Cortos de TintaCapítulo 2: «Enemigas´´ (Parte 2)

Un rato después, la familia esperaba fuera las noticias de los médicos. Rodrigo tenía la cabeza apoyada en el hombro de su madre, y esta le había puesto un brazo alrededor del suyo. Estaban todos muy callados y abatidos.  

-Tengo que llamar a mis padres- dijo Blanca, y todos lo comprendieron pues su familia no sabía nada de ella desde que había salido de clase. Sacó su móvil y se alejó por el pasillo para hacer la llamada.  

El hada estaba sentada en el hombro de Sara, aún en tamaño diminuto. Estaban solos esperando, así que no les importó hablarle.  

– ¿Cuánto? -. 

-Dos días. Tres como mucho. Lo siento-. 

– ¿Se puede impedir? – volvió a preguntar Sara. El hada la observó con sus pequeños y preocupados ojos azules. Parecía meditar bien la respuesta. 

-No es sencillo- dijo finalmente. 

Durante la última media hora, había contado a su hijo y a Blanca la historia que les unía a ella y a Óscar con las hadas, y todas las aventuras que vivió teniendo su edad. El encuentro con los minotauros de agua, que a su vez habían relatado, permitió que pudieran creer fácilmente lo que se les contaba.  

Rodrigo entendió que sus dibujos tenían que ver con la historia de su madre, que a su vez era la suya. Por primera vez tenía respuestas, pero también preguntas sin contestar, pues no había contado lo de lanzar aire a nadie y, cuando Blanca intentó hacerlo, una mirada suya se lo impidió. 

– ¿Es esa chica de la que hablas la que ha intentado matarnos, mamá? – dijo Rodrigo, y antes de que ella pudiera contestarle el hada se le adelantó. 

-Sí. Sentimos no haber llegado antes. Desde lo que ocurrió vigilamos mucho más las fronteras con vuestro mundo. Uno de los centinelas fue asesinado, pero el otro escapó y pudo informarnos de que había cruzado. No sabemos por qué, pero sus poderes han crecido mucho-. 

-Ella no se detendrá- dijo Sara, recordando la frialdad y determinación de su enemiga en el parque, así como el retorcido motivo de su venganza. 

-Lo sabemos. Fue nuestra culpa que ella sea así, y nosotras nos encargaremos. No queremos que luches otra vez. Ya nos disté mucho-. 

Sara la miró con más atención. La necesidad de preguntarle el por qué no habían vuelto a saber de ellas desde la batalla le volvió con fuerza. A veces creía que esa falta de respuesta era lo que la seguía atando al mundo mágico.  

Aunque tuvo una vida feliz con los humanos y sabía que con ellos estaba su lugar, no podía evitar soñar que volaba cuando cerraba los ojos.  

-Me autorizaron a venir por mi relación con tu familia- siguió el hada, ajena a los pensamientos de la otra- Ojalá os hubiera encontrado antes, pero el rastro de la magia es difícil de seguir cuando alguien lleva mucho tiempo sin la influencia de esta-. 

-Nos salvaste- dijo Rodrigo sencillamente, y Sara lo estrechó más contra su cuerpo- Dime, ¿la magia también vive en mí? -. 

-Claro- respondió la otra sonriéndole- Eres el hijo de un hada. Créeme, eso te hace muy único y especial-.  

Rodrigo le devolvió la sonrisa. Aunque no lo dijo en ese momento, deseaba poder saber más sobre la magia y poder llegar a ser tan poderoso como lo fue su madre. Tenía claro que, si alguien tenía que luchar, no sería ella esta vez. 

-Dime- preguntó al hada- ¿Qué tengo que hacer para salvar a mi padre? -.  

-Como decía, es complicado. Lo que tiene solo puede curarse lavándolo en las aguas de un antiguo manantial que hay en mi mundo. Es el lugar del que nacen todos los ríos, y está en una isla flotante sobre las montañas de fuego-.  

-Pero seré yo quien irá- dijo Sara, firme- Cariño, no puedes enfrentarte ni a Daniela ni a muchos de los seres del otro mundo. Y, si te vuelve a pasar algo o estás en peligro…-.  

-Iré con el hada- dijo, mirándola y buscando su apoyo- Por ti y por papá, haré lo que sea-.  

Lo dijo con tanta convicción, pareciendo un hombrecito pequeño, que Sara no pudo por menos que sonreír pese a las circunstancias. Aunque no se lo dijeron, a ella y al hada les recordó en aquel momento a su entusiasta abuelo Tomás.  

-Que poco te pareces a tu madre cuando supo que era un hada- dijo, pero miró a su hijo con un respeto que este nunca había percibido en ella, y eso le llenó de una energía que le hizo verse a sí mismo más mayor.

-Lo que no entiendo- dijo el hada- Es porque Daniela no atacó en mi mundo primero, sabiendo como nos odia-. 

Estas últimas palabras hicieron reflexionar a Sara, que intentó ponerse en la cabeza de su enemiga. Si lo que le dijo en el parque era cierto, ella era especial en su venganza porque le había arrebatado a su hermano. Tal vez, eso para ella la colocara incluso antes que las hadas. Además, fue quien la derrotó la última vez. En ese sentido, tenía la culpa de que no cumpliera su venganza. 

Así que, ¿de qué forma podía seguir haciéndola daño ahora que tenía a su familia con ella?  

