PRÓLOGO
A las 05.00 de la mañana suena la alarma para despertarse. Muchas de las mujeres se despiertan ya soltando improperios, otras su retahíla de inocencia, y otras las tramas de su demencia.
Dan las 05.30 hasta que los funcionarios de la cárcel terminan de hacer recuento de todas las reclusas del pabellón que toca.
A esa hora hay que estar ya con el uniforme nuevo, la ropa interior y el material básico de aseo preparado.
Algunas coquetas que tienen más libertades en sus celdas, como un lavabo, aprovechan para lavarse la cara.
Al terminar el recuento en el que las presas se acercan a una abertura en los barrotes y las colocan los grilletes en las manos, se abren las compuertas y se colocan los de los pies.
Con lo que solo se pueden dar pequeños pasos.
Cuando se pasa de ese pabellón a otro, hay un control de seguridad, donde todas las internas pasan por un detector de metales mientras sus pertenencias pasan por el escáner de rayos X.
Después tienen que fichar con una huella dactilar a la entrada de los vestuarios. Ahí disponen de quince minutos cada una según se va registrando su fichaje para ducharse, lavarse, asearse, maquillarse las que quieran, vestirse y peinarse.
A la salida de los vestuarios todas las reclusas tienen que registrar de puño y letra hora de salida y autógrafo al canto.
Sobre las 06.30 de la mañana van al comedor donde tienen una alimentación testada por los controles de sanidad alimenticia del estado, rica en proteínas, carbohidratos y fruta.
Aquí, en el comedor, hay dos hombres trabajando. Uno el que elabora los menús, y los prepara con la ayuda de una joven, joven que también tiene que recoger las bandejas ponerlas en los carritos y limpiar las mesas; y otro que es el que les sirve en las bandejas y luego friega los platos.
A las 07.00 se separa a las reclusas en grupos por salas, áreas y secciones, teniendo en cuenta el perfil de las presas, sus circunstancias y las condiciones de su encarcelamiento.


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