Cortos de Tinta. Capítulo 2 «Enemigas» (Parte Uno)

Al mismo tiempo, en Holanda, hacía un día muy soleado. En una plaza de Amsterdam, un grupo de personas se habían reunido para ver trabajar a la pintora.  

Aquella mujer había conseguido hacerse famosa en la ciudad, y no solo por sus grandes capacidades para el dibujo, con las que conseguía retratar con gran realismo tanto a las personas como a las calles de la ciudad. Casi parecía que podían moverse, porque contenían detalles muy veraces que muchas personas no captaban. 

Sin embargo, lo que realmente la hizo popular era como trabajaba. Siempre plantaba su lienzo y caballete en la calle y se colocaba de espaldas a lo que quería dibujar. Y, a pesar de ello, conseguía captar perfectamente sus formas y texturas, dándole vida en su cuadro. 

Muchos habían intentado sonsacarle cuál era su secreto, pero ella se limitaba a sonreír mientras movía con paciencia su carboncillo, dibujando incluso a personas que estaban detrás de ella y que llegaron después de que empezara, sin que ella pudiera haberlos visto ya que nunca se giraba mientras hacía su trabajo. 

Tenía una cara agradable, y cuando sonreía le aparecían unos hoyuelos en las mejillas. Tenía un cabello gris plateado, y los días de frío siempre usaba un gorro de lana verde. Quienes llegaron a hablar con ella estaban de acuerdo en que transmitía una gran calma, parecida a aquella con la que realizaba sus dibujos. 

Más de una vez recibió ofertas de medios de comunicación queriendo entrevistarla, ya que gracias sobre todo a las redes sociales su popularidad había aumentado considerablemente. Pero solo una vez concedió una entrevista a un pequeño periódico local, con la condición de hacerla en la plaza donde solía trabajar.  

Y ni siquiera aquella vez reveló su secreto. Parecía sentirse cómoda en el anonimato, y su humildad provocaba admiración y desconcierto a partes iguales.  

Aquel día, pese al sol, corría una ligera brisa así que la mujer subió la cremallera de su cazadora mientras se dirigía a casa, llevando consigo los instrumentos de dibujo. Aquel día una de las calles principales de la ciudad estaba cortada debido a una manifestación contra el cambio climático, así que tuvo que dar un rodeo para llegar.  

Podría haber cogido el metro, pero le gustaba caminar y descubrir nuevas zonas, haciendo una foto con el móvil del nombre de cada calle que le llamaba la atención para retratar en un futuro dibujo. Le gustaba aquella ciudad porque estaba llena de vida y, si bien ella era no era una persona a quien le gustara participar de forma activa en ella, como artista le gustaba observarla y plasmarla. 

Cuando llegó a su edificio se fijó en las dos chicas. No aparentaban más de 19. Una era rubia y la otra morena con gafas. No recordaba haberlas visto nunca por el barrio, pero eso no fue lo que más le llamó la atención.  

Llevaban camisetas con mensajes de la manifestación y por eso le sorprendió que estuvieran allí, varias calles lejos de donde esta sucedía. Pensó que tal vez esperaban a alguien, así que sacó la llave del portal y abrió. 

Al hacerlo, las dos entraron justo detrás de ella. Sin dirigirle la palabra, pasaron a su lado y avanzaron hasta las escaleras, deteniéndose en estas. Cada una tenía la espalda apoyada contra una pared, y no dejaban de mirarla mientras se acercaba, lo que la incomodó un poco. Una cosa es que la atención estuviera puesta en su trabajo como pasaba al pintar, y otra que la observaran a ella tan descaradamente. 

Pensó en coger el ascensor, pero vivía en el primer piso. Así que pasó entre las dos y les dedicó una cortés, pero breve sonrisa antes de empezar a subir. Fue entonces cuando una de ellas le dirigió la palabra.  

-Enséñanoslo- dijo la rubia con un tono de autoridad que rozaba la grosería. La pintora se giró para mirarla. 

– ¿Queréis ver mi cuadro? – dijo, pero la otra negó firmemente con la cabeza. 

