena de libros que ocupa toda la pared y un recinto construido de forma casera que forma la zona de juegos, con suelo acolchado y un millar de juguetes de niños perfectamente colocados y limpios.
Al fondo de esa sala, más a la izquierda todavía, hay una puerta, pero la señora no tuerce a la izquierda. Frente a ella tiene unos ventanales con cortinas semitransparentes blancas, se detiene un momento en un balconcito como el de la entrada de la casa, vallado con columnas de medio metro conectadas entre sí por un poyete y que finaliza a cada lado por tres escalones que conducen, a la ya mencionada izquierda, o a la derecha que es hacia dónde se dirige finalmente.
En esa parte de la estancia hay un salón grande, con 3 sofás de cabida para 3 personas; cada uno formando un semicírculo con una mesa cuadrada pequeña en medio.
Todo ello colocado orientado hacia la pared del fondo a la derecha, donde hay un mueble de salón tan grande como la misma pared y que aparte de muchos libros, un equipo de música y fotos sostiene una televisión.
Pero la mujer no va al salón en sí, sino que lo atraviesa de lado a lado para ir a las cristaleras que tiene enfrente y que están efectivamente a un lado del salón.
Esas puertas de cristal reforzado y forrado en plástico llevan al jardín trasero donde hay otro balcón sin columnas de ningún tipo.
La mujer baja los tres escalones que conectan el balcón al jardín.
En el jardín hay más plantas flores y árboles, a mano izquierda un circuito de coche mediano montado, en la parte derecha en el suelo embaldosado y encementado hay una mesa rectangular grande con sus 10 sillas y un toldo retráctil como cubierta; y un poco alejado de esto una caseta de herramientas.
La mujer se detiene al pie del balcón de ese jardín trasero y durante unos segundos está observando con una sonrisa en los labios a un apuesto joven.
Este hombre blanco viste zapatillas de montañero grises oscuras, unos vaqueros grises verdosos descoloridos, un cinturón negro con tachuelas metálicas, una camiseta negra de los Rolling Stones y una chaqueta vaquera que parece rasgada, rota, roída.
El hombre mide 1’78 m y pesa alrededor de 80 kg, tiene el pelo castaño cobrizo, largo a capas que le cae por los hombros y está mirando entusiasmado, contento y feliz a un niño.
Un niño que está metido en un cochecito haciendo el trayecto del circuito de coche mediano.
La mujer se acerca desde atrás, le da un abrazo al hombre, éste se ladea un poco hacia ella y la besa en la boca, ella saca de la bolsa dos cervezas, una se la entrega al hombre que bebe vigorosamente y la otra se la empieza a ella.
ÉL.
Hola
ELLA
Son las cinco de la tarde, hace un calor mortal, ¿es que no vais a parar hoy?
ÉL
Mírale se está divirtiendo, si fuera por él siempre estaríamos así.
ELLA.
Sí, oye y ¿Quién es el padre aquí?
Se sonríen, él la vuelve a besar en la boca, la rodea con los brazos en la cintura y ella le pasa los brazos al cuello.
ELLA
Oye ¿y que haréis? ¿Con qué os vais a divertir cuando nosotros no pasamos y el niño quiera seguir, y entonces sea perseguido y multado por la ley?
ÉL
¿De qué hablas? La cosa no va a ir por ahí. Son competiciones oficiales legales, los niños se lo pasan bien, ganan premios legitimados por el estado ¿vale? Y sin contar el dinero que viene con ese premio también ¿estamos? Hay muchas familias que viven de ese dinero extra.
ELLA
Es que no entiendo por qué un niño de 3 años se sabe todas las partes que componen un coche. Sin saltarse ninguna.
ÉL
Además, cariño, rodar nunca podrá ser ilegal. Te lo prometo.
ELLA
Siempre me contestas lo mismo
ÉL
Porque siempre me preguntas lo mismo.
ELLA
Cuando me respondas otra cosa entonces me preocuparé.
ÉL
El día que dejes de preguntármelo entonces sabré que algo va mal (tras unos segundos de silencio).
ELLA
Cómo va (dice mirando el cronómetro que el hombre tiene en la mano)
ÉL
Es el mejor (y empiezan los dos a animar al niño).

Deja un comentario