Cortos de Tinta: Capítulo 1: «La tormenta´´ (parte 2)

Los dos jóvenes aprovecharon la ligera ventaja y salieron por la puerta, que el conductor no tuvo tiempo de cerrar, aunque para ello tuvieron que saltar sobre el cadáver del chico joven. Esto les produjo una fuerte impresión, pero el deseo de supervivencia les hizo continuar. 

Fuera, la lluvia caía a raudales y los otros conductores les observaban, algunos dentro de los coches y otros fuera, estos aún más impresionados por lo que ocurría. Rodrigo intentó a hacerles una señal para que volvieran a sus vehículos, pero los monstruos salieron del autobús con un bramido y estos salieron huyendo o entraron en los coches.  

Pese a la ventaja que les sacaban, no contaron con que la lluvia aumentó la energía de sus perseguidores, dándole más volumen a sus cuerpos. Uno de ellos incluso embistió uno de los coches y estuvo a punto de hacerlo volcar. 

Blanca lideraba la huida, y señaló una iglesia abandonada cerca de la calle donde ocurrió el atasco. Algunas veces, cuando se saltaban clases, los chicos del colegio iban allí a fumar y a hacerse los mayores. No era un mal lugar para esconderse.  

Así que Rodrigo, comprendiéndolo, aumentó la velocidad. Pero entonces un enorme peso volante lo golpeó e hizo caer al suelo con tanta fuerza que sintió mareo. A su lado, una moto cayó al suelo, estrellándose. El chico comprendió que la habían lanzado contra él, y que tenía suerte de no haber recibido un impacto aún mayor. 

El rugido de triunfo a su espalda solo fue el avance de lo que vio antes de poder ponerse de pie. Uno de los minotauros saltaba hacia él desde el capó de un coche y se preparaba para ensartarlo con la espada. Mientras la muerte se acercaba a él, contempló el nublado cielo gris a través de su cuerpo de agua. 

Una fuerte corriente de aire estuvo a punto de levantarlo del suelo. Al principio pensó que lo había vuelto a hacer él, hasta que vio a la mujer. Con un vestido blanco y unos ojos grises que relampagueaban, se deslizaba sobre el suelo como el mismo viento. 

De un tajo, cortó la cabeza del minotauro que había saltado, y el cuerpo de agua de este se disolvió en el acto. La mujer, que iba descalza, aterrizó limpiamente sobre el suelo, muy cerca de donde él estaba. 

-Huye antes de que se formen más- le dijo con una voz que mezclaba el sonido melódico del viento filtrándose entre las hojas de los árboles con la potencia de un trueno. Fue entonces cuando le vio las alas en la espalda. 

Aquella situación era cada vez más surrealista, pero cuando la mujer alzó de nuevo su arma para hacer frente a los otros dos monstruos, su sentido de supervivencia recordó que el peligro si era real, y corrió tras Blanca, que le llamaba desesperada desde unos metros más adelante.  

Los dos entraron juntos en la iglesia, y cerraron con dificultad la pesada puerta. Una vez dentro, la sensación de abandono que transmitía el lugar y las imágenes religiosas que les observaban desde los vidrios les transmitieron una gran inquietud. 

Volvieron a sentir deseos de cogerse de la mano, sobre todo porque desde fuera llegaban ruidos de pelea cada vez más fuertes. Las espadas chocaban y los minotauros gemían, pero no podían saber quién iba ganando. Entonces, todo cesó salvo el sonido de la lluvia, amplificado por el eco de la vieja iglesia.  

Se miraron sin atreverse a hablar, pues temían que al verbalizar su deseo de estar a salvo este no se cumpliera. Y, casi como para confirmar sus sospechas, la ventana que estaba junto a un sarcófago de cristal con una imagen de cera de Cristo muerto tras ser bajado de la cruz se rompió. A través de ella, desprovista de su arma, la mujer de alas fue arrojada al interior.  

Precedidos por sus gritos de triunfo, los dos monstruos entraron por la ventana rota. Los jóvenes sabían de una puerta trasera donde el cura se preparaba para las misas por la que podrían intentar escapar, pero la distancia era grande. Y, casi como si hubieran adivinado sus intenciones, los otros empezaron a rodearles.  

-Me quieren a mí. Vete- dijo Rodrigo, incapaz de creer aquel arrebato que no sabía si era de valentía o de estupidez. 

Pero, antes de que la otra pudiera responderle que ya era demasiado tarde, la mujer de las alas se puso de pie con dificultad, y se interpuso entre los cazadores y sus objetivos.  