-Ya sabes a qué nos referimos- añadió la morena con el mismo tono. Y entonces dijo algo más, casi susurrándolo, pero la pintora pudo entenderla perfectamente.  

La llamó por un nombre diferente al que usaba en aquel mundo. Se quedó mirándola con la esperanza de que fuera algún tipo de broma extraña, pero la seguridad de la otra la convenció de que no era así. 

-Yo no me llamo así- dijo la pintora, y se preparó para seguir subiendo. Pero la morena se le adelantó y bloqueó el camino, extendiendo los brazos a ambos lados de la pared.  

-Sabes muy bien cómo te llamas. Y que no eres de este mundo- le soltó.  

La pintora observó entonces a las dos con más detenimiento. No podían ser hadas ya que ellas no tenían poder para convertirse en humanas. Oyó acerca de brujas que lo consiguieron, pero sus disfraces eran muy rudimentarios y se las podía descubrir fácilmente. 

Pero aquellas dos parecían perfectamente chicas de aquel mundo, lo que la desconcertaba profundamente.  

– ¿Quiénes sois? – dijo, y a modo de respuesta la rubia sacó una navaja. La frialdad con la que lo hizo la asustó aún más que el arma en sí. 

La morena se le echó encima y, tras un forcejeo, le arrancó un trozo de pelo en la parte de atrás de la cabeza, poniéndole después la mano en la boca para que no gritara. Bajo este, un tercer ojo oculto miraba asustado como la navaja se le acercaba, reflejándose en su pupila dilatada.  

Cuando el vecino de la pintora escuchó los gritos, llamó rápidamente a la policía. Cuando salió al rellano, estos se cortaron de golpe. Se maldijo por haber tardado, pero ante un peligro evidente el deseo de volver a ver aquella tarde a su hija al volver del colegio se impuso por encima del heroísmo. 

Al bajar, pudo ver brevemente a las dos asesinas huyendo del edificio. Más tarde contaría a la policía los pocos detalles que le dio tiempo a ver sobre ellas, pero en aquel momento lo que había tirado en las escaleras captó toda su atención.  

El cuerpo de la pintora estaba tumbado boca abajo. Lentamente se convertía en un líquido verde que se escurrió por la escalera y se convirtió en un pequeño charco a los pies de esta. Nadie volvió a ver nunca a la mujer.  

Sus dibujos quedaron manchados por el líquido que era ahora su creadora. Antes de que esta desapareciera, al vecino le dio tiempo a ver el agujero que tenía detrás de su cabeza. La cuenca donde había estado el tercer ojo ahora estaba vacía, y sangre verde manaba de ella.  

El cuerpo nunca fue encontrado. El análisis forense no pudo identificar de donde había salido el líquido, que resultó ser una savia muy antigua procedente de los árboles. Durante un tiempo se habló de la extraña desaparición, que convirtió a una estrella emergente de la pintura en una historia de miedo que circulaba por internet. 

En cuanto al vecino, a la policía le resultó difícil creer que dos chicas jóvenes hubieran cometido el crimen, así que fue acusado del mismo. Para cuando un tiempo después fue absuelto por falta de pruebas, había perdido la custodia de su hija.  

-Mira tus manos- dijo Daniela- Son manos de mujer-. 

Sara se sentía realmente extrañada en presencia de su antigua enemiga, que no había cambiado nada desde la batalla de las mujeres-hada. De alguna forma era como volver al pasado, pero siendo ella mayor y sintiéndose de alguna manera fuera de lugar. 

En ese momento no tenía el colgante consigo, pero no era lo que más le inquietaba. Había pasado tanto tiempo desde que no era una guerrera que, de ser necesaria una lucha, no sabría como desenvolverse en ella.  

-La feria fue derrotada, y las hadas ya están en su mundo- dijo mientras la otra no apartaba sus ojos azules, tan insondables como el océano, de ella. 

-Lo sé. Visité la explanada. Pero nunca luché por ellos Sara, sino por mí. Mientras quede una sola hada con vida, mi batalla no ha acabado-. 

-Eres egoísta- dijo la otra, temiendo una reacción violenta de su enemiga. Pero, en lugar de ello, se quedó quieta escuchándola- Yo también perdí a mi familia en la batalla-. 