-Está todo bien. Mis padres ya vienen de camino- dijo Blanca, que volvió en ese momento. Pero sus palabras no fueron escuchadas porque todos se fijaron en Sara, que se puso en pie de pronto muy preocupada y sacó su móvil. 

Sintiendo de nuevo el terror que la había atenazado ya dos veces ese día, buscó el contacto de Carlota y la llamó. Cada tono sin respuesta era una prueba más para sus nervios.  

En aquel momento, una gran tormenta se abatía sobre el pueblo. Los vecinos se sorprendieron mucho ya que habían tenido un tiempo normal gran parte del día, pero de pronto comenzó con tanta fuerza que se les había recomendado no salir de sus casas y las comunicaciones con el exterior se habían visto afectadas. 

Carlota se libró por muy poco del aguacero ya que acababa de llegar a casa. Sin haberse quitado aún el uniforme del supermercado observaba desde una ventana como el torrente de agua barría la calle, y una corriente descendía desde la empinada cuesta que llevaba a la iglesia. 

En aquellos momentos retransmitían por televisión la extraña desaparición de una mujer en Ámsterdam. A Carlota le extrañó que una noticia así llegara hasta la televisión española, pero entonces comentaron que su habilidad para hacer retratos de cosas que no veía la habían hecho conocida en el extranjero. 

A causa de la tormenta, la señal no llegaba bien y hacía bastantes interferencias que empezaban a afectar incluso al audio. Aquello la provocaba dolor de cabeza, así que apagó la televisión sin saber que, en ese mismo momento, Sara intentaba contactarla sin que el móvil ni el teléfono fijo dieran ningún tipo de señal. 

Observar la lluvia la distraía. Mientras escuchaba esta repiquetear sobre el tejado, con un sonido que se reproducía en eco por la casa, recordó un juego que inventó de pequeña cuando en ocasiones se sentía sola porque sus padres dedicaban más atención a su hermano pequeño. 

Consistía en imaginar que el sonido de la lluvia era el de los pies de un grupo de soldados que caminaban por los tejados en busca de niñas, así que para evitarlos entrar cerraba todas las ventanas y colocaba un mueble junto a la puerta. Después, colocaba junto a estas a sus muñecas para que hicieran guardia y avisaran si entraba alguno de ellos. 

Cuando más adelante sus padres le pedían que explicara este comportamiento, ella se encogía de hombros y sonreía satisfecha por haber salvado la casa. Al final dejaron de pedir explicaciones porque entendieron que su hija solo intentaba llamar su atención. 

En realidad, aunque nunca lo supieron, para ella era mucho más que eso. Ya que se sentía ignorada en favor de su hermano, sentir que en esas horas de soledad al menos se dedicaba a proteger su casa la hacía sentirse menos vacía.  

Más adelante, cuando ya fue demasiado mayor para juegos de soldados y muñecas, los sustituyó por amigos, fiestas y popularidad. Volverse una chica así endureció su corazón, pero también rellenó el vacío que sentía en casa. Si allí no era querida, lo sería fuera. 

Sin embargo, aunque disfrutó desempeñando ese papel, siempre supo que toda aquella gente que «le hacía la corte´´ no sentía un verdadero afecto por ella, sino tan solo admiración. Pero Carlota aprendió a que aquello fuera suficiente. 

Con la única excepción de Laura. Pero ella ya no estaba.  

Intentando quitarse eso de la cabeza, pensó en sus padres. Estos vivían en lo más bajo de una calle que hacía pendiente, y tenían un jardín por el que podía entrarles el agua. Pensó en intentar llamarles, aunque sabía de sobra que los teléfonos no iban.  

«Quizá más tarde cuando escampe un poco vaya a verlos´´, pensó. Pero ¿por qué seguía preocupándose por ellos si sabía de sobra que para sus padres era una decepción? En el fondo, sabía la respuesta. Toda su vida había luchado por estar a la altura de lo que los demás esperaban de ella, y muy poco por sí misma. 

Salvo con Laura, volvió a pensar. Y ahora tal vez con Sara. Se avergonzó recordando la vez en que la mintió diciendo que la otra no quería ser su amiga. En ese momento solo pensaba en ella y en cómo se sentía amenazada porque alguien pudiera sustituirla en el corazón de la chica. 

Pese a todo, Sara seguía allí para ella. Tal vez fue debido a todo lo que vivieron juntas o a que eran las únicas que quedaban. Pero intuía que había algo más. Una especie de luz que irradiaba de su ahora única amiga y contagiaba a todos los que la rodeaban, haciéndoles buscar lo bueno que quedara dentro de ellos mismos. 

«Aunque no creo en Dios, bendita seas´´, se dijo a sí misma justo cuando el timbre de la puerta sonó, arrancándola de sus pensamientos. 

Necesitó oírlo una segunda vez para convencerse de que no lo había imaginado, pues le resultaba extrañísimo que alguien estuviera en la puerta con aquel tiempo, si no era por una emergencia. Y fue el pensar esto lo que la llevó a abrir. 

-Por favor, necesito ayuda- dijo una chica muy joven de pelo negro que se le pagaba a la cara a causa de la lluvia, ojos tan azules como su vestido y pies descalzos- Mis padres han tenido un accidente. Por favor-. 

Y fue así como Carlota conoció, sin saberlo, a Daniela.  

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