-Entréganos al muchacho, mujer-hada- respondió uno de ellos en el idioma de su pueblo, que al oído humano resultaba como un gruñido animal algo más elaborado. 

-Si le queréis, venid a por él- dijo la otra, en lo que parecía un arrebato de valor suicida porque no tenía su espada y la superaban en número. Además, se movía con torpeza, como si hubiera resultado herida en la pelea. 

Entonces inclinó ligeramente la rodilla, poniendo en guardia a sus rivales como si se preparara para atacar. Blanca tiró de nuevo de su amigo para que huyeran, pero hubo algo que los detuvo. El ambiente a su alrededor estaba cambiando. 

La mujer murmuraba una especie de oración para sí y, cuando la terminó, fuertes corrientes de aire entraron en la iglesia, derribando la puerta y rompiendo el resto de ventanas y vidrios. Extendió las manos canalizando toda la energía de aquel clima desatado, y creando una cúpula de viento que protegió a los jóvenes de la lluvia de cristales y agua. 

Dos fuertes corrientes que contenían todo el poder de aquellas ráfagas salieron de sus manos, lanzando hacia atrás a los dos minotauros con tanta fuerza que sus cuerpos de agua explotaron al chocar contra una de las paredes.  

Con el enemigo derrotado, la mujer se sentó en el suelo. Parecía agotada tras el ataque. Alrededor de ellos, como si hubieran estado flotando todo ese tiempo en la cúpula ventosa, los cristales de las ventanas rotas cayeron al suelo produciendo un gran estrépito cuyo eco reverberó durante un instante en toda la iglesia. 

El agua de la lluvia entraba por las ventanas, dando al lugar un aspecto aún más ruinoso que antes. Pero ninguno de ellos resultó dañado. Rodrigo se miraba las manos, incapaz de creer que unos minutos antes hubiera hecho, aunque con menos potencia, lo mismo que aquel ser. 

-¿Estáis bien? – preguntó el hada, y por segunda vez el chico la entendió. Su sentido común le pedía salir huyendo de allí y escapar de aquella mujer extraña que no sabían de donde había salido ni porque les protegía.  

Pero, cuanto más la miraba, más era consciente del parecido de esta con aquellas mujeres voladoras de sus sueños. ¿Podría explicarle ella por qué no dejaba de soñar con eso? Y, ¿podría decirle también por qué había podido atacar a los monstruos? 

-Por favor, vámonos- dijo Blanca, asustada porque ella no había entendido al hada y la veía como otro ser raro que podía atacarles en cualquier momento. Pero, para su sorpresa, el chico se decidió y avanzó un poco hacia la otra armándose de valor. 

-¿Quién…quién eres tú? -. 

Al salir de casa para ir al trabajo, Sara descubrió que la sensación de malestar que la había perseguido desde el sueño no solo no se iba, sino que se acrecentaba con el paso de las horas. Ni siquiera entretenerse en hacer la tarta para Rodrigo le había permitido alejar esos pensamientos. 

Llevaba un paraguas transparente, algo que le gustaba porque incluso en los días de lluvia quería poder ver el cielo y sentirse un poco más cerca del que una vez fue su elemento. Pasó junto a un parque que estaba cerca de la parada de autobús, y los vio.  

Un grupo de curiosos y gente de la zona, de diferentes edades, se había reunido en el parque y muchos de ellos grababan con sus móviles un extraño fenómeno. Sara se les acercó y cerró su paraguas, incapaz de creer lo que veía. 

Sobre el parque se había formado un caparazón invisible que lo protegía de la lluvia. Las gotas que formaban esta quedaban colgando suspendidas en este, sin llegar a tocar el suelo de la zona. Mirara donde mirara, la gente murmuraba incrédula.  

A Sara la invadió una sensación de incredulidad mezclada con nostalgia. Muchas veces, tras el verano en el que fue un hada, conectaba la radio o la televisión esperando escuchar noticias de algún suceso inexplicable por pequeño que fuera. Algo que pudiera relacionar con las hadas, y le permitiera imaginar qué estaban haciendo. 

Y ahora, por fin, la magia había vuelto a su vida. ¿Era un sueño o lo había sido su vida como una persona normal? Estaba confusa y sentía cosas que creía no volverían en ella después de aquel verano.  

-Hola, Sara. Nos volvemos a encontrar- dijo una voz, la que pertenecía a la única persona de allí que no estaba asombrada por el extraño fenómeno. La que, con solo ser escuchada una vez, transportó a Sara por completo al pasado. 

Allí, sentada en un banco y como si ni un solo segundo de tiempo hubiera pasado para ella, estaba Daniela.  

Deja un comentario