-Y ganaste- cortó Daniela- Los malos fuimos vencidos, como has dicho. Pero, ¿qué pasa cuando son los buenos los que se equivocan? Si a mis padres los hubieran matado los gigantes o los trolls, inmediatamente hubieran sido castigados. Pero, ¿las hadas? Oh, no, ellas son buenas, ¿no? Debe de haber habido algún error. Sigamos adelante. Eso dijo todo el mundo-.  

La chica hizo una pausa para contemplar las gotas suspendidas sobre ella. De alguna forma, la naturaleza reflejaba su estado de ánimo. 

-No sabes lo que es tener razón, y que nadie te apoye porque no están dispuestos a cambiar su forma de pensar. A admitir que los buenos también se equivocan. Y te conviertes en un accidente, una víctima colateral que ocultar para que el mundo siga funcionando-. 

Sara no supo que responder a aquello. De haberse intercambiado los papeles y haberle tocado ser la mala de la historia, ¿habría actuado como Daniela? Pensó en su familia y en lo que pasaría si también les perdiera a ellos.  

Tal vez dentro de todos había una oscuridad que no se conocía hasta que les quitaban aquello más preciado y eran puestos a prueba. 

-Pero no quiero compadecerme- siguió la chica- Aquello me dio un propósito en la vida-.  

Sara recordó sus propias pérdidas. Odió a su padre con todas sus fuerzas tras lo de su madre y, aun así, lucho hasta el final para salvarle. Y recordó también la luz que varias veces había brotado de su pecho en los momentos más difíciles. 

Si esa luz, al igual que la oscuridad, también estaba dentro de todos, entonces no todo estaba perdido.  

-Muy bien- dijo sentándose junto a la otra y hablándola con la misma firmeza que ella usaba- No quiero que nadie más salga dañado. Si quieres vengarte de alguien, hazlo de mí-. 

Entonces la chica reaccionó de una manera totalmente inesperada: se echó a reír. Era la primera vez que lo hacía en presencia de su antigua enemiga, lo que causó en ella una fuerte extrañeza. Siempre que recordaba a Daniela (normalmente en las pesadillas donde la veía matar a Nimue con aquel brillo fanático en la mirada) nunca la imaginaba riendo. 

-No me conoces, Sara- dijo- Mi hermano dio la vida para salvarte. No entiendo sus motivos, pero en honor a su memoria no voy a matarte. Además, eso no sería venganza. Lo que haré será buscar a tu marido y a tu hijo-. 

Al oírlos nombrar, sintió un fuerte estremecimiento. La voz de su enemiga había adoptado un matiz cruel al hablar de ellos. Y, ¿cómo sabía de su existencia? ¿Había estado espiándolos?  

-Cuando los encuentre- continuó- Les pegaré fuego para que puedas verlos arder sintiendo que no hay nada que puedas hacer para ayudarlos. Y para que pases el resto de tus noches despertándote oyendo sus gritos. Eso sería venganza. Estaríamos en paz-. 

Aquellas palabras despertaron la ira de Sara, que sintió deseos de tener sus antiguos poderes para enfrentarse a ella. Pero entonces, los rostros de todos los caídos en el combate se reflejaron ante sus ojos, rompiéndose de nuevo en trozos como en el sueño. 

«No más batallas´´, pensó. «Quiero tener una vida normal´´. 

-Daniela- dijo, intentando contener su ira- Si hay algo que pueda hacer para compensar lo que te ocurrió, lo haré. Tiene que haber otro camino-.  

– ¿Puedes devolverles la vida a tres personas? – preguntó la otra, y Sara supo sin necesidad de que añadiera nada más que la conversación había terminado.  

-Y, ¿por qué no has cambiado en todo este tiempo? – insistió- ¿Por qué has venido a hablar conmigo si no es para que luchemos? -. 

– ¿Hace cuanto que no hablas con tu familia? – dijo Daniela, y al percibir la preocupación de su enemiga cuando dijo aquello sonrió de forma siniestra. 

Cuando Sara se puso de pie, ya no podía ocultar la ira y el desprecio en su tono de voz. 

-Si les ha ocurrido algo, te juro que te mataré-. 

-Me parece justo- dijo Daniela poniéndose de pie y mirándola con un oscuro regocijo. A pesar de este, sus últimas palabras fueron impregnadas con una nota de tristeza- Cuando esto acabe, mi vida ya no tendrá sentido-.  

Sara se apartó de ella y marcó el número de su marido. Entonces, algo cayó sobre ella, golpeándola. La cúpula sobre el parque había desaparecido, y la lluvia volvía a caer de forma normal. Al resto de curiosos los pilló igual de desprevenidos. 

Pero lo peor no era estar empapada bajo la lluvia, sino que al otro lado de la línea no recibió ningún tipo de respuesta. Y Daniela había desaparecido.  

-Veo que tu madre no te habló de nosotras- dijo el hada, dejando a Rodrigo aún más descolocado que antes, si es que eso era posible. Pese a ello, continuó hablando con su voz cristalina- Hace mucho tiempo, fui una gran amiga de tu abuelo. Y a tu madre yo y todas las de mi raza le debemos la libertad-.  

– ¿Tu raza? – preguntó Rodrigo. A su lado, Blanca se sentía aislada porque no entendía al hada. No le gustaba sentirse de esa manera, pero sí podía detectar la extraña y relajante atmósfera que se desprendía de aquel ser.  

-Soy un hada. Pertenezco al aire. Y sé que ahora mismo tienes muchas preguntas, pero tenemos que ir enseguida con tus padres-. 

– ¿Corren peligro? – dijo, sintiéndose más asustado de pronto. Recordó a los monstruos que le habían atacado, y le recorrió un escalofrío imaginándolos yendo también a por sus padres. Si acabaran con el pecho abierto como la mujer del autobús, nunca se lo perdonaría. 

-Un momento- dijo Blanca, dando un paso adelante- Nos has ayudado, pero, ¿por qué no llegaste antes? Esa pobre gente…-. 

En vez de contestar inmediatamente, el hada hizo aparecer un brazalete plateado y se lo acercó a la chica. Era bonito y tenía forma de una serpiente de mar que se enroscaba sobre sí misma. Pese a sus dudas, la tranquilidad que emanaba de los ojos del hada la llevó a aceptarlo, y ponérselo. Inmediatamente se sintió recorrida por una extraña energía.  

Y, cuando el hada volvió a hablar, pudo entenderla perfectamente. 

-Ahora podemos hablar. Hemos de buscar inmediatamente a los padres de él y, cuando todos estemos reunidos, vendrán las explicaciones. Por ahora decir que siento mucho no haber llegado a tiempo de salvar a más gente. Y también que hayas estado en la oscuridad respecto a lo que hablábamos, pero hay una razón por la que el sí podía entenderme. Es el hijo de un hada-.  

Aquello descolocó al chico mucho más que todo lo que había vivido hasta ese momento. 

Cuando Sara llegó al hospital, lo hizo sin aliento. Poco después de que su marido no le cogiera el teléfono, recibió una llamada de allí porque este acababa de ingresar. Un médico le explicó brevemente lo que había ocurrido de camino al ala de pacientes donde lo tenían. 

Sin embargo, no sabían cuál era la causa concreta. Tan solo que había ingresado con un fuerte dolor en el pecho que, tan pronto como le empezó, estaba remitiendo. Pero aún más extraña fue la historia que les contó sobre una chica y un supuesto accidente. 

Sara le abrazó lo más fuerte que pudo, y el médico les dejó para darles intimidad. Estaba en una cama en un largo pabellón de paredes blancas y camas similares separadas por cortinas del mismo color. La mayoría de ellas estaban ocupadas. 

Una vez ella se tranquilizó al ver que estaba bien, pudo escuchar su historia contada por él. No le costó trabajo reconocer a Daniela en la chica que dijo haberle atacado, y que había desaparecido misteriosamente.  

-Después me desmayé- dijo él- Desperté en la ambulancia, y me dijeron que otro conductor les había avisado. Al principio me dolía mucho el pecho. Cuando me vi allí solo, tuve mucho miedo. Por mí, y por vosotros-. 

Sara le besó y apretó su mano, buscando tranquilizarse. Y también a sí misma ya que, aunque no lo dijo entonces, en el parque había tenido ese mismo miedo. 

-No sé qué haría esa chica en la carretera. Espero que esté bien- dijo, algo más sombrío. Sara supo que, si Daniela perseguía a su familia, aquella no sería la última vez que temiera por alguien. Pero, para ponerlos a salvo, debía dar el difícil paso. 

-Tengo algo que contarte- le dijo- Pero primero tenemos que avisar a Rodrigo. Los dos debéis escucharlo-.  

Jaime, el marido de Sara, se había quedado sin habla, pero no solo a causa de sus palabras. Un televisor que había en una pared del pabellón había estado retransmitiendo la noticia de un próximo e histórico alineamiento de los planetas, pero ahora había cambiado. 

Estaban dando la noticia del ataque al autobús cerca del colegio, y pronto ambos identificaron el lugar. El terror se apoderó de ella al ver como sacaban en bolsas negras los cuerpos de dentro. La reportera anunció que ya disponían de los nombres de las víctimas. 

Escuchó, paralizada y con una gran angustia, mientras los daban. Aunque casi se desmayó del alivio cuando el de su hijo no estaba entre ellos, su miedo no desapareció del todo. Sentía un enorme deseo de tenerle junto a ella. 

Así que marcó su número. Y, por segunda vez, su llamada no tuvo respuesta.  

– ¡Mamá! – dijo Rodrigo. A Sara le costó saber si de verdad le escuchaba o era producto de su imaginación hasta que le vio ir hacia ella por el pabellón, junto con Blanca.  

Madre e hijo se unieron en un fuerte e indisoluble abrazo. Durante este, ella sintió que su mundo estaba de nuevo completo. No fue hasta que el chico fue a abrazar también a su padre que reparó en el hada. 

En tamaño reducido, estaba volaba junto a Blanca. No le costó mucho tiempo reconocerla, pues había dormido junto a ella muchas noches. Era el hada de la estatua que le regaló su padre y, aunque Blanca miraba inquieta a los pacientes y el personal médico, ella recordaba como las hadas podían no ser vistas si así lo querían.  

-Saludos, hermana- dijo, haciendo una humilde reverencia en el aire- En primer lugar, permite que te transmita mi agradecimiento y el de mi pueblo por todo lo que hiciste. Pero, desgraciadamente, una vieja amenaza ha regresado y debemos…-.  

-Papá, ¿¿qué te pasa?? ¡¡¡Papá!!!- dijo entonces Rodrigo, primero normal y luego casi a gritos. Su padre se había llevado las manos al pecho y empezaba a sufrir espasmos violentos. En ese momento, todo lo demás incluida el hada dejó de existir para Sara.  

Mandaron a Blanca a que buscara al médico y, cuando este llegó, pidió a los demás que esperaran fuera pues el paciente cada vez se sacudía de una forma más incontrolada. A Sara tuvieron prácticamente que arrastrarla para que cumpliera las instrucciones y saliera. 

La manera tan brusca en que empeoró el estado del paciente sobrecogió incluso a sus compañeros de pabellón. Mientras dejaban este, vieron como varios de ellos observaban lo ocurrido entre la sorpresa, el miedo y la incredulidad.  

Rodrigo se había echado a llorar, y Sara sacó fuerzas de flaqueza para apoyarle. Aunque ella estaba en un estado muy parecido, tener otra persona de la que cuidar le dio fortaleza para recomponerse en la medida de lo posible, y fingir fortaleza por él.  

Pero lo que se le quedó más grabado de toda aquella pesadilla fue la cara del hada. Desde que vio al marido, una profunda inquietud se había apoderado de ella, y su ánimo se había vuelto sombrío. Dándose cuenta de que Sara era consciente, voló cerca de su oído para que solo ella escuchara las palabras que terminaron de destrozarle el ánimo. 

-Lo siento muchísimo, pero le han introducido una mancha de agua oscura en el pecho. Significa que ha sido señalado para morir-.  

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